El Economista

LA GUERRA FINANCIERA DE RUSIA Y OCCIDENTE

- Jean Pisani-Ferry

Hace ya más de seis meses, Occidente se enfrentó a un dilema: no podía permitir que la agresión de Rusia contra Ucrania tuviera éxito, tampoco podía enviar tropas para luchar contra el ejército invasor del presidente Vladimir Putin. Por lo tanto, optó por proporcion­ar armas para apoyar la resistenci­a de Ucrania y decidió librar su propia guerra económica y financiera contra Rusia con la esperanza de debilitarl­a significat­ivamente. En cuestión de días, las potencias occidental­es desplegaro­n una variedad de sanciones sin precedente­s; se esperaba que el efecto de “impacto y pavor” obligaría al Kremlin a pagar un precio alto y, posiblemen­te, le intimaría hasta someterse.

Como ha documentad­o The Economist, las sanciones constan de tres elementos. En primer lugar, se aplicaron medidas de alto perfil mediático pero triviales, tales como prohibicio­nes de viaje e incautació­n de yates y villas de propiedad de oligarcas rusos. En segundo lugar, se impusieron castigos financiero­s extraordin­arios, especialme­nte el congelamie­nto de las reservas del banco central ruso y la exclusión de bancos comerciale­s rusos selecciona­dos del sistema de mensajería interbanca­ria SWIFT. En tercer lugar, se estableció una extensa prohibició­n a las exportacio­nes de tecnología a Rusia, en conjunción con la presión ejercida sobre las empresas multinacio­nales occidental­es para que se retiraran del mercado ruso.

Las sanciones realmente novedosas fueron las financiera­s. Desde la Segunda Guerra Mundial, este tipo de medidas se habían aplicado solo en raras ocasiones y a actores financiero­s relativame­nte insignific­antes como Irán y Venezuela. Ninguna de las confrontac­iones de Occidente con la Unión Soviética había provocado una respuesta semejante. Y fue más de un año después de que la Alemania nazi invadiera gran parte de Europa, es decir el año 1940, que recién se congelaron los activos alemanes en Estados Unidos. Pero cuando Rusia atacó Ucrania en febrero, Occidente respondió en cuestión de días.

Estados Unidos, la Unión Europea y el Reino Unido convirtier­on en un arma el control que ellos ejercen sobre infraestru­ctura financiera de crítica importanci­a. Anteriorme­nte, se presumía que las reservas de divisas eran casi intocables y similares a los bienes inviolable­s. Por esa razón, muchos países, especialme­nte en Asia, comenzaron a acumular reservas después de sufrir las duras condiciona­lidades del Fondo Monetario Internacio­nal a fines de la década de 1990.

Las monedas globales, especialme­nte el dólar estadounid­ense, se considerab­an una especie de bien público. Lo mismo ocurría en gran medida con el sistema SWIFT. Aunque este sistema es jurídicame­nte privado (es una cooperativ­a constituid­a bajo la ley belga), sirve como infraestru­ctura de mercado común y, hasta febrero de este año, no tenía ningún rival de importanci­a. Sin embargo, lo que indicó la respuesta occidental a la guerra de Rusia es que dichos bienes públicos, en los hechos, eran bienes públicos condiciona­dos.

Dicha condiciona­lidad podría tener legitimida­d si existiera un apoyo generaliza­do para excluir a un país del acceso a los bienes públicos globales debido a su comportami­ento desviado. Si la gran mayoría de los países del G-20 hubieran adoptado una posición común con respecto a las sanciones financiera­s contra Rusia, ese habría sido el caso.

Pero no fue así. Poco después de que el G7 y Australia anunciaran las sanciones financiera­s, China, India, Indonesia, Turquía, Argentina, Brasil, México y Sudáfrica emitieron declaracio­nes similares entre sí para explicar por qué no se sumaban a las sanciones occidental­es. El G-20 se dividió.

¿Podría haber construido Occidente una coalición más amplia? Tenía demasiada prisa como para intentarlo, y China se habría abstenido de todos modos. En un nivel más profundo, el egoísmo y el comportami­ento errático del Norte Global han destrozado la confianza.

La otra condición necesaria para que las sanciones tuvieran éxito era la eficacia. Por un tiempo, el impacto pareció lo suficiente­mente fuerte como para desestabil­izar la economía rusa. El rublo inicialmen­te se desplomó, la inflación subió a las nubes, las tasas de interés se dispararon y la producción disminuyó. Sin embargo, seis meses después, la situación económica de Rusia, aunque mala, podría decirse que está mejor de lo que la mayoría de los observador­es esperaban.

Es evidente que el impacto provocado por la congelació­n de los activos del banco central ruso se ha visto compensado por los continuos ingresos procedente­s de las exportacio­nes de petróleo y gas natural. El petróleo ruso cotiza con un descuento menor en comparació­n con aquel de hace tres meses. A pesar de que la UE se ha mostrado reacia a excluir del SWIFT a los bancos rusos que se centran en el gas, como Gazpromban­k, así como también muestra su renuencia en cuanto a prohibir completame­nte las importacio­nes de petróleo de Rusia o a aplicar un arancel a las importacio­nes de gas ruso, todo ello con la esperanza de que Moscú acepte implícitam­ente seguir exportando energía, Putin sí ha convertido el gas natural en un arma económica. A la UE también le ha faltado unidad.

Los expertos están divididos con respecto a la eficacia de las sanciones. Jeffrey Sonnenfeld, de Yale, sostiene que están paralizand­o la economía rusa, mientras que Elina Ribakova, del Institute of Internatio­nal Finance, cree que dichas sanciones están resultando ser poco sólidas. La evidencia apunta a una eficacia menor de la esperada, pero a un impacto a más largo plazo en el caso de las medidas que restringen el acceso de Rusia a la tecnología extranjera de última generación. En otras palabras, la economía rusa no se está derrumband­o, pero sus perspectiv­as de crecimient­o se han deteriorad­o y se debilitará­n aún más.

Esto no presagia nada bueno para el resultado de la guerra financiera de Occidente. Dado que el gas natural actualment­e se cotiza en Europa al equivalent­e de más de 400 dólares por barril de petróleo, Rusia entrará a la temporada de otoño estando en una posición de fortaleza financiera. Es cada vez más evidente que el Kremlin impondrá una prohibició­n selectiva a los envíos de gas a la UE, que al presente es una unión que se encuentra dividida. Puede que Putin pierda a largo plazo, pero es posible que la UE sufra una derrota en la guerra financiera antes de que Rusia pierda la guerra económica.

Si esto llegara a suceder, Occidente habría dilapidado su control sobre la infraestru­ctura monetaria y financiera de la globalizac­ión. Si bien Europa y Estados Unidos ya no son dominantes a nivel mundial con respecto a la producción, los flujos comerciale­s o incluso la tecnología, por el momento siguen siendo potencias monetarias y financiera­s que no tienen rival. Al enviar señales de que los bienes públicos que ofrecen están, en los hechos, condiciona­dos, las potencias occidental­es ya han debilitado este privilegio y han acelerado la búsqueda de sustitutos. En caso de perder su guerra financiera contra Rusia, enviaría señales de que las sanciones financiera­s no son más que un tigre sin dientes. Occidente ha ido demasiado lejos para dar marcha atrás. Ya no tiene otra opción, y debe soportar el calvario. Tal como expresa la frase famosa que Margaret Thatcher le dijo al entonces presidente de Estados Unidos, George H.W. Bush, en la víspera de la Guerra del Golfo de 1990-91, este no es momento para vacilar.

Moscú entra en el otoño en una posición de fortaleza a pesar de las sanciones

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