LA GUERRA FINANCIERA DE RUSIA Y OCCIDENTE
Hace ya más de seis meses, Occidente se enfrentó a un dilema: no podía permitir que la agresión de Rusia contra Ucrania tuviera éxito, tampoco podía enviar tropas para luchar contra el ejército invasor del presidente Vladimir Putin. Por lo tanto, optó por proporcionar armas para apoyar la resistencia de Ucrania y decidió librar su propia guerra económica y financiera contra Rusia con la esperanza de debilitarla significativamente. En cuestión de días, las potencias occidentales desplegaron una variedad de sanciones sin precedentes; se esperaba que el efecto de “impacto y pavor” obligaría al Kremlin a pagar un precio alto y, posiblemente, le intimaría hasta someterse.
Como ha documentado The Economist, las sanciones constan de tres elementos. En primer lugar, se aplicaron medidas de alto perfil mediático pero triviales, tales como prohibiciones de viaje e incautación de yates y villas de propiedad de oligarcas rusos. En segundo lugar, se impusieron castigos financieros extraordinarios, especialmente el congelamiento de las reservas del banco central ruso y la exclusión de bancos comerciales rusos seleccionados del sistema de mensajería interbancaria SWIFT. En tercer lugar, se estableció una extensa prohibición a las exportaciones de tecnología a Rusia, en conjunción con la presión ejercida sobre las empresas multinacionales occidentales para que se retiraran del mercado ruso.
Las sanciones realmente novedosas fueron las financieras. Desde la Segunda Guerra Mundial, este tipo de medidas se habían aplicado solo en raras ocasiones y a actores financieros relativamente insignificantes como Irán y Venezuela. Ninguna de las confrontaciones de Occidente con la Unión Soviética había provocado una respuesta semejante. Y fue más de un año después de que la Alemania nazi invadiera gran parte de Europa, es decir el año 1940, que recién se congelaron los activos alemanes en Estados Unidos. Pero cuando Rusia atacó Ucrania en febrero, Occidente respondió en cuestión de días.
Estados Unidos, la Unión Europea y el Reino Unido convirtieron en un arma el control que ellos ejercen sobre infraestructura financiera de crítica importancia. Anteriormente, se presumía que las reservas de divisas eran casi intocables y similares a los bienes inviolables. Por esa razón, muchos países, especialmente en Asia, comenzaron a acumular reservas después de sufrir las duras condicionalidades del Fondo Monetario Internacional a fines de la década de 1990.
Las monedas globales, especialmente el dólar estadounidense, se consideraban una especie de bien público. Lo mismo ocurría en gran medida con el sistema SWIFT. Aunque este sistema es jurídicamente privado (es una cooperativa constituida bajo la ley belga), sirve como infraestructura de mercado común y, hasta febrero de este año, no tenía ningún rival de importancia. Sin embargo, lo que indicó la respuesta occidental a la guerra de Rusia es que dichos bienes públicos, en los hechos, eran bienes públicos condicionados.
Dicha condicionalidad podría tener legitimidad si existiera un apoyo generalizado para excluir a un país del acceso a los bienes públicos globales debido a su comportamiento desviado. Si la gran mayoría de los países del G-20 hubieran adoptado una posición común con respecto a las sanciones financieras contra Rusia, ese habría sido el caso.
Pero no fue así. Poco después de que el G7 y Australia anunciaran las sanciones financieras, China, India, Indonesia, Turquía, Argentina, Brasil, México y Sudáfrica emitieron declaraciones similares entre sí para explicar por qué no se sumaban a las sanciones occidentales. El G-20 se dividió.
¿Podría haber construido Occidente una coalición más amplia? Tenía demasiada prisa como para intentarlo, y China se habría abstenido de todos modos. En un nivel más profundo, el egoísmo y el comportamiento errático del Norte Global han destrozado la confianza.
La otra condición necesaria para que las sanciones tuvieran éxito era la eficacia. Por un tiempo, el impacto pareció lo suficientemente fuerte como para desestabilizar la economía rusa. El rublo inicialmente se desplomó, la inflación subió a las nubes, las tasas de interés se dispararon y la producción disminuyó. Sin embargo, seis meses después, la situación económica de Rusia, aunque mala, podría decirse que está mejor de lo que la mayoría de los observadores esperaban.
Es evidente que el impacto provocado por la congelación de los activos del banco central ruso se ha visto compensado por los continuos ingresos procedentes de las exportaciones de petróleo y gas natural. El petróleo ruso cotiza con un descuento menor en comparación con aquel de hace tres meses. A pesar de que la UE se ha mostrado reacia a excluir del SWIFT a los bancos rusos que se centran en el gas, como Gazprombank, así como también muestra su renuencia en cuanto a prohibir completamente las importaciones de petróleo de Rusia o a aplicar un arancel a las importaciones de gas ruso, todo ello con la esperanza de que Moscú acepte implícitamente seguir exportando energía, Putin sí ha convertido el gas natural en un arma económica. A la UE también le ha faltado unidad.
Los expertos están divididos con respecto a la eficacia de las sanciones. Jeffrey Sonnenfeld, de Yale, sostiene que están paralizando la economía rusa, mientras que Elina Ribakova, del Institute of International Finance, cree que dichas sanciones están resultando ser poco sólidas. La evidencia apunta a una eficacia menor de la esperada, pero a un impacto a más largo plazo en el caso de las medidas que restringen el acceso de Rusia a la tecnología extranjera de última generación. En otras palabras, la economía rusa no se está derrumbando, pero sus perspectivas de crecimiento se han deteriorado y se debilitarán aún más.
Esto no presagia nada bueno para el resultado de la guerra financiera de Occidente. Dado que el gas natural actualmente se cotiza en Europa al equivalente de más de 400 dólares por barril de petróleo, Rusia entrará a la temporada de otoño estando en una posición de fortaleza financiera. Es cada vez más evidente que el Kremlin impondrá una prohibición selectiva a los envíos de gas a la UE, que al presente es una unión que se encuentra dividida. Puede que Putin pierda a largo plazo, pero es posible que la UE sufra una derrota en la guerra financiera antes de que Rusia pierda la guerra económica.
Si esto llegara a suceder, Occidente habría dilapidado su control sobre la infraestructura monetaria y financiera de la globalización. Si bien Europa y Estados Unidos ya no son dominantes a nivel mundial con respecto a la producción, los flujos comerciales o incluso la tecnología, por el momento siguen siendo potencias monetarias y financieras que no tienen rival. Al enviar señales de que los bienes públicos que ofrecen están, en los hechos, condicionados, las potencias occidentales ya han debilitado este privilegio y han acelerado la búsqueda de sustitutos. En caso de perder su guerra financiera contra Rusia, enviaría señales de que las sanciones financieras no son más que un tigre sin dientes. Occidente ha ido demasiado lejos para dar marcha atrás. Ya no tiene otra opción, y debe soportar el calvario. Tal como expresa la frase famosa que Margaret Thatcher le dijo al entonces presidente de Estados Unidos, George H.W. Bush, en la víspera de la Guerra del Golfo de 1990-91, este no es momento para vacilar.
Moscú entra en el otoño en una posición de fortaleza a pesar de las sanciones