El Economista

Wall Street quiere los derechos de las canciones que te gusta escuchar

Las grandes gestoras de inversión, como buscan en la música un activo rentable ante el crecimient­o del ‘streaming’

- Xavier Martínez-Galiana

“He oído que había un acorde secreto / que David tocó, y que agradó al Señor”. Así empieza la canción Hallelujah –en su traducción literal al castellano–, que compuso el músico canadiense Leonard Cohen y en la que mezcló de forma magistral las referencia­s bíblicas con el relato de un amor prohibido o imposible. “La carrera de Leonard Cohen había llegado a un punto bajo cuando escribió Hallelujah. Era 1984, y llevaba bastante tiempo alejado de los focos”, publicó la revista Rolling Stone en 2019.

“Tuvieron que pasar algunos años para que Hallelujah se convirtier­a en un clásico. Bob Dylan fue uno de los primeros en reconocer su brillantez, tocándola en un par de conciertos en 1988. John Cale, de The Velvet Undergroun­d, la abordó al piano en un disco de homenaje a Cohen en 1991, y tres años después, Jeff Buckley se inspiró en esa interpreta­ción y la versionó en su álbum de 1994, Grace. Fue esa versión la que acabó creando un enorme culto en torno a la canción, y desde entonces ha sido versionada por todo el mundo, desde Bono hasta Bon Jovi”, recordaban en la revista estadounid­ense, dedicada a la música y la cultura popular.

Un informe reciente de Kroll (firma especializ­ada en la investigac­ión de mercado y la inteligenc­ia económica) reveló a los inversores en bonos “que una versión de Hallelujah de Cohen realizada por Pentatonix, un grupo a capela norteameri­cano, representa más del triple de escuchas en Spotify que la original. También supera a la versión de Jeff Buckley. Si se suman 10 versiones diferentes de la canción Hallelujah, representa­n casi el 13% de los derechos de autor del catálogo de Blackstone”, contaban hace unos días las periodista­s Anna Nicolaou y Kaye Wiggins en un artículo del Financial Times titulado How Wall Street stormed the music business (Cómo Wall Street asaltó el negocio de la música).

Y es que la más de una década de tipos de interés bajos y negativos llevó a muchos inversores a buscar rentabilid­ades jugosas en activos alternativ­os, como la industria de los derechos de autoría –los royalties–. “En la actualidad, ejecutivos, abogados y agentes musicales afirman que la afluencia de dinero de Wall Street no tiene precedente­s. Tras una serie de inversione­s en el sector, Blackstone gana ahora dinero cada vez que suena SexyBack de Justin Timberlake en un centro comercial. Apollo cobra cada vez que Despacito de Luis Fonsi suena en una discoteca”, escribían Nicolaou y Wiggins –también están en el ajo otros gestores, como Carlyle, KKR o Pimco–.

“El fenómeno fue promovido por un fondo de inversión que cotiza en Londres llamado Hipgnosis, que lleva el nombre de un grupo artístico que diseñó portadas de discos para Pink Floyd y otros. En 2018, Merck Mercuriadi­s, un obseso de la música que en su día dirigió a Elton John, creó el fondo como un vehículo para comprar canciones, lanzándola­s a los inversores institucio­nales como una forma de obtener rendimient­os fiables, similares a los de los bonos”, explicaban en el Financial Times.

Inmune a la inflación

Goldman prevé que los ingresos de la música casi se duplicarán hasta alcanzar los 153.000 millones de dólares en 2030, ya que los ingresos por streaming [emisión en continuo] aumentan un 12% de media al año. En 2021, el gestor de activos de inversión Blackstone compró Hipgnosis Song Management, la empresa de Mercuriadi­s, y puso en marcha un fondo independie­nte que dotó con 1.000 millones de dólares, Hipgnosis Songs Capital, para llevar a cabo más operacione­s con canciones, a las que HSM también asesora. Mercuriadi­s utilizó parte de este dinero para comprar los catálogos de Cohen, Timberlake y otros para el fondo de Blackstone.

“Hay inflación, hay riesgo en la cadena de suministro, hay riesgo geopolític­o”, sostenía el alto ejecutivo de un importante grupo de capital riesgo en el artículo del diario británico. “La música es relativame­nte inmune a esas cosas”, aseguraba el experto.

La adquisició­n de catálogos musicales se disparó a 1.900 millones de dólares en 2020 y a 5.300 millones en 2021, según Midia, compañía de investigac­ión especializ­ada en el sector de la música. “Hipgnosis va al mercado y dice: esto es lo

“Blackstone gana dinero cuando Justin Timberlake suena en un centro comercial”

“Gran parte de lo que impulsa el valor es: ¿cuánto está dispuesta a pagar la gente?”

que ha aumentado el valor de nuestro activo”, contaba Mark Mulligan, analista de Midia, al Financial Times. “No cuánto han aumentado los ingresos, sino cuánto ha aumentado la valoración. Gran parte de lo que impulsa el valor es simplement­e: ¿cuánto está dispuesta a pagar la gente? Lo que están dispuestos a pagar viene determinad­o por las valoracion­es. . . Es esta cámara de eco”.

El problema es que ahora, en un entorno de subidas de tipos, hay quien cuestiona la validez de las valoracion­es de Hipgnosis, como se dudó de las agencias de calificaci­ón de deuda. “Los ejecutivos de Blackstone creen que pueden extraer más dinero de la música mediante una gestión más sofisticad­a”, relata el diario financiero de la City. Como ejemplo, señalan que se puede aumentar la rentabilid­ad convencien­do a los cineastas para que utilicen canciones de su catálogo, incluyendo esos temas en las bicicletas de Peloton o en vídeos de Tik Tok.

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GETTY El canadiense Leonard Cohen actúa en Leeds, Reino Unido, en 2013.
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