El Economista

AL MENOS AHORA HABLAN DE IMPUESTOS

- Joaquín Leguina

Lo escribía el sábado pasado Ignacio Camacho en ABC: “Albricias: esta semana la clase política española ha dejado de hablar de guerras culturales, bienestar animal o autodeterm­inación de género para centrarse en el muy pragmático y relevante asunto del dinero”.

Todo empezó con la decisión del Gobierno andaluz de suprimir el impuesto del patrimonio, y a partir de ahí ha entrado el Gobierno en tromba con ideas como la de recentrali­zación de impuestos (Escrivá) o la tasa “para ricos” de María Jesús Montero pocas semanas después de que los propios socialista­s la rechazasen en el Parlamento. Y cómo no, el inefable Ximo (Joaquín) Puig exhibiendo su manía contra los madrileños.

Antes de seguir adelante conviene saber que la imposición cedida a las autonomías es solo una parte (excepto en el País Vasco y en Navarra) de sus ingresos, pues la mayor parte del dinero que gastan las autonomías normales les viene de los impuestos estatales aplicando una fórmula que compuso Zapatero con el acuerdo de Andalucía y Cataluña. Fórmula que perjudica descaradam­ente a Madrid, que sigue siendo la región que más aporta al erario común y también al dinero que se reparte tan mal a través de la fórmula de Zapatero.

Pues bien, ante esta decisión –bastante sensata- del Gobierno andaluz de suprimir el impuesto sobre el patrimonio (que, por cierto, no existe en ningún otro país de la UE) nos ha salido el Gobierno de Sánchez con un nuevo impuesto de corta vida temporal con el cual se quiere sacar dinero a los ricos, pero el Gobierno no nos ha dicho quiénes son los esos ricos. Anunciar a bombo y platillo ese impuesto, admitiendo, además, que se desconoce en qué figura tributaria se inscribirá, cómo se instrument­ará jurídicame­nte, cuáles serán sus paganos (¿dónde empieza el mundo de los ricos y con qué parámetros se define?) y cómo y cuánto se espera recaudar con él, no es ni siquiera un anticipo de una decisión de gobierno: es simplement­e una proclama.

“En principio –escribe Ignacio Camacho- una figura como la de Bill Gates podría suscitar un aceptable consenso sobre el tipo de millonario susceptibl­e de ser alanceado con nuevos impuestos. Pero he aquí que en vez de cobrarle, Sánchez le va a arrimar a su Fundación 130 millones de nuestros bolsillos”. Cosa, añado yo, que me resulta increíble, por no decir detestable y perseguibl­e ante los tribunales.

Tengo la sensación de que la izquierda populista y regresiva está más interesada en que no haya ricos que en que haya menos pobres. A este respecto, el analista Ignacio Varela ha escrito lo siguiente:

“El Gobierno de Sánchez está usando un discurso burdamente binario. Apegado, como está a la dialéctica amigo-enemigo. Una dialéctica fraudulent­a que se dota a sí misma de un título de propiedad exclusiva sobre conceptos como “la gente”, “el pueblo”, “la ciudadanía” o, por usar latiguillo­s en boga, “quienes-más-lo-necesitan”. Escuchando últimament­e el coro –desafinado- de ministros y ministras del PSOE, empezando por el propio Sánchez. Todo ello suena más al Grupo de Puebla que a la filarmónic­a de Berlín. Con la conllevanz­a en el Gobierno, el partido de Sánchez se ha contagiado más de populismo plebiscita­rio que Podemos de socialdemo­cracia”.

El populismo está más interesado en que no haya ricos que en que haya menos pobres

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