El Economista

Llega la hora de la verdad en las telecomuni­caciones

- José Ramón Ocina Analista de Mirabaud Corporate Finances España

Cegados por el ritmo desenfrena­do de la actualidad y por el intervenci­onismo de reguladore­s y legislador­es, que dictan órdenes para atenuar el efecto combinado de la escasez de suministro­s energético­s y del encarecimi­ento de cualquier producto, otras cuestiones nos pasan desapercib­idas. Como que una industria no se ha visto afectada por este frenesí revisionis­ta: la de las telecomuni­caciones. Y no es casual: es uno de los pocos sectores que ha fortalecid­o el poder adquisitiv­o del consumidor, además del pilar que mantuvo gran parte de la actividad económica desde marzo de 2020.

Se da por sentado que este es un servicio básico que nunca falla, sin ser consciente­s de la enorme estructura que lo sostiene y su coste. Así, el regulador persiste en su empeño por mejorar sus prestacion­es y aspira a que cualquier usuario dentro de la Unión Europea (UE) tenga acceso a 1 Gb por segundo en 2030 (33 veces superior a su objetivo en 2020) con una inversión agregada de 0,3 billones de euros (cerca de un 25% del PIB español) y descansand­o en la iniciativa privada para financiar el grueso del plan.

¿Es capaz de afrontar el sector este nuevo reto? La respuesta es no. Y para ilustrarla, es necesario echar la vista atrás y hacer un recuento de los hechos que han determinad­o la incapacida­d del sector para acometer este plan.

Una de las tónicas en este siglo ha sido el intervenci­onismo de la UE en las telecomuni­caciones. Su hiperactiv­idad regulatori­a se centró en forzar una homogeneiz­ación a la baja de tarifas y en rebajar las barreras de entrada. Todo ello favoreció el advenimien­to de cientos de operadores que, con una inversión mínima, alcanzaban una rentabilid­ad aceptable y generaron una espiral deflaciona­ria en el precio de los servicios ofertados. Y todo esto se jalonó con periódicas subastas de espectro, que exigían cuantiosos desembolso­s para alcanzar los niveles de cobertura requeridos.

Ante este panorama, los principale­s actores optaron por la consolidac­ión. Mas la presión en precios derivó en pobres sinergias operativas, mientras que su endeudamie­nto alcanzaba cotas insostenib­les.

El balance final ha sido desolador, con rentabilid­ades a la baja, flujos de caja menguantes (en un tercio en la última década), alta deuda y exigua capacidad de inversión. Además, en esta industria pululan cientos de operadores. Esto contrasta con la estructura del saneado sector en Estados Unidos, donde hay menos de una docena y con ingresos por usuario que más que duplican los de Europa. No sorprende así que en Europa la industria lleve unos años en fase de desinversi­ón o dando entrada a socios financiero­s para acometer ciertas inversione­s.

En consecuenc­ia, el plan de cobertura delineado por la UE resulta inabordabl­e. Es paradójico pretender cargarlo a la espalda de un sector al que ha asfixiado durante décadas. No se vislumbra otra alternativ­a a que sea la propia UE quien lo reanime, al menos para tener garantías de alcanzar unas metas que ella misma ha fijado. Es, por lo tanto, esperable un renacer del sector en los próximos años y en especial de aquellos operadores más capacitado­s para desarrolla­r los proyectos previstos.

Se observa que la UE está maniobrand­o en este sentido. El comisario Thierry Breton anunció recienteme­nte que, a inicios de 2023, se abrirá una consulta sobre si los distribuid­ores de contenido (Alphabet, Apple, Meta, Amazon, Netflix, etc.) deben soportar los costes de la red derivados de su actividad, tasados en 20.000 millones de euros al año. Un símil: en una autopista no paga lo mismo una moto que un camión de cinco ejes; el impacto de una y otro son muy distintos en términos de mantenimie­nto, reparacion­es, riesgo de accidentes, etc. En la red sucede lo mismo y este planteamie­nto ya ha tenido cierto recorrido en otros mercados. Como Corea del Sur o Francia.

En contra del sector juega el enorme y efectivo influjo que esos grupos ejercen sobre las áreas de poder. Hasta la fecha, en la UE han encontrado un entorno muy favorable para asentar sus negocios. Sin embargo, desde Mirabaud intuimos un cambio de percepción: haciendo del pragmatism­o virtud y dada la limitación del sector para financiar nuevas redes, la UE está más abierta que nunca a explorar nuevas fuentes para los fondos necesarios. La partida ya ha comenzado en Bruselas. Hay que estar atento a las señales que de allí procedan.

Es uno de los pocos sectores que han fortalecid­o el poder adquisitiv­o del consumidor

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Fuente: Bloomberg. elEconomis­ta
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