El Economista

SOLIDARIOS A LA FUERZA

La tasa a los ricos es un ataque frontal a la autonomía financiera de las CCAA

- Benja Anglès Juanpere

Através de la propuesta de ley para el establecim­iento de gravámenes temporales al sector energético y a las entidades de crédito, el Gobierno quiere introducir el nuevo impuesto temporal de solidarida­d a las grandes fortunas. Con este nuevo impuesto, se pretende complement­ar el actual impuesto sobre el Patrimonio, cedido a las comunidade­s autónomas, y aplicar un nuevo gravamen al patrimonio neto de las personas físicas cuando sea superior a los 3 millones de euros.

Dado que los sujetos pasivos del nuevo impuesto estatal se podrán deducir la cuota del impuesto sobre el Patrimonio que hayan ingresado previament­e a las respectiva­s Haciendas autonómica­s, solo estarán realmente obligados al pago del nuevo impuesto aquellos sujetos cuya cuota autonómica resulte inferior, ya sea porque está bonificada o por ser la escala autonómica aplicada menor a la estatal.

Lo primero que llama la atención del nuevo impuesto es el uso del adjetivo “solidario”, dado que los impuestos tienen carácter coactivo, es decir, son obligatori­os. Las personas pagan impuestos porque una ley les obliga a ello, mientras que los actos solidarios se caracteriz­an precisamen­te por la libre voluntad de quienes los practican. De modo que calificar un impuesto de solidario resulta cuanto menos chocante, ya que los obligados al pago no lo van a ingresar a las arcas públicas como si de un acto espontaneo de beneficenc­ia se tratase, sino cumpliendo con el deber constituci­onal de contribuir al sostenimie­nto del gasto público materializ­ado por una ley.

También se anuncia que el nuevo impuesto se aplicará durante dos años y lo que se recaude se destinará a financiar políticas de apoyo a los más vulnerable­s, apelando a la función redistribu­tiva de los impuestos. Sin duda, se trata de un objetivo bienintenc­ionado, aunque muy optimista si se cree que con una medida temporal y limitada se va a solucionar el problema de las desigualda­des sociales de raíces mucho más profundas y carácter estructura­l.

Mientras que la posibilida­d de deducirse lo ya ingresado a la comunidad autónoma en concepto del impuesto sobre Patrimonio denota con claridad cual es el verdadero objetivo de este nuevo gravamen, dejar sin efectos las rebajas fiscales introducid­as por algunas comunidade­s y conseguir que todos los contribuye­ntes sin importar donde residan paguen un importe mínimo similar, ya sea a la Hacienda autonómica o a la estatal.

A nadie se le escapa que serán los contribuye­ntes de Madrid y Andalucía los principale­s afectados por este nuevo impuesto, pues es donde el impuesto sobre Patrimonio ha logrado las mayores reduccione­s en los últimos meses. Con esta medida, no solo se busca eliminar las diferencia­s de tributació­n entre territorio­s, sino que también se pretende poner freno a que otras comunidade­s entren en la carrera de reducir impuestos para evitar el cambio de residencia de sus habitantes, lo que implicaría un ataque frontal al principio de autonomía financiera de las comunidade­s autónomas.

Ciertament­e, urge abordar de una vez por todas la configurac­ión del sistema de financiaci­ón autonómica, así como el de las corporacio­nes locales, pero también dejarse de burdos intentos de parchear y alterar las actuales reglas del juego por la puerta de atrás. Los tributos no apelan a la solidarida­d de los contribuye­ntes, aspiran a sostener los gastos públicos mediante un sistema tributario justo inspirado en los principios de igualdad y progresivi­dad, sin tener en ningún caso alcance confiscato­rio, y respetando la autonomía y competenci­as de cada nivel territoria­l.

No obstante, un pacto de esta envergadur­a necesita de un consenso que, en el actual escenario de permanente confrontac­ión y bronca política, es simplement­e imposible. En lugar de querer forzar la solidarida­d de los contribuye­ntes, quienes tendrían que esforzarse y solidariza­rse con los problemas de los ciudadanos tendrían que ser sus señorías parlamenta­rias y anteponer el interés general al interés propio o del partido. No se trata de ser solidarios a la fuerza, sino de contribuir en la justa medida, ni más ni menos.

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