El Economista

Cuando Nueva York se convirtió en el mayor activo tóxico del mundo

En octubre de 1975 vencía deuda por valor de 453 millones, y el fondo de pensiones de los profesores era la última esperanza para evitar el rescate

- Francisco S. Jiménez

La tarde del 17 de octubre de 1975, la ciudad de Nueva York estuvo a punto de transforma­rse en un inmenso agujero negro, capaz de engullir a toda la economía de EEUU y al sistema financiero mundial. Rozó la quiebra.

Había pánico real en los mercados. El Dow Jones se había desplomado un 10% en el arranque de la sesión del día anterior. El oro estaba disparado, como refugio para los inversores. Y la renta fija llevaba días colapsada. No había manera de que el mercado de bonos funcionara con normalidad. Los bonos neoyorquin­os habían pasado de mano en mano, como un activo seguro, cuando eran auténtica basura.

La bomba de relojería de la deuda le estalló en las manos al alcalde Abraham Beame, en su segundo año de mandato. Al demócrata no debió cogerle por sorpresa la situación. Había sido jefe de presupuest­os del Ayuntamien­to durante 10 años, siendo testigo directo del declive de la ciudad. Delante de sus ojos, había visto cómo se enjuagaban los presupuest­os anuales, y había permitido que los fondos de pensiones de trabajador­es de la ciudad taparan los agujeros para que autobuses y metro pagaran nóminas y siguieran prestando servicio. Para más inri, la formación y sus primeros trabajos profesiona­les de Beame los realizó como contable. “Abe Beame es contable, pero es difícil entender cómo consiguió el título”, solía decir su sucesor, Ed Koch.

La gestión del major estaba siendo un desastre pese a que la situación ya era crítica. Los bonos municipale­s estaban en caída libre. Beame anunció en febrero congelacio­nes de salario, de contrataci­ones y despidos. Pero en el trimestre posterior, el Ayuntamien­to realizó 13.000 contratos y los despidos se quedaron solo en 436, cuando se había prometido un ajuste de plantilla de 8.000 trabajador­es. Los inversores ya no creían en Nueva York.

En todas las quiebras pasa lo mismos. Llega un momento que los bancos cierran el grifo y ya no se puede pagar la deuda con nuevos préstamos. Ese momento iba a llegar para Nueva York a las 16.00 del 17 de octubre de 1975. Vencían 453 millones de dólares y solo disponía de 34 millones en caja y las puertas de los bancos cerrados.

El gobernador del Estado, Hugh Carey, estaba dispuesto a rescatar a la ciudad, a cambio de que Beame abandonara la gestión presupuest­aria. Se creó la Municipal Assistance Corporatio­n (MAC), un organismo público que obligaría a Nueva York a realizar severos ajustes: subidas del precio de los transporte­s, eliminar la gratuidad, congelació­n de salarios y despidos de miles de funcionari­os.

Pero ya era tarde. El mercado se había cerrado para Nueva York. Nadie

quería prestarle dinero. La última emisión de 150 millones, que debía servir para pagar las nóminas, quedó desierta. El último inversor en retirarse fue el fondo de pensiones de profesores de Nueva York. El alcalde y su equipo, y también el gobernador, se enteraron en mitad de una cena benéfica.

Baeme salió por la puerta de atrás y se atrincheró en la Gracie Mansion, la residencia oficial del alcalde, con un pequeño equipo. Pero el objetivo no era salvar la ciudad, sino establecer los servicios esenciales que había que rescatar.

El que no se rindió fue el gobernador Carey, sabía a quién presionar para ganar tiempo y salvar el primer vencimient­o de deuda. Cuando salió de la cena, pidió a su mano derecha, Dick Ravitch, una reunión de urgencia. Había que encontrar como fuera al líder del sindicato de maestros. Un chófer y un coche esperaban en marcha para llevar a Ravitch a casa de Albert Shanker, el sindicalis­ta más buscado en EEUU.

Ravitch no tenía cargo oficial, pero era el Señor Lobo del Gobernador. Y ya había desatado toda la presión sobre el presidente del sindicato. Todo el peso de la ciudad estaba encima de los hombros de Shanker.

A pocas horas del default pidió un encuentro en un lugar discreto. Ravitch se encargó de organizarl­o todo en su apartament­o. A las dos de la tarde, el sindicato anunció que financiarí­a a la ciudad con 150 millones, procedente­s de su fondo de pensiones. “No había nadie más para salvar a la ciudad”, dijo Shanker a la prensa. El jefe de los maestros reconoció que fue sometido a un gran chantaje. Si no permitía la ayuda, el Ayuntamien­to iba a realizar salvajes

“Abe Beame es contable, pero es difícil entender cómo consiguió el título”

Advirtiero­n al sindicato de que si no cedía tendrían que despedir a profesores

recortes de personal, incluidos profesores, y anular las pensiones de los profesores.

La rendición del sindicato de maestros solo supuso ganar tiempo. Nueva York necesita, inevitable­mente, un rescate. El presidente de EEUU, Gerald Ford, allanó el camino para el verdadero rescate de noviembre. Movilizó un préstamo de 2.300 millones a tres años, a cambio de que la ciudad asumiera recortes de servicios y de plantilla. Los servicios y las tasas municipale­s subieron con fuerza. Ya había un plan y respaldo financiero. El MAC logró refinancia­r la deuda, con importante­s quitas. Hubo despidos y las subidas de salario pactadas se atrasaron. Baeme, el alcalde, de profesión contable, había perdido las primarias de 1977. El demócrata Ed Koch ganó las elecciones municipale­s de ese año. Para final de la década, Nueva York ya no tenía deuda peligrosa, cerca de vencimient­o. Las cuentas estaban saneadas y los mercados abiertos.

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EE Protestas en las calles de Nueva York en 1975.

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