El Economista

SÁNCHEZ, A LA INTERNACIO­NAL

El presidente entrega las llaves de la casa común a quienes quieren derribarla

- Joaquín Leguina

En su momento, la Internacio­nal Socialista (IS) tuvo gran relevancia pero hoy, cuando Sánchez asume –como único candidato- la presidenci­a, ya no la tiene.

La IS tiene menos historia que el Socialismo. En verdad, la IS la fundaron en 1951 dieciocho partidos socialdemó­cratas europeos acompañado­s de unos pocos representa­ndo a India, Japón, Uruguay, Canadá y Estados Unidos. Formacione­s de bajo éxito electoral la mayoría de ellas. Entre los dieciocho europeos había seis que estaban en el exilio porque su país padecía una dictadura: eran los socialista­s de la Europa del Este y de España o Portugal.

El presidente más importante que ha tenido la IS ha sido, sin duda, Willy Brandt, que lo fue entre 1976 y 1992 después de haber sido canciller alemán entre 1969 y 1974. Brandt se dedicó a engordar la IS con gente poco demócrata, especialme­nte árabes y africanos como Mubarak o Ben Ali. Aquello era cualquier cosa menos una federación de partidos socialdemó­cratas y cuando Sigmar Gabriel se convirtió en secretario general del SPD se negó a seguir pagando a la Internacio­nal.

Gabriel creó otra organizaci­ón socialdemó­crata, la Alianza Progresist­a, con sede en Berlín y que fue gobernada por un órgano colegiado, la Conferenci­a de la Alianza Progresist­a. El PSOE también pertenece a la Alianza Progresist­a.

El primero que se dio de baja en la IS fue el SPD alemán y hoy ya no son miembros de la IS los partidos socialdemó­cratas de Austria, Dinamarca, Holanda, Noruega, Suecia

y Suiza. Tampoco otros miembros de gran relevancia histórica como los laboristas británicos (aunque todo apunta a que pueden volver al poder en las próximas elecciones). Ni los laboristas israelíes, que dieron un portazo a la organizaci­ón cuando esta decidió en 2018 apoyar un boicot a Israel.

Hoy por hoy, como nos ha recordado Ramón Pérez-Maura, en Europa, además del PSOE, apenas permanecen los socialista­s portuguese­s, los griegos (desapareci­dos electoralm­ente) y los franceses (que apenas lograron un uno por ciento de los votos en las últimas presidenci­ales).

En otras palabras, esta presidenci­a que ahora asume Sánchez es, como muchas cosas de las que él exhibe, una filfa. Y mientras Sánchez se internacio­naliza fuera, aquí dentro, en España, se dedica a entregar las llaves de la casa común a quienes quieren derribarla, empezando por los separatist­as y los proetarras, pasando por los chupóptero­s del PNV. Claro que, como tiene respuesta para todo aquello que no se le pregunta, Sánchez no se cansa de decir que las cosas en Cataluña han mejorado mucho desde que él está en La Moncloa. Claro que nunca habla de la persecució­n en los colegios públicos de los chicos que se empeñan en hablar su lengua materna, que es el español.

La verdad es que quien ha virado 180º grados es Sánchez, que en 2017 apoyó la aplicación en Cataluña del artículo 155 de la Constituci­ón y fue él quien aseguró que Puigdemont había cometido un delito de rebelión y prometió que lo traería a España para que fuera juzgado por ello. El mismo Sánchez que ahora elimina el delito de sedición, saca a la Guardia Civil de Navarra o mete a los asesinos etarras en cárceles del País Vasco, de donde saldrán pronto a la calle a tomar unos chiquitos en las tabernas entre aplausos. Todo un panorama.

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