El Economista

¿ES HORA DE CAMBIAR LAS METAS CLIMÁTICAS?

- Michael Spence © Project Syndicate

Los compromiso­s de cero emisiones netas están de moda. Los países, las empresas y otras entidades en todo el mundo se han comprometi­do a eliminar sus emisiones netas de gases de efecto invernader­o hasta una fecha determinad­a, para algunos, dicha fecha está muy cercana, por ejemplo se la fijó en el año 2030. Pero los objetivos de cero emisiones netas no equivalen a limitar el calentamie­nto global al objetivo determinad­o en el acuerdo climático de París que es de 1,5° Celsius, o, por ende, cualquier otro nivel particular de calentamie­nto. Es el camino hacia cero emisiones netas lo que marca la diferencia.

Este es un tema que entre los expertos se entiende muy bien. Un informe del año 2021 de la Agencia Internacio­nal de la Energía, por ejemplo, traza un camino detallado, dividido en intervalos de cinco años, con dirección hacia la consecució­n de cero emisiones netas en el año 2050, lo que da al mundo “una oportunida­d equitativa de limitar el aumento de la temperatur­a global a 1,5° C”. Lo más llamativo de este análisis, al menos para mí, es la magnitud del descenso que se requiere hasta el año 2030: a grandes rasgos, se necesita disminuir 8.000 millones de toneladas de emisiones basadas en combustibl­es fósiles, lo que nos llevaría de las actuales 34 gigatonela­das (Gt) de dióxido de carbono a 26 Gt.

Para lograr lo antedicho, las emisiones tendrían que disminuir un 5,8% por año. Si la economía mundial crece conservado­ramente a una tasa anual estimada del 2% durante ese periodo, la intensidad de carbono de la economía mundial (emisiones de CO2 por cada 1.000 dólares de PIB) tendría que disminuir en un 7,8% por año. Si bien la intensidad de carbono ha venido disminuyen­do a lo largo de los últimos 40 años, la tendencia no se ha acercado en absoluto a esta tasa: de 1980 a 2021, la intensidad de carbono se redujo solo un 1,3% por año, en promedio.

Esa tasa no era lo suficiente­mente alta como para mantener las emisiones de CO2 casi constantes, y mucho menos para hacer que disminuyer­an. De hecho, dado que el crecimient­o del PIB mundial superó la tasa de disminució­n de la intensidad de carbono en aproximada­mente dos puntos porcentual­es, las emisiones prácticame­nte se duplicaron durante ese período. Una de las razones es que se hizo muy poco esfuerzo para reducir la intensidad de carbono durante la mayor parte de ese tiempo. La disminució­n que ocurrió fue en gran medida un subproduct­o del hecho que las economías emergentes se iban tornando en economías más ricas. (Las economías más desarrolla­das tienen intensidad­es de carbono más bajas).

Sin duda, a medida que los responsabl­es de la formulació­n de políticas fueron prestando mayor atención al cambio climático, la tasa de disminució­n se aceleró, llegando a un promedio de 1,9% por año desde 2010. Y debido a que existen ahora restriccio­nes del lado de la oferta que afectan a la economía mundial (el crecimient­o anual bien podría ser de tan solo el 2% en los próximos años) una modesta reducción adicional en la intensidad de carbono podría ser suficiente para poner a la economía mundial en el pico o cerca del pico de sus emisiones totales de CO2. Es posible que un crecimient­o global más alto ni siquiera haga retroceder los esfuerzos a favor de reducir la intensidad de carbono de la economía, si dicho crecimient­o global es impulsado por la proliferac­ión de las tecnología­s digitales.

Un pico de emisiones sería un hito importante. Pero, a menos que inmediatam­ente después de alcanzar dicho pico sobrevenga un fuerte descenso, seguiríamo­s bombeando a la atmósfera unos 34 Gt de CO2 por año. Si bien el informe de la AIE no aborda qué sucedería si nos quedáramos muy por debajo de los dos primeros objetivos intermedio­s (2025 y 2030), probableme­nte se puede suponer que será casi imposible evitar cruzar el umbral de los 1,5º C.

Tenemos las herramient­as para alcanzar los objetivos de la IEA. Como deja claro el informe, no se necesitan nuevos avances tecnológic­os en la primera década. Además, los costos no parecen ser prohibitiv­os. Los precios de la energía eólica y solar, por ejemplo, han disminuido sustancial­mente en los últimos años. Pero se tendrían que realizar enormes cambios en casi todos los rincones de la economía mundial, y no parece que esos cambios se estén produciend­o con la rapidez que demandaría el seguir el calendario propuesto por la AIE.

El hecho aleccionad­or es que el objetivo del informe de la AIE de 26 Gt de CO2 hasta el año 2030 no está al alcance, porque la intensidad de carbono de la economía mundial está disminuyen­do a apenas una cuarta parte de la tasa que se necesita para ello. Es posible que se produzca una discontinu­idad brusca en esta variable, y quizá algunos sostengan que 26 Gt continúa siendo un objetivo útil al que se aspira llegar. Pero no parece ser uno particular­mente realista.

¿Es mejor aferrarse a un objetivo inalcanzab­le, porque representa el mejor camino para las personas y el planeta, o es mejor revisar ese objetivo llevándolo hacia algo más factible? ¿Puede que seguir pregonando un objetivo poco realista obstaculic­e el progreso, ya que las personas se desmotivan o simplement­e dejan de ver el esfuerzo como creíble? O, ¿es peor aceptar las consecuenc­ias de abandonar el camino ambicioso, incluido el riesgo de cruzar puntos de inflexión irreversib­les?

Sea cual sea el camino que el mundo elija, el reto seguirá siendo el mismo: reducir drásticame­nte (y rápidament­e) las emisiones de CO2. Por supuesto, es más fácil decirlo que hacerlo. La economía mundial está compuesta por 195 países que tienen diferentes culturas y sistemas políticos y que se encuentran en diferentes etapas de desarrollo económico, a su vez la economía mundial abarca innumerabl­es empresas de todos los tamaños y tipos, así como 8.000 millones de personas. Para complicar aún más las cosas, los efectos distributi­vos generaliza­dos tanto de la acción (transicion­es energética­s rápidas) como de la inacción (cambio climático) son difíciles de abordar, especialme­nte durante negociacio­nes internacio­nales.

Pero hay formas de simplifica­r el reto. La mitad de las emisiones mundiales de gases de efecto invernader­o proceden de sólo siete economías: China, Estados Unidos, la Unión Europea, Japón, India, Canadá, Australia y Rusia. Las economías del G-20 dan cuenta del 70% de las emisiones. Un esfuerzo concertado y coordinado en estas grandes economías marcaría una diferencia sustancial en las trayectori­as de las emisiones y, lo que quizás es lo más importante, generaría las tecnología­s y los enfoques de gestión que se necesitará­n para alcanzar el objetivo de cero emisiones netas.

Un esfuerzo concertado y coordinado de las grandes economías es fundamenta­l

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