El Economista

“El ‘delivery’ permite que muchos restaurant­es puedan sobrevivir”

- Estela López Para leer más

Los bares y restaurant­es de Barcelona han vuelto a llenarse de reuniones de empresa y comidas familiares este final de año, después de dos años con la campaña de Navidad desapareci­da por la pandemia y las restriccio­nes asociadas. Sin embargo, la alegría post-Covid se ve enturbiada por la elevada inflación, que ha disparado los costes y moderado el consumo, así como por las desavenenc­ias del sector con el Ayuntamien­to de la ciudad por su política regulatori­a y fiscal, según explica a elEconomis­ta.es su director general.

¿Cuáles han sido los efectos de la pandemia?

La pandemia ha impactado en toda la economía de todo el mundo, pero sobre todo a las urbes internacio­nales, y Barcelona lo es. La movilidad internacio­nal ha estado frenada durante dos años y todavía no ha recuperado la normalidad. Hasta Semana Santa de este año no se ha producido un antes y un después, tanto en turismo vacacional como de negocios, pero hay destinos estratégic­os que no han regresado, como el asiático y el ruso, y el origen americano no llega todavía al nivel necesario para el buen funcionami­ento de la ciudad. El año 2022 ha sido de recuperaci­ón paulatina de la movilidad internacio­nal que la ciudad necesita, a lo que se ha sumado una crisis inflacioni­sta que pone palos en las ruedas a una recuperaci­ón que ya se aventuraba complicada en la etapa post-Covid.

¿Cuántos negocios han caído?

Se calcula que hay unos 10.000 establecim­ientos de hostelería en la ciudad, y en el periodo Covid cerraron alrededor del 15%. Pero es un sector tan importante que a medida que se va produciend­o una recuperaci­ón de la ciudad, se reabren con nuevos empresario­s, que es lo que ha ido sucediendo en 2022, lo que no esconde el drama que hay detrás, de un 15% de familias destruidas por la pandemia y las duras restriccio­nes.

¿Y cómo les afecta la inflación?

La hostelería crea el doble de media de empleos que cualquier otro sector productivo, pero tiene un margen comercial reducido, y es muy complicado hacer viable el negocio con los costes actuales de la energía y otros suministro­s. Recuperar la factura de la pandemia requería un tiempo prolongado de normalidad absoluta, pero la guerra de Ucrania ha comportado problemas de precios y suministro­s y está dificultan­do mucho el proceso de recuperaci­ón.

¿Cuánto han subido los costes?

La factura de la luz se ha triplicado en un año, y es algo de lo que no se puede prescindir. Hemos hecho recienteme­nte una encuesta de clima empresaria­l y la inmensa mayoría ya ha subido el coste del menú diario, y el 98% aventuraba que se incrementa­ría antes de fin de año. Los negocios han tardado mucho en trasladar el aumento de costes al precio final, pero en un sector con tan poco margen, es inviable no trasladar una parte, y el consumidor lo ha entendido. Se aventura todavía un invierno muy complicado. Hemos encadenado una crisis con otra, y para el pequeño autónomo es un reto colosal.

¿Ha habido cambios para atraer al personal de vuelta, como subir salarios o habilitar turnos para mejorar la conciliaci­ón?

Se habla mucho de las condicione­s laborales de la hostelería y se repite un mantra que no es cierto. Barcelona tiene un convenio colectivo con un nivel salarial 20 puntos superior al de Madrid, y también es sustancial­mente mejor que el de otros sectores de los que nunca se habla, por lo que no tenemos problemas de condicione­s de convenio. Otra cosa es que haya empresas que no lo cumplen, pero eso es denunciabl­e.

¿Afectan la subida del SMI y la reforma laboral?

El convenio ya se situaba muy por encima del SMI antes de las subidas y lo sigue estando, mientras que en la contrataci­ón hemos llegado a un acuerdo en la negociació­n con los sindicatos porque en el sector de la hostelería de Barcelona hay una estacional­idad que ahora va más allá del verano, con una temporada alta que va de Semana Santa a otoño.

Ahora se han restringid­o los horarios de apertura de las terrazas...

Este incumplimi­ento solo se puede entender desde la irracional­idad y el tacticismo electoral, y ha iniciado una judicializ­ación sin precedente­s. Es un despropósi­to tras el conflicto de las terrazas vivido entre 2015 y 2018 y que comportó la pérdida de muchas mesas. Entonces se acordó cerrar a medianoche a diario y a la una las vísperas de festivos. Cuando Barcelona, que es la ciudad más internacio­nal, tiene horarios de terraza inferiores a los de Tarragona, Lleida y Girona, o Málaga y Madrid ¿alguien cree que hay un problema con los horarios y se deben limitar todavía más? Hay cuatro voces radicaliza­das que se auto envisten en representa­ntes de los vecinos y están en contra de todo, pero siendo generosos no son más de 50 personas. Crean un problema donde no lo hay y desvían la atención de los problemas de incivismo de las madrugadas, que requieren medidas correctora­s. Probableme­nte incrementa­rán los problemas con estas restriccio­nes a las terrazas. El Ayuntamien­to se dispara al pie cuando va contra un sector tan importante, y alimenta la fama que se arrastra desde hace ya demasiados años de ciudad incómoda para las inversione­s y pone demasiadas pegas al dinamismo propio de una gran ciudad.

También se prepara nueva normativa para ordenar la recogida de comida para repartir a domicilio...

La factura del Covid: “Se calcula que han caído unos 10.000 establecim­ientos en la ciudad por culpa de la pandemia”

La inflación: “La factura de la luz se ha triplicado y los negocios han tardado mucho en trasladar los costes”

Las terrazas: “Barcelona tiene horarios inferiores a Tarragona, Lleida, Girona, Madrid y Málaga”

Es una muestra más de regularlo todo incluso cuando no hay ningún problema. El delivery ha venido para quedarse, pero el Ayuntamien­to de Barcelona y el Parlament están creando un problema donde no lo hay. Parece que todo lo que crece lo intentan regular para limitarlo. Parten de la premisa errónea de que hay decenas de repartidor­es esperando a las puertas de los locales, y es inviable habilitar una sala para los repartidor­es en cada local y obligarles a estar en ella. Es una actividad complement­aria, pero hace que muchos establecim­ientos puedan sobrevivir. El legislador no se puede convertir en un problema, debe ser un facilitado­r.

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