El Economista

EL BRUTAL INVIERNO COVID DE CHINA

- Nancy Qian Directora Fundadora de China Econ Lab © Project Syndicate

El mes pasado, China finalizó su política de cero Covid, poniendo fin de forma tumultuosa a las restriccio­nes después de casi tres años. La brusquedad de la medida sorprendió a casi todo el mundo. El proceso podría haber sido mucho más gradual, con un cambio más lento de los cierres forzosos masivos a políticas más flexibles, como la autoexclus­ión voluntaria y el distanciam­iento social. En lugar de ello, el gobierno ha tirado la cautela al viento.

Como resultado, China está sufriendo uno de los peores brotes desde el inicio de la pandemia. Cientos de millones de personas se han infectado en el espacio de unas pocas semanas, y muchos expertos esperan que la cifra de muertos supere el millón. Las redes sociales chinas están siendo inundadas con desgarrado­res relatos de pérdidas personales e imágenes de hospitales desbordado­s. Aunque las cifras exactas de infección y mortalidad no están claras, el panorama general es innegable: el pueblo chino está luchando por sobrevivir.

La situación recuerda a la que vivieron muchos otros países en las primeras semanas de la pandemia. Pero, a diferencia de lo que ocurre en la mayoría de las economías desarrolla­das, las caracterís­ticas clave de la estructura social y económica de China hacen que sea especialme­nte difícil para los hogares corrientes hacer frente al virus.

Reducir las tasas de infección en las poblacione­s de alto riesgo, por ejemplo, requiere autoaislam­iento, razón por la cual los ancianos de las economías avanzadas han reducido voluntaria­mente las interaccio­nes con sus hijos y nietos. Pero los ancianos de China no pueden autoaislar­se tan fácilmente, porque

A pesar del salvaje aumento de contagios, la vuelta a la normalidad es el camino correcto

muchos son los principale­s cuidadores de sus nietos.

En 2013, la Comisión Municipal de Población y Planificac­ión Familiar de Shanghai informó de que el 90% de los niños pequeños de la ciudad estaban al cuidado de al menos un abuelo. Las tasas son más bajas en otras ciudades, pero siguen siendo mucho más altas que en Estados Unidos. Más del 50% de los abuelos chinos cuidan de sus nietos, mientras que solo lo hace el 3,8% de los estadounid­enses.

Esta diferencia se debe en parte a la tradición. Muchos ancianos chinos viven con sus hijos adultos, y las residencia­s de ancianos siguen siendo escasas en el país. Pero las condicione­s económicas también desempeñan un papel importante. En las zonas urbanas, los padres necesitan cada vez más la ayuda de los abuelos para criar a sus hijos, debido al agotador horario laboral de 9-9-6 (de 9 de la mañana a 9 de la noche, seis días a la semana) y a un sistema educativo brutalment­e competitiv­o.

Además, desde 1990 se han triplicado en China los hogares formados por abuelos y nietos. Como los cientos de millones de chinos que emigran a las ciudades para trabajar tienen prohibido traer consigo a sus familias, unos 60 millones de niños permanecen en las zonas rurales con los abuelos y otros parientes.

También muchos padres urbanos han dejado atrás a sus hijos. En las ciudades, los niños suelen vivir con los abuelos, que tienen propiedade­s en el centro, donde se encuentran las mejores escuelas y otros servicios. A los ancianos de hoy en día se les asignó una vivienda antes de que las reformas de mediados de los noventa transfirie­ran la propiedad del Estado a los ocupantes. Como los precios de la vivienda urbana se han disparado, los hijos adultos de los beneficiar­ios se han visto obligados a irse a suburbios más asequibles. En Shanghai, donde los precios inmobiliar­ios son los terceros más altos del mundo, los abuelos son los únicos cuidadores del 45% de los niños pequeños de la ciudad.

Cuando los chinos se infectan o enferman gravemente, buscan atención de urgencia como último recurso. Pero su acceso a una atención eficaz es mucho más limitado que en los países de renta más alta. En 2021, el PIB per cápita de China era de sólo 12.556 dólares, menos de una quinta parte del de Estados Unidos (70.248 dólares). Esta gran diferencia de ingresos se refleja en la prestación de asistencia sanitaria pública, incluso de formas que no siempre son evidentes.

Por ejemplo, aunque China y EEUU tienen un número comparable de camas de hospital y médicos por persona, estos indicadore­s ocultan una calidad asistencia­l inferior. La mayoría de las habitacion­es de los hospitales chinos son compartida­s por muchos pacientes, lo que plantea problemas evidentes en caso de brote contagioso. Peor aún, en 2022, China solo disponía de una media de cuatro camas de cuidados intensivos por cada 100.000 habitantes, frente a las más de 30 por cada 100.000 de Estados Unidos.

Los limitados recursos públicos de China también se reflejan en el elevado precio de los tratamient­os. En EEUU, el gobierno compró 20 millones de dosis de Paxlovid a 530 dólares cada una y las suministró gratuitame­nte a los estadounid­enses. En China, los pacientes deben comprar actualment­e Paxlovid al precio de mercado de 426,80 dólares por ciclo, lo que equivale al 8,3% de la renta media anual disponible (5.092 dólares). A modo de comparació­n, esto sería como pedir al estadounid­ense medio que pagara 4.034 dólares.

En los próximos meses, es probable que estas cuestiones se vuelvan más problemáti­cas a medida que los trabajador­es emigrantes propaguen el virus a la población rural cuando regresen a sus hogares con motivo del Año Nuevo Lunar (22 de enero). En las zonas rurales de China, donde viven unos 500 millones de personas, hay aún más hogares multigener­acionales y, por lo general, son más pobres, con sólo la mitad de camas por hospital y muy pocas unidades de UCI. Por ello, muchos temen que la China rural se encamine hacia un “oscuro invierno Covid”.

La pandemia de Covid-19 comenzó en China durante las fiestas del Año Nuevo Lunar de 2020. Ahora, por primera vez en tres años, el pueblo chino puede ver una pequeña luz al final del túnel. Pero la última milla será agotadora. Los hogares deben hacer todo lo posible para protegerse con un acceso muy limitado a algunas de las herramient­as más importante­s para luchar contra la enfermedad. Aunque hay pocas dudas de que la vuelta a la normalidad es la dirección correcta para China, los días y semanas que quedan por delante van a ser sumamente difíciles y estarán llenos de penas.

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