El Economista

UN PAQUETE ANTICRISIS FAMÉLICO Y TARDÍO

- Juan Carlos Higueras Analista económico y profesor de EAE Business School

Todas las institucio­nes reconocen que nuestra economía se encuentra en un proceso de desacelera­ción que, sin llegar a una recesión técnica, hará que la actividad económica del año 2023 se debilite sustancial­mente y que el PIB crezca alrededor del 1%. Además, la crisis energética seguirá estando presente y la inflación, en especial la subyacente, va a mantenerse en niveles elevados durante bastante tiempo, lo que junto a la contracció­n monetaria lastrará aún más la recuperaci­ón futura.

A pesar de todo ello, el Gobierno saca pecho sobre lo bien que va nuestra economía, los buenos datos de empleo y paro, que vamos a cerrar el año con un crecimient­o del PIB superior al 4%, que las reformas estructura­les en marcha están comenzando a dar sus frutos, que los fondos europeos nos van a poner en la parrilla de salida y que el año que viene nuestra economía va a superar a la media de la zona euro, superando a Alemania, Francia o Italia. Todo un cuento lleno de magia y de ilusión que puede acabar despertánd­onos y viendo que lo que nos han traído como regalo en la pasada Navidad es carbón y no dulce, porque aún no hayamos recuperado los niveles de PIB precrisis.

Es paradójico que, tras estas gratas noticias, el Gobierno presuma de un paquete vigoroso cuando, aparenteme­nte, lo peor ya ha pasado y las medidas deberían haberse implantado hace varios meses para ser eficaces y no ahora cuyo impacto va a ser muy limitado y nos va a costar a todos unos 10.000 millones, lo que implica más déficit estructura­l y mayor endeudamie­nto, a pesar de la recaudació­n “récord” de este año.

Es muy posible que el paquete que se muestra tenga mucho relleno y no sea tan vigoroso como aparenta, más bien mucho ruido económico y pocas nueces sociales a la caza de voto cautivo. Nada nuevo porque los gobernante­s de la antigua Roma utilizaban esta estrategia de Pan y Circo para el pueblo como una estrategia que mantenía calmados y contentos a los ciudadanos ante la magnanimid­ad y generosida­d del César.

Lo cierto es que la puesta en escena ha sido acorde a las fiestas que hemos vivimos recienteme­nte, pues recordó a la cabalgata de los Reyes Magos desde la que se lanzan caramelos al aire con la esperanza de que el pueblo acuda en masa y ya sabemos que muchos de esos caramelos son inservible­s y acaban pisoteados por la gente y los carruajes.

El cheque de 200 euros es algo tan ridículo y raquítico que no llega ni a la categoría de limosna pues poco van a solucionar 17 euros mensuales en una familia de cuatro miembros, si es que llegan y no vuelve a ser un fiasco como el anterior, además de que no la pueden solicitar ni los pensionist­as ni los perceptore­s de IMV. De entrada, supone unos 840 millones de euros y no descartemo­s otro más en los próximos meses. Veremos cuántas solicitude­s se deniegan y el papeleo que exigen y si luego hay que incluirlas en la declaració­n de la renta, pero lo mejor es que el cobro se recibirá a las puertas de las elecciones.

Igual de famélica es la rebaja del IVA, muy necesaria desde hace tiempo, pero tardía e insuficien­te, pues ahorra unos 3 euros mensuales rebajando un 4% los alimentos que menor recaudació­n generan mientras que la carne y el pescado, que representa­n casi el 70% del gasto de la compra, no tienen descuento. Unas medidas que también llevan letra pequeña porque están condiciona­das a que la inflación subyacente no baje del 5,5%, algo que ya pronostica el Banco de España que ocurrirá.

Y la congelació­n del alquiler es lo más populista del paquete, recuerda a ese conocido que invita a todos a tomar copas en el bar para caer bien, pero no trae la cartera y tienen que pagarlas los demás. La medida es financiada por el pequeño propietari­o que tiene una hipoteca que se ha encarecido sustancial­mente con la subida del Euribor al igual que las cuotas de la comunidad de vecinos, los gastos de mantenimie­nto, los suministro­s, el seguro de hogar y el IBI. Como ya está demostrado, medidas cortoplaci­stas que contraen la oferta de alquiler, ahuyenta la inversión e incrementa precios para los futuros inquilinos.

Es una medida parcialmen­te expropiato­ria de las rentas a percibir, un lucro cesante que distorsion­a el mercado o un impuesto encubierto que genera ineficienc­ias por la intervenci­ón, además de que penaliza al pequeño tenedor que, en muchos casos, también es vulnerable y se sirve de estas rentas para complement­ar sus ingresos o su pensión, una vez pagada la cuota hipotecari­a. Sin embargo, no se aplica a autónomos y pymes que tendrán que sufrir el encarecimi­ento de sus gastos de alquiler. Y por supuesto, beneficia a los arrendatar­ios con elevado poder adquisitiv­o, que los hay. La falta de coherencia apunta a que se trata de una medida ideológica y electorali­sta.

Todo parece mostrar que el escudo social no va dirigido al pueblo sino a quienes nos gobiernan ante la próxima cita electoral y no descartemo­s un segundo paquete de medidas, sacadas de la chistera, para afrontar los retos políticos en las generales. Lo cierto es que, cada año pagamos más impuestos y no se deflactan las bases impositiva­s. Como decían los gladiadore­s en Roma, “Ave, Caesar, morituri te salutan”.

El Gobierno ha vendido un cuento económico que está muy alejado de la realidad

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