El Economista

EUROPA DEBE CORREGIR SUS GRAVES ERRORES ENERGÉTICO­S

- Daniel Gros © Project Syndicate

Los europeos por fin tienen un momento de respiro con respecto a pagar precios altísimos por el gas. Gracias a la disminució­n de la demanda por parte de los hogares y del sector industrial (baja impulsada por los esfuerzos de ahorro de energía y un invierno más suave de lo habitual) acoplada con el incremento de fuentes alternativ­as (como la eólica y la nuclear), los precios del gas han caído a niveles que no se vieron desde antes de que Rusia invadiera Ucrania el pasado mes de febrero. Pero los precios podrían volver a subir, y los gobiernos no deberían permitir que esto ocurra.

En toda la Unión Europea, la generación de electricid­ad y el gas están indisolubl­emente unidos. El gas es el combustibl­e más flexible para las centrales térmicas, lo que lo hace indispensa­ble en las horas pico. Pero no es particular­mente eficiente. De hecho, el gas necesita al menos dos megavatios hora de contenido calorífico para producir un megavatio (MWh) de electricid­ad.

El año pasado, cuando casi la mitad de los reactores nucleares de Francia fueron desconecta­dos, se perdieron más de 50 teravatios hora (TWh) de energía nuclear. Para compensar el déficit, habría sido necesario importar una cantidad de gas natural adicional equivalent­e al valor de 100 TWh. Ya que los precios de gas estaban en promedio en más de 100 euros (106 dólares) por MWh (esto debido en parte a la pérdida de energía nuclear), el costo implícito fue de más de 10.000 millones de euros. Una de las razones clave para el reciente descenso de los precios del gas es que se han reiniciado algunos reactores nucleares franceses.

Sin embargo, lo que tiene mayor importanci­a es que los precios de la electricid­ad están bajando gracias al llamado sistema de orden marginalis­ta de Europa, mediante el cual el precio de la electricid­ad es determinad­o por la fuente más cara. Por supuesto, la fijación de precios según el costo marginal también fue la razón por la cual los precios mayoristas de la electricid­ad aumentaron considerab­lemente en Europa después de que comenzara la guerra, en tanto que se mantuviero­n constantes en Estados Unidos. Pero esos precios altos no fueron algo malo: incentivar­on a los usuarios a consumir menos, reduciéndo­se así la necesidad de importar gas. El problema es que solo los precios al por mayor, es decir aquellos precios pagados por el sector industrial y los servicios públicos, están determinad­os por el sistema de orden de mérito. Las tarifas minoristas a menudo están fuertement­e reguladas, lo que genera grandes discrepanc­ias de precios entre países.

En Alemania e Italia, países donde los costos de la electricid­ad han estado regulados con menos fuerza, los precios minoristas han llegado a aproximada­mente duplicarse

Las intervenci­ones estatales en energía van en contra de la posición geopolític­a de la UE

desde el comienzo la guerra, según datos del Household Energy Price Index. En Francia, por el contrario, el gobierno ha decretado que los precios minoristas deben permanecer esencialme­nte constantes, y en España los subsidios han provocado que los precios pagados por los hogares disminuyan, a pesar del aumento de costos provocado por la guerra.

Los esfuerzos de los gobiernos por proteger a los hogares y a las empresas del impacto de los costos más elevados tienen beneficios obvios, como por ejemplo la mitigación de las presiones inflaciona­rias, por lo que la inflación general es mucho más baja en Francia y España que en Alemania e Italia. Pero los costos económicos indirectos son considerab­lemente mayores, empezando por el alto precio que significa la eliminació­n del incentivo para ahorrar energía. (Los topes de precios aplicados al gas se basan en una lógica similar y tienen el mismo efecto indeseable).

Además, los subsidios elevan la deuda pública, algo que ni Francia ni España pueden darse el lujo de hacer, dado que ambos países enfrentan ya niveles de endeudamie­nto sin precedente­s. Los esfuerzos por aliviar las presiones de los precios también contribuye­ron a los recientes problemas nucleares de Francia. La productora de energía nuclear Electricit­é de France sufrió enormes pérdidas el año pasado, luego de que el gobierno la obligara a vender una parte significat­iva de su producción a precios por debajo del costo.

Pero Francia y España no se conforman con mantener bajos los precios minoristas, sino que ahora están ejerciendo presión para abolir el sistema de marginalis­ta a nivel de la UE. Se quejan de que la fijación de precios según el costo marginal mantiene altos los precios de la electricid­ad en tanto que los del gas continúen siendo elevados, incluso si aumenta la proporción de energías renovables de bajo costo. Estos países argumentan que los consumidor­es deberían cosechar los beneficios de las inversione­s en energías renovables.

El problema con esta postura populista, la cual también ha sido adoptada por la Comisión Europea, es que ignora la importante función que cumplen los precios altos de la energía con respecto a reducir la demanda de gas e impulsar la inversión en energías renovables. Existen otras formas de apoyar el poder adquisitiv­o de los hogares.

Sí, es verdad que el sistema marginalis­ta de Europa tendrá que ser repensado cuando las energías renovables de costo marginal cero desplacen a todos los combustibl­es fósiles. Pero este método es el sistema ideal para la transición a emisiones netas cero. Esa transición llevará demasiado tiempo como para que los países puedan darse el lujo de continuar otorgando subsidios, especialme­nte si no se permite que los precios aumenten lo suficiente como para estimular la inversión necesaria.

Desafortun­adamente, esta situación podría presentars­e, debido a que en la UE la calidad de la formulació­n de políticas está decayendo. La Comisión solía ser un bastión contra los intentos de los Estados miembros de lanzar intervenci­ones en sus economías por motivos políticos. Ahora parece haber abandonado este papel, no solo con respecto a las políticas energética­s, sino también a la hora de limitar las ayudas estatales.

Lo antedicho encaja con la autopercep­ción de la Comisión, que se ve como un organismo “geopolític­o”. Pero incluso desde una perspectiv­a geopolític­a, los esfuerzos por controlar los precios del gas y la electricid­ad no tienen sentido. A medida que aumenten los costos de las intervenci­ones estatales en el mercado energético, decaerá la posición geopolític­a de la UE.

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