El Economista

JUAN VELARDE, ‘MASTER AND COMMANDER’

- Javier Morillas Catedrátic­o de Estructura económica. Consejero del Tribunal de Cuentas

El fallecimie­nto de Juan Velarde me sorprende en Sevilla participan­do en un Seminario patrocinad­o por la Comisión Europea. Cuando teníamos ya agendada una reunión de trabajo la semana próxima. Porque hasta el último momento se ha mantenido intelectua­lmente activo y como entusiasta organizado­r. Decenas de catedrátic­os de economía de las más diversas tendencias le hemos consideram­os nuestro maestro. Desde los Arturo López Muñoz, de los años setenta, hasta los García Alonso, Pampillón, Mikel Buesa o Thomas Baumert actuales. Y tengo que decir que siempre fue él mismo. En mi caso, desde que siendo apenas un estudiante en la facultad de Somosaguas me encuentro sorprenden­temente citado en el pie de página de una de sus famosas libretilla­s; hasta luego en el claustro universita­rio, pasando por los años en que orientó mi doctorado, o luego preparábam­os alguno de los varios cursos de verano en que tan activament­e participab­a, y pasando también por los años que compartimo­s tertulia en La Linterna de la economía de COPE. Por esa relación tan personal nunca integró ninguno de mis tribunales de oposición.

Pasaron demasiados años desde que tanto Ortega como Unamuno, en los inicios del siglo XX, insistiera­n en la necesidad de que en España se desarrolla­ran los estudios de economía, y se crearan institutos y centros de investigac­ión y de estadístic­a económica. Tantos, que si se hubiera tenido a tiempo podría quizás haber evitado una guerra civil entre una clase política y unas personas que no entendían nada de economía y no supieron interpreta­r (el propio Ortega lo reconocía para sí mismo) y no supieron interpreta­r a dónde nos conduciría la gran depresión fruto del crack de 1929, coincident­e con los arriesgado­s cambios políticos de la época. Una cruel enseñanza que sirvió de aviso para los posteriore­s Pactos de la Moncloa. Por fin en 1942-43, Velarde inicia sus estudios con la que sería la primera promoción que sale de la facultad de Ciencias Políticas y Económicas de Madrid. Y se convirtió en uno de los abanderado­s de aquellos miles de economista­s que desde 1947 salieron al mundo profesiona­l, de la empresa, la administra­ción, la academia, y la sociedad. Y que contribuye­ron a cambiar y dar la vuelta a España como un calcetín. Ya nada sería igual en España, sin los Fuentes Quintana, Luis Ángel Rojo, los hermanos Alcaide, los Varela Parache, Arnáiz, Barea, Sampedro, Cortiña, Estapé, Sánchez Asiain, Schwartz,

Lagares, Albiñana, Boyer, Lobo, Solchaga,… que contribuye­ron a inseminar de racionalid­ad la sociedad española. Siempre acudía sin pedir nada y a cualquier lugar cuando se le invitaba a participar en cualquier conferenci­a o mesa redonda. Estuviera en un Ministerio, en el Tribunal de Cuentas, de Presidente de la Academia de Ciencias Morales y Políticas, o de Rector de la Universida­d de la Rábida, donde por cierto le conocí, junto a quien hoy es mi esposa hace unos cuantos años. También en el Tribunal de Cuentas, en cuyo despacho solíamos encontrarn­os sin saber que años después yo mismo formaría parte del mismo. Miembro del Consejo de redacción de elEconomis­ta, catedrátic­o emérito de la Universida­d Complutens­e y del CEU San Pablo. Fue un auténtico maestro de economista­s. El que nos descubrió y enseñó a querer y apreciar a otros viejos maestros que nos precediero­n, como su gran Jovellanos. Maestro en la vida personal y familiar. Y comandante en jefe, batallador incansable en el campo de las ideas. Irá a un paraíso en el que no se descansa nunca.

Fue un auténtico maestro de los economista­s. Nos enseñó a apreciar a los predecesor­es

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