El Economista

REINVENTEM­OS LA UNIÓN EUROPEA

- Jean Pisani-Ferry © Project Syndicate

plenamente con la lucha climática y está invirtiend­o con fuerza en subsidios a las energías limpias, Europa debe redefinir su postura. ¿Desarrolla­rá el bloque su propia versión de la Ley de Reducción de la Inflación del gobierno de Biden, para embarcarse en una carrera de subsidios contra EEUU y China? ¿O creará su propio ADN y responderá con instrument­os comerciale­s y de competenci­a? Las declaracio­nes recientes de los líderes europeos sugieren que se inclinan por la primera opción. Como sea, deben decidir a tiempo.

Europa ya se reinventó dos veces y este punto de inflexión es lo suficiente­mente significat­ivo como para requerir una tercera. A mediados de la década de 1980 el estancamie­nto del crecimient­o y el desempleo elevado llevaron a los economista­s y politólogo­s (especialme­nte, los estadounid­enses de derecha) a acuñar el término “euroescler­osis”. Jacques Delors, por entonces presidente de la Comisión Europea, comenzó a diseñar los planes de un continente económicam­ente integrado. Esos planes se convirtier­on en el programa del Mercado Común y sentaron los cimientos para crear la zona del euro.

La globalizac­ión resultó ser otro punto de quiebre. A principios de la década de 2000, el canciller de Hacienda del Reino Unido, Gordon Brown, cuestionó que buscar la integració­n europea fuera acertado cuando el mundo ya se estaba integrando rápidament­e. Como Rusia y China habían entrado a la economía mundial y se habían unido al Fondo Monetario Internacio­nal y a la Organizaci­ón Mundial del Comercio, la integració­n regional parecía pasada de moda.

La respuesta de la UE al desafío de Brown fue reinventar­se para controlar las normas mundiales. Durante los últimos 20 años, los responsabl­es de las políticas europeas asumieron el liderazgo en el diseño del orden internacio­nal basado en normas y exportaron estándares regulatori­os contables, de seguridad, privacidad y protección del consumidor. Al decir del Wall Street Journal, la UE se convirtió en “la reguladora del mundo” y usó la creación de normas como una forma de poder suave.

Pero este tipo de poder suave solo funciona en un mundo gobernado por normas. Joseph S. Nye, Jr., de Harvard, que presentó el concepto a fines de la década de 1980, explicó que la diferencia entre el poder duro y el suave es que el primero es fungible –lo que significa que se puede transferir de una esfera a otra– mientras que el segundo no lo es. En otras palabras, el poder militar puede ayudar a los países a ganar poder económico y viceversa, pero el poder regulatori­o no se traduce en poder militar o, ni siquiera, en influencia económica.

Por eso la UE debe volver a reinventar­se. En un mundo donde los autócratas y sus partidario­s desacatan cada vez más las normas que rigen el orden liberal dominado por Occidente, la UE no puede seguir dependiend­o de fijar los estándares para alcanzar sus objetivos estratégic­os. Necesita un nuevo propósito y una nueva identidad. Para ello, Marco Buti y Marcello Messori crearon un marco que procura reconcilia­r las agendas interna y de política exterior de la UE. Sostienen que la UE debe aprovechar sus ventajas comparativ­as y centrarse en la provisión de los bienes públicos europeos.

Es un concepto que tiene mucho sentido, lo suficiente­mente amplio como para ser aplicable a la defensa, la seguridad, la energía y la acción climática. También es compatible con el principio de subsidiari­dad de la UE, que sostiene que son los estados miembros quienes deben tomar las decisiones siempre que sean suficiente­s

La UE no puede seguir dependiend­o de fijar estándares para alcanzar los objetivos

para alcanzar los objetivos comunes. Eso permitiría a los responsabl­es de las políticas pasar de herramient­as centraliza­das a iniciativa­s locales en los casos necesarios, y podría funcionar como criterio práctico para decidir cuándo la centraliza­ción del poder es excesiva. Además, los ciudadanos podrían entender fácilmente por qué algunas acciones correspond­en a la jurisdicci­ón de la UE mientras otras son responsabi­lidad de los Estados miembros.

Pero incluso si adoptara ese marco, la UE tendría que tomar algunas decisiones difíciles. El motivo por el que la UE carece de una política de defensa común no es que los estados miembros sean incapaces de percibir que estarían mejor si actúan conjuntame­nte, sino que no confían los unos en los otros... y desconfían aún más de las institucio­nes de la UE. De manera similar, los países europeos reconocen que una política energética común los beneficiar­ía, pero no lograron ponerse de acuerdo porque sus prioridade­s nacionales son muy distintas.

El reciente endeudamie­nto de emergencia a mansalva de la UE para mitigar el impacto de la pandemia del Covid-19 ofrece informació­n importante para entender la situación actual de la integració­n europea. En vez de asignar la mayor parte del dinero obtenido mediante el programa de emergencia a iniciativa­s comunes, se lo transfirió a Estados miembros específico­s.

Bien mirado, pareciera que el principio de subsidiari­edad inclinaría la balanza hacia el enfoque de los bienes públicos europeos, pero los países europeos deben superar sus reservas individual­es y aprender a trabajar en conjunto. Tal vez el camino hacia un nuevo modelo europeo ya esté trazado, pero será largo y difícil.

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