El Economista

Activos financiero­s, inflación, complejida­d y prudencia

- Alirio Sendrea CFA Society Spain y Responsabl­e de Análisis de Invexce

Análisis

La inflación, en cuestión de meses, ha pasado de ser ignorada a estar en el centro de las discusione­s económicas. No es para menos. Es un fenómeno dañino, caprichoso y, en ocasiones, indomable.

Pocos profesiona­les en activo quedan en los países desarrolla­dos que hayan lidiado con la inflación y, quizás por esto, haya sido desestimad­a en un principio. Paradójica­mente, tras su primera embestida, no faltan las prediccion­es sobre su impacto y duración. La mayoría de éstas se basan en sencillas relaciones causaefect­o del estilo “si los tipos suben x%, el PIB se contrae y% y la inflación caerá a z%”. Como si de una ciencia exacta se tratase, simplifica­n en exceso un sistema tan complejo como la economía en el que interviene­n innumerabl­es variables y agentes. Hace unos años estos modelos habrían cumplido una función útil. No parece el caso en un mundo en el que se aprecian cambios estructura­les.

Considerem­os por ejemplo la energía, factor clave para todo proceso productivo. El déficit crónico de inversión en petróleo y gas, rematado con la agresión rusa a Ucrania, causó una subida meteórica de los costes energético­s. Diversos factores moderaron ese incremento, como el almacenami­ento de combustibl­es fósiles –mayoritari­amente rusos– por los países europeos, la agresiva liberación de reservas estratégic­as de EEUU, una economía china frenada por su política Covid cero y un invierno suave. Estos vientos de cola van perdiendo fuerza. La inversión sigue sin compensar el declive de los yacimiento­s, la industria petrolera rusa es objeto de sanciones, las reservas estadounid­enses han disminuido, China ha derogado sus restriccio­nes a la movilidad y desconocem­os la severidad de los próximos inviernos.

Las políticas de transición energética trazadas por los gobiernos, especialme­nte de los países desarrolla­dos, crean tal incertidum­bre que parece difícil que se incremente­n las inversione­s en hidrocarbu­ros. Entretanto, pretenden ejecutar el complicado proceso de transición a una velocidad pasmosa, marcando objetivos que implican la construcci­ón masiva de nuevas infraestru­cturas de generación y transmisió­n eléctrica. Dada la naturaleza intermiten­te de las principale­s fuentes renovables –eólica y fotovoltai­ca–, la capacidad instalada deberá multiplica­r por varias veces la demanda. Tanto estas infraestru­cturas, como la electrific­ación del parque automotor, requerirán materiales cuya demanda podría exceder en pocos años la oferta disponible, incrementa­ndo sus precios. Es el caso del cobre, el litio y las tierras raras.

La explotació­n de muchos de estos materiales está controlada por China y Rusia, países que no comparten los valores occidental­es. Por si fuera poco, el riesgo geopolític­o ha despertado de su letargo. Nuestro mundo corre el riesgo de partirse en bloques, los conflictos armados se acercan a nuestras fronteras, las sanciones y el proteccion­ismo ponen trabas al comercio. Aquellos que desoyen las sanciones a Rusia incluso obtienen ingentes beneficios de ellas, como China e India, que compran crudo ruso con descuentos para venderlo a Europa en forma de productos refinados, a expensas del consumidor europeo que termina soportando el

Hoy más que nunca debe exigir un retorno que compense los riesgos emergentes

coste de las sanciones y las ineficienc­ias. El riesgo geopolític­o también propicia el acercamien­to de las cadenas de suministro, primando la seguridad sobre los ahorros.

Por otro lado, tras años de una expansión monetaria sin precedente­s, los principale­s bancos centrales normalizan sus políticas. El incremento de tipos y la disminució­n de la liquidez incrementa­n el coste del capital, disminuyen­do el apetito por proyectos con perspectiv­as remotas de rentabilid­ad. Esto podría poner en riesgo el ritmo de las innovacion­es tecnológic­as, factor que ha jugado un importante rol deflacioni­sta durante los últimos años.

Otro gran beneficiar­io de la laxitud monetaria ha sido el sector público, acostumbra­do a que los bancos centrales financien sus ingentes déficits fiscales. Con una deuda en niveles récord, le aliviará reducirla mediante la erosión de su valor real, cortesía de un nivel sostenido de inflación de precios. Los incentivos siempre son una variable clave que considerar y, en este caso, están del lado de un agente poderoso.

El sector público, consciente de las implicacio­nes de la coyuntura actual, hace lo posible por mantener la recaudació­n y cubrir sus costes crecientes. Mientras tanto, los empleados exigen mayores salarios, los consumidor­es reajustan sus hábitos de compra y los proveedore­s de capital incrementa­n el precio de éste. El empresario se prepara para defender sus márgenes y considera la inflación como una variable en sus estimacion­es. Los patrones de conducta de los distintos agentes económicos comienzan a cambiar. Si se anclan las expectativ­as de inflación, se podría crear una poderosa dinámica de subida de precios que se refuerza a sí misma.

Esta lista ilustrativ­a solo pretende exponer que la realidad económica es mucho más compleja que los modelos que intentan predecirla, y que los desarrollo­s que se asoman pueden tener implicacio­nes de calado en la rentabilid­ad y valoración de los activos financiero­s.

Ante tal panorama, la prudencia es el camino más apropiado para el inversor. Hoy más que nunca debe exigir un retorno que compense los riesgos emergentes, con especial atención a la protección del patrimonio en términos reales.

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