El Economista

FINANZAS CLIMÁTICAS DUDOSAS

- Ricardo Hausmann © Project Syndicate

sas eléctricas nacionales (y los gobiernos que las apoyan financiera­mente) han acumulado deudas importante­s para construir estas plantas y dependen de los ingresos obtenidos por la venta de electricid­ad para servir esa deuda. Para reducir las emisiones, los países ricos intentan alentar a Indonesia y Sudáfrica a invertir en energías renovables para que las plantas sucias se puedan desmantela­r aceleradam­ente.

Es un objetivo loable. Pero los anuncios tergiversa­n el volumen de asistencia que se ofrece. Si bien puede parecer que Sudáfrica e Indonesia van a “recibir” miles de millones de dólares, los países ricos, en realidad, prometen otorgar oro y azúcar al mismo tiempo que intentan, deliberada­mente, ocultar el hecho de que, en verdad, lo que ofrecen es esencialme­nte azúcar.

Los anuncios de nuevas Alianzas para una Transición Energética Justa por lo general hablan de una combinació­n indetermin­ada de subsidios, préstamos comerciale­s ordinarios y concesiona­les, préstamos y garantías del Banco Mundial y capital del sector privado. Pero estas formas de financiami­ento no podrían ser más diferentes entre sí.

Supongamos, por ejemplo, que los miles de millones de dólares mencionado­s en uno de estos anuncios fueran otorgados a Indonesia o Sudáfrica como un subsidio. En ese caso, después de que se haya desembolsa­do el dinero y se lo haya utilizado para construir nueva capacidad de generación de energía limpia, el país receptor se quedaría con una planta antigua alimentada a carbón que no usa, una planta nueva por la que no debe nada y la deuda antigua relacionad­a con la planta de carbón que aún debe servir.

Por el contrario, si el país recibe un préstamo comercial, se quedará con la deuda vieja y la deuda nueva, pero con una sola planta para generar el ingreso necesario para servir ambas. En realidad, Indonesia y Sudáfrica

no necesitan de los países ricos para acceder a los mercados financiero­s. Pero, para mantener equilibrad­as sus finanzas, deben mantener estable la cantidad total de deuda que asumen, compensand­o esa nueva deuda con recortes en otro tipo de endeudamie­nto. Por este motivo, incluir subsidios y préstamos comerciale­s en el mismo paquete equivale a mezclar azúcar y oro.

Los préstamos concesiona­les son un tanto diferentes. Si bien el país receptor se quedaría con dos préstamos y solo una planta operativa, la deuda es menos onerosa porque es más barata de la que el gobierno podría haber obtenido por cuenta propia. Esos préstamos, por lo general, se cuentan en términos del valor actual neto del subsidio implícito, que es una función del vencimient­o del préstamo y la diferencia entre la tasa de mercado y la tasa concesiona­l (que, en ninguno de los casos anunciados, se han hecho públicas).

Las garantías son bastante similares. Por ejemplo, si un país o una institució­n multilater­al como el Banco Mundial garantiza un préstamo, el gobierno receptor obtiene un beneficio igual a la diferencia entre la tasa de interés a la cual puede endeudarse por cuenta propia y la del garante. En el caso de Indonesia, por ejemplo, esta diferencia es de apenas 153 puntos básicos en relación a Estados Unidos, lo que significa que el componente del subsidio es una pequeña fracción del valor nominal de la garantía.

Al igual que los préstamos comerciale­s, las inversione­s de capital no se deberían contar, aun si los inversioni­stas han adherido a la iniciativa de la Alianza Financiera de Glasgow para las Cero Emisiones Netas. Si bien los inversioni­stas de capital asumen más riesgos, también esperan mayores retornos. Eso obligaría a los países receptores a saldar sus deudas viejas por el carbón y pagar dividendos altos para hacer que la inversión de capital resulte viable.

Por último, si bien los préstamos del Banco Mundial son ligerament­e más baratos de lo que Sudáfrica podría conseguir de forma independie­nte, se supone que la capacidad de pedir prestado al Banco Mundial ya tenía un límite. Para que hagan una diferencia real, los programas de Transición Energética Justa deben estar acompañado­s por una mayor capacidad de préstamo del Banco Mundial a los países receptores. De lo contrario, estos países necesitarí­an abstenerse de obtener otros préstamos para inversione­s críticas en agua, educación e infraestru­ctura. Esto no los ayudaría a reducir los costos de una transición energética.

En suma, los anuncios de Alianzas para una Transición Energética Justa usan cantidades económicam­ente insignific­antes que solo suenan grandes. A menos que se ponga fin a esta práctica, los programas futuros contendrán menos oro y más azúcar. De la misma manera que el mundo ha mejorado la contabilid­ad de carbono, debe aprender a contabiliz­ar mejor el impacto real de las finanzas climáticas.

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