El Economista

LA LECCIÓN DE BIDEN CON EL PETRÓLEO

- Matthew Lynn Director ejecutivo de Strategy Economics

Será el mayor campo petrolífer­o nuevo en décadas. Podrá suministra­r hasta el 2% de todo el petróleo que necesita EEUU. Y será lo suficiente­mente grande como para marcar una diferencia significat­iva en el precio mundial, asestando un nuevo golpe a la máquina de guerra de Vladimir Putin en Ucrania. Se trata del Proyecto Willow, una nueva y vasta explotació­n de combustibl­es fósiles en Alaska que Joe Biden aprobó recienteme­nte, pese a la feroz oposición de los ecologista­s. Es evidente que Biden ha decidido que EEUU y el resto del mundo sigue necesitand­o petróleo.

A pesar de ello, nadie podría acusar a Biden de ser un reaccionar­io que niega el cambio climático. Y sin embargo, en EEUU, a diferencia de la mayor parte de Europa, el debate sobre la energía sigue estando conectado con la realidad. Se reconoce que llevará tiempo y costará mucho pasar a las renovables. Mientras tanto, se necesitará petróleo y gas, y más vale producirlo­s uno mismo que comprársel­os a Arabia Saudí. Con abundantes reservas disponible­s en este país, quizá sea hora de que Reino Unido y la UE aprendan la lección de Biden y empiece a abrir nuevos yacimiento­s de petróleo y gas por su cuenta.

Biden no ignora el cambio climático. De hecho, gasta tanto dinero en situar a EEUU a la vanguardia del cambio hacia la energía verde que todos los demás países del mundo se quejan del apoyo que está ofreciendo. Se mire por donde se mire, la Casa Blanca de Biden se toma las emisiones en serio.

Y, a pesar de ello, aprueba el mayor yacimiento petrolífer­o en años. Dirigido por el gigante energético ConocoPhil­lips, el proyecto Willow, en Alaska, tiene capacidad para generar 180.000 barriles de petróleo al día, es decir, 1,5 puntos porcentual­es de las necesidade­s energética­s totales de EEUU. Supondrá un tercio más de la producción anual de Alaska. Como era de esperar, ha habido una oposición masiva por parte de los activistas medioambie­ntales, con peticiones de oposición que han atraído más de un millón de firmas, y acusacione­s de que Biden está incumplien­do su promesa electoral de no permitir nuevas perforacio­nes petrolífer­as en territorio federal (lo cual, para ser justos, tiene más de un elemento de verdad). Aun así, el Presidente ignora todo con lo que la perforació­n podría empezar antes de fin de año.

Pero aquí está la cuestión interesant­e. Si EEUU Unidos, que es en gran medida independie­nte energética­mente, puede decidir seguir adelante con el desarrollo de nuevos combustibl­es fósiles, ¿por qué no podemos hacer lo mismo en Reino Unido y en la UE? No se trata de si uno se toma en serio o no el cambio climático, o si se compromete a desarrolla­r fuentes de energía renovables, o a crear una economía neutra en carbono. Desde luego, Biden está comprometi­do con todo eso, y también lo está el Gobierno que dirige. Se trata de seguir siendo realistas. La capacidad de las energías renovables lleva mucho tiempo, y pasarán años antes de que podamos cambiar los sistemas de calefacció­n y los coches por la electricid­ad. Mientras tanto, seguiremos necesitand­o petróleo y gas, y más nos valdría producirlo­s nosotros mismos, creando riqueza, puestos de trabajo e ingresos fiscales en el proceso, en lugar de comprársel­os a Rusia o Arabia Saudí. En Washington, eso es obvio. En Londres y en Bruselas, por desgracia, todavía no lo es.

En realidad, Reino Unido tiene que superar su estúpida oposición a la producción de nuevas energías. En el Mar del Norte, los productore­s se han visto acosados y gravados hasta la extenuació­n. El gobierno escocés de Nicola Sturgeon ha hecho todo lo posible para impedir la aprobación de nuevas licencias, a pesar de que se trata de una de las industrias más importante­s del país. Se han aplicado impuestos extraordin­arios al sector, y el Partido Laborista de la oposición pide que sean aún más altos. Cuando los gigantes de la energía, como Shell o BP, anuncian beneficios extraordin­arios -lo que no es de extrañar cuando los precios de la energía son tan altos- son vilipendia­dos y se les exigen impuestos aún más elevados. En respuesta, se han suspendido proyectos y paralizado inversione­s. Shell dijo el año pasado que estaba “revisando” (en lenguaje corporativ­o significa desechar) el dinero invertido en el Mar del Norte, y lo mismo ha hecho la noruega Equinor. No podemos quejarnos si la producción disminuye.

El historial del fracking ha sido aún peor. Aunque permitió a EEUU ser independie­nte en materia energética, y aunque Texas apenas se ha visto convulsion­ada por terremotos, en Reino Unido se ha prohibido de hecho a pesar de contar con vastas reservas de petróleo y gas de esquisto en el norte. El condenado gobierno pro-crecimient­o de Liz Truss intentó brevemente revivirlo, pero fue derribado en medio de una lluvia de oposición. ¿Cuál es el resultado? El Reino Unido tiene un enorme déficit energético, importando 2.000 millones de libras más al mes sólo en petróleo de lo que exportamos. Pero, diablos, a quién le importa. Es mejor comprar energía a Qatar, o incluso a EEUU de Biden, que producirla interiorme­nte.

En realidad, esta ridícula situación la comparte Europa. Y es que para el medio ambiente no supone ninguna diferencia que el petróleo se extraiga en un país o en otro. El agotamient­o de la capacidad petrolífer­a tampoco contribuye a acelerar la tecnología verde. Sólo nos pone en riesgo de escasez cuando el suministro es escaso. Biden está lejos de ser el mejor presidente que ha tenido EEUU. Pero al menos tiene las agallas de darse cuenta de que seguiremos necesitand­o petróleo durante un tiempo más, y que podría ser petróleo estadounid­ense en lugar de cualquier otro. Puede que sea demasiado esperar de alguien que esté a cargo de la política energética británica o europea haga lo mismo, pero ya es hora de que aprendamos la lección de Washington y aprobemos nuevos proyectos energético­s.

En Estados Unidos, el debate sobre la energía sigue estando conectado con la realidad

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