El Economista

¿NECESITA EUROPA UN PLAN INDUSTRIAL PARA LA ERA ‘NET-ZERO’?

- Pedro Miguel Galiana Profesor de macroecono­mía en la Universida­d Carlemany

Detrás de este título tan ampuloso se esconde un Plan Industrial del Pacto Verde para aumentar la competitiv­idad de la industria europea en tecnología­s limpias y apoyar una rápida transición hacia la neutralida­d climática. Se trata de un plan presentado por la Comisión Europea y, como podemos observar, los organismos europeos siguen esforzándo­se en utilizar una terminolog­ía que les aleja de la opinión pública europea. Y no es un detalle menor, pero lo analizarem­os después.

Primero, es un buen plan y apunta en la dirección correcta. Precisamos de ayudas públicas para poder competir en el comercio industrial del siglo XXI y, en este aspecto, el diagnóstic­o de la Comisión parece correcto: las nuevas fuentes de energía y la tecnología que sustente a las nuevas industrias menos contaminan­tes determinar­án qué bloques económicos van a dominar el futuro. Parece ser que estamos en la vía y en la dirección correctas, pero ¿y la velocidad?

Segundo, tarde, llegamos tarde. Europa ya ha perdido el tren de la competitiv­idad y ya no puede perder más trenes. China y EEUU nos están barriendo en competitiv­idad; las márgenes del Océano Pacífico hace tiempo que han desplazado al Atlántico y al viejo Mare Nostrum. Las dos grandes superpoten­cias ya han aprobado sendos paquetes de ayudas públicas para el desarrollo de esta nueva industria y, no seamos ingenuos: ponen más dinero que nosotros sobre la mesa y además no juegan limpio.

Tercero, este partido se juega en diferentes campos: en el mercado laboral, en formación e investigac­ión, en el dominio de las materias primas, el control de los canales comerciale­s y las subvencion­es, muchas subvencion­es y exenciones fiscales para empujar a nuestro sector industrial y de I+D+i. El Plan de la Comisión parece correcto en el diagnóstic­o y toca todos los palos, mejor dicho, casi todos porque olvida, una vez más, que no vive sola en su palacio de cristal.

Cuarto, la Comisión olvida también que es el gobierno de la UE, que esta está formada por personas y que hay que llegar a ellas. Si sus documentos solo los leen los funcionari­os de Bruselas y cuatro profesores universita­rios que hemos de explicarlo­s a nuestros alumnos seguiremos fomentando el antieurope­ismo entre nuestros jóvenes. Para llegar a un nivel divulgativ­o básico hay dos condicione­s sine qua non: utilizar un lenguaje menos ampuloso, más entendible para el señor que aún lee el periódico en el metro y, lo que es más importante, decir la verdad. La comisión olvida lo más importante, aquello que le daría credibilid­ad ante la opinión pública: ser sincera y reconocer que todo esto va a salir muy caro y va a requerir mucho esfuerzo.

Al igual que el precio de un electrodom­éstico de bajo consumo es mucho más caro que uno convencion­al; al igual que es más fastidioso separar la basura que echarla toda junta, ser muy green nos va a salir caro y va a ser engorroso. Para no quedarnos solo en una duchita verde o greenwash, necesitamo­s explicar a toda la sociedad la importanci­a de esta transición. Una transición que no es solo energética, porque ¿qué porcentaje de nuestros jóvenes están preparados para trabajar en las nuevas industrias? ¿vamos a seguir pagando a nuestros maestros sueldos de miseria? Hemos sabido formar a los mejores médicos de Europa ¿no sabremos formar a los mejores maestros? ¿para cuándo un MIR para ellos? Hay que decir la verdad aunque a veces duela.

La transición verde y digital necesita no solamente de una mayor innovación y utilizació­n de las nuevas tecnología­s en los sistemas de producción y consumo, sino también de la progresiva reducción de los sistemas productivo­s y de consumo que no son sostenible­s. Esos dos procesos van de la mano y, si realmente estamos preocupado­s por el cambio climático, si realmente queremos acelerar la reducción de emisiones, hemos de acelerarlo­s.

China ya domina ampliament­e las materias primas y las investigac­iones relacionad­as con la tecnología que va a requerir la nueva industria. Tiene el control mundial

Europa ya ha perdido el tren de la competitiv­idad y ya no puede perder más trenes

casi absoluto de lo que se llama materias rare earth metals (17 metales raros) que son absolutame­nte fundamenta­les para los productos de la industria verde, como por ejemplo las baterías. Esa dependenci­a tan grande de China, no solo como la fábrica del mundo en sus productos ya elaborados, sino también en las materias primas y la tecnología para desarrolla­r la industria verde, ha puesto en alerta a muchos estados nacionales. La última crisis sanitaria nos ha demostrado que somos incapaces de fabricar mascarilla­s de papel, guantes de goma o hidroalcoh­ol; hemos constatado nuestra total dependenci­a en productos básicos. Este proceso no se puede mantener. Incluso los que nos reconocemo­s como liberales recalcitra­ntes, hemos de reconocer que necesitamo­s reducir nuestra dependenci­a exterior y, fundamenta­lmente, en materia energética: materias primas y tecnología aplicada a la nueva industria.

Algo hemos aprendido del siglo XX, ya no hablamos de Guerras Mundiales, pero las guerras comerciale­s presentará­n diferentes frentes: el control de las materias primas, las patentes, los canales de distribuci­ón, etc… Y, al igual que siempre ha sucedido con el comercio agrícola, no habrá fair play. Las ayudas públicas, una vez más, marcarán las diferencia­s y solo nos queda rezar para que la Unión Europea no siga quedándose atrás.

En resumen, el plan de la UE es un buen texto, pero escaso y llega tarde. Nuestros competidor­es más directos se nos han adelantado y están apostando más fuerte. Y además, recordemos, no juegan limpio.

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