LA LEY DE INDUSTRIA NET-ZERO PONE EN PELIGRO LA CREDIBILIDAD DE LA UE
La normativa europea parece quedarse corta respecto a las ambiciones
La Ley de Industria Net-Zero de la UE parece creada para contentar a todo el mundo y obtener resultados limitados. La Ley de Industria Net-Zero (NZIA) propuesta por la Comisión Europea, publicada el 16 de marzo de 2023, pretende aumentar la fabricación de tecnologías limpias en la Unión Europea, como parte del Plan Industrial Green Deal, más amplio, para responder a la Ley de Reducción de la Inflación (IRA) estadounidense. Ya se han señalado varios aspectos problemáticos de la NZIA. Por ejemplo, la idea de permitir a las autoridades anular la normativa para acelerar proyectos estratégicos es ineficaz. O bien estas normativas son legítimas y eficaces, en cuyo caso los proyectos estratégicos no deberían quedar exentos, o bien son perjudiciales, en cuyo caso deberían revisarse, no solo para los proyectos estratégicos sino de forma más general, o incluso suprimirse.
Sin embargo, la cuestión más fundamental de la NZIA propuesta es que constituye un nuevo ejemplo del problemático método utilizado con demasiada frecuencia por la Comisión Europea para alcanzar un pseudoconsenso sobre temas cruciales en los que los países de la UE discrepan fundamentalmente.
La NZIA se ha presentado como una política sólida caracterizada por un objetivo ambicioso: que la capacidad estratégica de fabricación de tecnología neta cero de la UE alcance al menos el 40% de las necesidades anuales de despliegue de la Unión para 2030. Pero las medidas reales propuestas –que consisten principalmente en dar prioridad a los proyectos estratégicos en términos de permisos y en el sistema judicial– parecen quedarse cortas respecto a las ambiciones.
Se trata de un patrón que se ha repetido muchas veces. En 2010, la Estrategia Europa 2020 de la Comisión fijó numerosos objetivos, entre ellos que el gasto en I+D alcanzara el 3% del PIB y que la pobreza se redujera en un 25%, sin ninguna herramienta sustancial para alcanzarlos. En 2014, la Comisión del entonces presidente Jean-Claude Juncker prometió un impulso masivo de la inversión de más de 300.000 millones de euros. Sin embargo, dado que la mayoría de los países de la UE no estaban dispuestos a aceptar un plan de inversión pública masiva, la Comisión tuvo que encontrar otra forma de cumplir su promesa y reasignó algunos miles de millones del presupuesto de la UE para diseñar un complejo mecanismo financiero de aumento a través del balance del Banco Europeo de Inversiones. No convenció.
Más recientemente, en 2022, cuando la UE se enfrentaba a unos precios del gas muy elevados, algunos países instaron a la Comisión a diseñar rápidamente un tope de precios, mientras que otros temían que fuera perjudicialmente contraproducente. Así que en lugar de tomar partido explícitamente o intentar reconciliar a ambas partes, la Comisión propuso un tope de precios que en la práctica tenía cero posibilidades de activarse o de surtir efecto alguno.
Esta vez, mientras algunos países instan a la Comisión a responder con firmeza al IRA estadounidense, otros temen que la respuesta sitúe a la UE en una senda proteccionista. En consecuencia, la Comisión ha propuesto un objetivo de alto nivel para la producción de tecnologías limpias en la UE, pero pocos instrumentos significativos para alcanzarlo.
Anunciar a bombo y platillo iniciativas aparentemente ambiciosas pero ineficaces es un método peculiar de la UE, pero aparentemente eficaz desde el punto de vista político, para reconciliar a los países que están a favor de una iniciativa con los que están en contra.
En el caso de la NZIA, si la Comisión realmente quisiera lograr un consenso significativo, podría haber explicado detenidamente por qué cree que el objetivo del 40% es la cifra óptima que resuelve el difícil equilibrio entre rentabilidad y resiliencia que se encuentra en el centro de los desacuerdos entre los países de la UE. También podría explicar cómo las medidas propuestas podrían ayudar de forma realista a alcanzar este objetivo, sin ralentizar la transición ecológica. Pero no es el caso.
En última instancia, la iniciativa a la que más se parece la NZIA es el Plan Juncker, con su ineficaz “plataforma”, su promesa de reducir la burocracia y mejorar el entorno normativo a la velocidad de la luz, y sus recursos absurdamente reducidos (¡11 millones de euros en cinco años esta vez!). La NZIA se ha creado para que probablemente no consiga su objetivo.
Quienes se oponen a la propuesta posiblemente se sentirán aliviados cuando comprendan que no costará nada ni conseguirá nada. Sin embargo, esta táctica de la Comisión Europea –anunciar un plan aparentemente ambicioso para complacer a algunos Estados miembros, mientras se le priva de toda sustancia para complacer a otros– podría llegar a ser muy peligrosa si se utiliza en exceso, ya que reducirá sustancialmente la credibilidad de la UE a los ojos de los ciudadanos europeos.