LA DEVALUACIÓN SALARIAL DE 2022-23
La única constante en nuestro universo es la velocidad de la luz. No solo en física, sino también en economía, casi todo es relativo. Por ejemplo, se puede producir una devaluación salarial, aunque los salarios aumenten. Así, si los salarios aumentan, pero menos que el coste de los demás factores productivos, entonces se produce un abaratamiento de la mano de obra. Si, además, el aumento de los salarios en España es inferior al de los demás países con los que compartimos moneda, entonces, tenemos los mismos efectos que en una devaluación salarial, como la que se derivó de la reforma laboral de 2012.
Si en España tenemos menos inflación es, en buena medida, porque hay muchos menos efectos de segunda ronda que en otros países, como Alemania o Francia, donde han subido más los salarios. Los datos del Instituto Nacional de Estadística son muy reveladores. Así, el coste laboral unitario solo ha crecido al 2%, mientras que la retribución salarial media ha crecido al 3,6%. Estos dos datos son muy inferiores a la inflación, la midamos como la midamos. Por ejemplo, el deflactor implícito del PIB, que mide cuánto han subido los precios de lo que producimos en España, se ha incrementado un 5,6%. Durante 2022, la inflación media en España fue del 8,4%, muy superior al deflactor del PIB, esto quiere decir que el origen de la inflación fue externo, y que se ha ido “internalizando” y trasladándose a los precios internos, y también, pero mucho menos a los salarios.
A primera vista, parece que las pensiones se han quedado fuera de la generalizada pérdida de poder adquisitivo. Es cierto que la actualización de las pensiones, al 8,5%, debería haber dejado a los pensionistas fuera del empobrecimiento, causado por la inflación. Sin embargo, como el IRPF no se ha deflactado, un porcentaje significativo del aumento de renta, puramente nominal, se va en pagar impuestos. Por ejemplo, en el caso de una pensión máxima, el 37,5% del incremento se va en pagar el IRPF. A diferencia de los salarios, las pensiones no son un coste directo para las empresas. Por eso, el aumento de pensiones se traduce en mayor presión de demanda, al igual que cualquier otra renta, pero no en aumento de costes para las empresas. El aumento de costes llegará, si como prevén la AIReF y muchos analistas, hay que aumentar las cotizaciones sociales para hacer frente al aumento del déficit del sistema de seguridad social ya en 2025.
La pérdida del poder adquisitivo de los salarios ha sido superior a lo que indican los datos. Por ejemplo, si los salarios se han incrementado en 2022 algo menos del 3%, mientras que la inflación se ha ido al 8,5% parece que la pérdida excede del 5%. Pero, aquí entra en juego que no se ha deflactado el IRPF, con lo que la renta disponible después de impuestos ha crecido bastante menos, y cuanto menos depende del marginal al que esté sometido el contribuyente, que puede llegar al 50%. Lo peor es que, aunque ha habido una rebaja para los contribuyentes que menos ganan en el IRPF en 2023, hasta entonces, los marginales en esos tramos de renta estaban, habitualmente, en el 43%. Esto es problemático en situaciones normales, pero más aún en tiempos de inflación.
Sobre esta cuestión de la denominada “progresividad en frío”, es decir, el aumento del tipo efectivo del IRPF con la misma o menos capacidad económica, la abordo en detalle en mi libro Y esto, ¿quién lo paga? (Debate 2023) y en un reciente estudio para EsadeEcpol con Carlos Victoria. La cuestión se puede resumir en que los españoles pagamos más porcentaje que nunca de nuestra renta en IRPF, o lo que es lo mismo, nuestro tipo efectivo medio no ha parado de subir y en 2022 fue el más elevado de la historia. Si no hay cambios, este tipo efectivo volverá a subir en 2023. También es cierto que este aumento del IRPF disminuye la demanda de consumo, y por tanto, las tensiones inflacionistas. Si se hubiese corregido toda la progresividad en frío, se habrían dejado de recaudar unos 9.000 millones de euros en IRPF, lo que habría supuesto incumplir claramente el objetivo de déficit, salvo que hubiese habido un recorte muy importante del gasto público. Casi todas las medidas fiscales, y deflactar el IRPF no es una excepción, tienen ventajas e inconvenientes.
En cualquier caso, la primera consecuencia de esta devaluación salarial es que han aumentado los beneficios empresariales como porcentaje del Producto Interior Bruto. También
es cierto que partíamos, paradójicamente, de la situación inversa en la Pandemia, en la que teníamos el menor porcentaje de beneficios empresariales y rentas mixtas, respecto al PIB, resultado del esfuerzo público en mantener las retribuciones salariales. A medio plazo, cabría esperar que los beneficios no siguiesen creciendo a este ritmo siempre que se incremente la competencia en los mercados, que sigue siendo una asignatura pendiente de la economía española. Por supuesto, el único coste empresarial no son los salarios, y la subida de otros, como los financieros, supondrá menores beneficios y crecimiento en la economía.
La segunda consecuencia de esta devaluación, relativa, de los salarios es obviamente, la reducción del desempleo. El mercado de trabajo está funcionando mucho mejor de lo previsible en tiempos de empobrecimiento e inflación, precisamente por habernos aceptado mejor que otros países la inevitable pérdida de poder adquisitivo. Una tercera consecuencia, también positiva, es la reducción del déficit comercial, y una mejora sustancial de la capacidad de financiación de la economía española. Estamos ganando competitividad, aunque sería preferible hacerlo por la vía de innovación y del incremento de productividad, y no por la pérdida de capacidad adquisitiva de sueldos y salarios.
Por último, el pago de salarios supone más ingresos públicos, vía IRPF y cotizaciones sociales, que los beneficios empresariales a través del impuesto de sociedades. Por eso, esta devaluación salarial es una de las causas que están detrás de la moderación de la recaudación tributaria en estos primeros meses de 2023, y de la que hablaremos otro día.
Para concluir, con sus luces y sus sombras, es preferible adaptarse un shock externo de empobrecimiento, que no adaptarse, pero una estrategia de mejora de la situación económica en España no puede pasar por mantener indefinidamente aumentos salariales muy por debajo de la inflación interna y externa. Un país avanzado no puede competir solo por precios. Debemos mejorar nuestra productividad, en realidad, debíamos haberlo hecho hace mucho…
El coste laboral unitario solo ha crecido al 2% y la retribución salarial lo ha hecho un 3,6%