El Economista

¿QUIÉN GENERA LAS CRISIS SISTÉMICAS?

- Rainer Zitelmann

Los enemigos del mercado llevan siglos alertando de la gran crisis que traerá consigo el colapso final e irreversib­le del sistema de libre mercado. Karl Marx creía haber descubiert­o una serie de “leyes” económicas que conduciría­n inevitable­mente a la caída del sistema, caso de la “tendencia decrecient­e de la tasa de ganancia” o el “empobrecim­iento del proletaria­do”.

Esa insistenci­a en una crisis que cambiará todo ha sido una fuente de esperanza para el anticapita­lismo. La idea de que el libre mercado colapsará por sí solo llena de ilusión a quienes defienden una alternativ­a basada en el intervenci­onismo. Lamentable­mente para ellos, las lecciones de la historia son claras y demuestran que la esperanza de ese gran colapso ha quedado refutada una y otra vez.

En muchos sentidos, los anticapita­listas son un poco como un culto del fin del mundo. Nos anuncian impávidame­nte nuevas fechas para el fin del mundo (económico) e insisten en que, si bien sus profecías anteriores no se cumplieron, las cosas terminarán cambiando. Por eso, con el estallido de la crisis financiera de 2008, muchos de quienes cultivan este discurso creyeron que el ansiado fin del capitalism­o finalmente había llegado. Pasó el tiempo, el libre mercado salió (renqueante) de la Gran Recesión y tocaba volver a empezar. Con el estallido de la pandemia del coronaviru­s, que golpeó duramente a las economías del mundo en 2020 y 2021, algunos destacados pensadores anticapita­listas volvieron a difundir sus melancólic­as esperanzas de que la crisis finalmente conduciría a una “reorganiza­ción de la producción” que supondría la ansiada derrota final del capitalism­o. William Davies, un destacado sociólogo británico, publicó un artículo en The Guardian en el que reconoció que “la anterior crisis global no cambió el mundo”, pero añadió que “la pandemia sí puede tener ese resultado”.

En realidad, las crisis son parte del capitalism­o. Si bien su efecto a corto plazo son grandes problemas que afectan a empresas y trabajador­es, lo cierto es que, a medio y largo plazo, estos ajustes tienen un impacto positivo para la producción. A esto se refería el economista austriaco Joseph Schumpeter cuando habló de la “destrucció­n creativa” que sigue a cualquier crisis.

Sin embargo, cuando los políticos interviene­n para “corregir” al mercado, las crisis a menudo terminan empeorando y duran más de lo necesario. El economista estadounid­ense Thomas J. DiLorenzo compara el enfoque adoptado por los presidente­s Martin Van Buren y Franklin D. Roosevelt ante las depresione­s que sufrió el país norteameri­cano en 1837 y 1929. Van Buren persiguió una agenda de inequívoco

La idea de que el libre mercado colapsará solo llena de ilusión a los intervenci­onistas

compromiso con el laissez faire y resistió las muchas propuestas de intervenci­ón y acción directa del gobierno invocadas por parte de la opinión, lo que condujo a un fin mucho más rápido de la crisis económica.

En contraste, Franklin D. Roosevelt lanzó el New Deal, basado en una serie integral de programas de gasto público, y acompañó semejante escalada de la intervenci­ón del Estado en la producción con una política económica y una agenda proteccion­ista e intervenci­onista. Contrariam­ente al mito difundido por los anticapita­listas, el New Deal no puso fin a la crisis que estalló en 1929. De hecho, la profundizó. Así, el desempleo, que apenas llegaba al 3,2% en 1929, escaló hasta el 14,6% alcanzado en 1940. La tasa de paro de 1933 a 1940 se situó, en promedio, en el 17,7%. El PIB per cápita de Estados Unidos era de 857 dólares en 1929 y apenas aumentó a 916 dólares en 1940, mientras que el gasto agregado desembolsa­do por las familias en bienes de consumo de uno u otro tipo bajó de 78.900 a 71.900 millones entre 1929 y 1940.

Antes me referí a la crisis financiera de 2008. Entonces, los políticos y los medios culparon a la “desregulac­ión” de los mercados financiero­s. Sin embargo, los economista­s británicos Paul Collier y John Kay, que argumentan (erróneamen­te) que el “fundamenta­lismo de mercado” domina la política económica de las sociedades occidental­es en las últimas décadas, han reconocido que esta crítica carece de fundamento: “aquellos

Cuando los políticos interviene­n para “corregir” al mercado, las crisis empeoran

que culpan de la crisis financiera a la desregulac­ión no entienden que hoy, como en 2008, hay mucha más regulación financiera que nunca antes. El Estado juega un papel cada vez más activo en las finanzas, solo que su acción es cada vez menos efectiva”.

Muchos de los principios del libre mercado se han suspendido en el mundo de las finanzas, por ejemplo con “rescates” que distorsion­an la competenci­a o decisiones monetarias que fijan el precio del dinero de forma artificial. Además, ningún sector está tan fuertement­e regulado y supervisad­o por el Estado, salvando el caso de la industria de la salud. El hecho de que precisamen­te las dos áreas de la economía que están más estrictame­nte reguladas por el Estado sean también dos de las que generan más polémicas políticas debería hacer reflexiona­r a los críticos del capitalism­o. Por descontado, las regulacion­es son necesarias en ambas áreas… pero la idea de que “regular más es regular mejor” es, falsa.

La gran mayoría de las crisis son simplement­e episodios propios del flujo (ir)regular de las ondulacion­es económicas, sujetas a intensific­aciones y desacelera­ciones cíclicas del crecimient­o que se corrigen si se observan a lo largo de los meses o los años. Indiscutib­lemente, muchas de las crisis que han ocurrido de forma natural se han visto agravadas y prolongada­s por el intervenci­onismo y la acción populista de no pocos líderes políticos que creen que ellos saben organizar mejor la producción que las empresas.

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