LA VENGANZA DEL CAMPO
La pandemia y la guerra de Ucrania pusieron sobre el tablero que los países deben contar con reservas estratégicas con el fin de mantener la independencia alimentaria, hídrica y energética para hacer frente a los vaivenes que lleguen, y más en un país como el nuestro dependiente energéticamente y con un clima árido en el que cuando llueve, llueve mal.
Ya lo dice el refranero: Agua por San Juan quita vino, aceite y pan. Esta lluvia mal caída hace que nos tengamos que enfrentar a excesos de agua para los que no estamos adaptados que acaban campo abajo perdiéndose en el mar, como también tenemos que adaptarnos a fuertes periodos de sequía que afectan a nuestra agricultura.
Piense el lector que el 6% del valor de la producción agrícola española, más de 550 millones de euros, se pierde cada año en España a consecuencia del cambio climático.
Agricultura y agua van intrínsicamente cogidas de la mano. Conocemos el problema, sabemos cómo solucionarlo, pero no terminamos de solucionarlo por la contaminación ideológica y la soga de las políticas verdes de la Unión Europea.
Criminalizan al agricultor por gastar agua cuando no la gasta, sino que la usa para producir alimentos, y sí le cerramos el grifo, no puede haber verduras baratas. La solución pasa por invertir en técnicas de regadío eficientes, esencial para garantizar la seguridad alimentaria a un precio asequible.
En este sentido en nuestro país en los últimos 25 años el agua destinada al conjunto de los regadíos ha disminuido casi un 20% gracias a la eficiencia. Y, tal y como señaló Andrés del Campo presidente de Federación Nacional de Comunidades de Regantes de España (Fenacore) en la inauguración del Foro Agua Alimentos y Sostenibilidad (FAAS), “debemos ser capaces de usar el agua como un recurso natural, escaso, que requiere la adopción de criterios lo más técnicos posibles, sin caer en la demagogia o en la utilización política del agua, que es la peor contaminación que sufre”.
Estamos viendo cómo en
Cataluña y en otras zonas geográficas azota la sequía. Urge rescatar los trasvases, pero nos topamos con que las regiones creen tener derechos sobre el agua, cuando el agua tiene que ser un elemento de unión y no un arma arrojadiza, por lo que resulta importantísimo que se aborden los trasvases como una cuestión de Estado.
Somos un país embalse dependiente, sin embargo, nos dedicamos a derribar el patrimonio hidráulico que tenemos porque contamina. Nadie diría que en España en pleno siglo XXI, hay zonas en Córdoba donde no llega el agua potable. Como también hay que incrementar los recursos hídricos no convencionales como son el agua regenerada y desalada.
Hay que desarrollar a fondo la energía hidroeléctrica reversible a partir de las renovables excedentarias. En definitiva, hay que renovar las infraestructuras hidráulicas en general y avanzar hacia un pacto del agua despolitizado.
Lamentablemente tras la soga de las políticas verdes de la UE, hay muchas incoherencias cargadas de ideología y alejadas de la realidad que han contado con la complicidad de los que han dado el visto bueno a tanta carga burocrática y exigencia medioambiental de difícil implantación. No se pueden llevar a cabo tantos objetivos contrapuestos. No se puede criminalizar a los que producen alimentos obviando que secuestran el doble de dióxido de carbono del que producen.
¿Alguien en su sano juicio cree que se puede proteger al agricultor, conservar el medio ambiente, reducir las emisiones y aumentar la producción sin que entre en conflicto un criterio radical de la conservación del medio ambiente con el aumento de la producción agrícola?
Por no hablar de la perniciosa estrategia del Campo a la Mesa que no se preocupa lo suficiente por la producción de alimentos y cuyo único fin es acelerar la transición hacia un sistema alimentario sostenible que garantice la biodiversidad, y la neutralidad climática a precios asequibles asegurando la seguridad alimentaria.
Olvida la estrategia que la sostenibilidad tiene tres patas: la social, la económica y la medioambiental. Nada será sostenible si no se dan los tres factores. Y tal y como señaló la presidenta de la Asociación de Ingenieros Agrónomos, María Cruz Díaz en el Foro FAAS, “La mitigación solo se puede alcanzar a largo plazo y de manera global, por lo que si no somos capaces de contribuir a que las administraciones y el sector puedan adaptarse al clima estamos abocados al desabastecimiento de alimentos a precios asequibles”.
Las consecuencias de estas políticas las estamos viendo: media Europa atrincherada por tractores que protestan ante las políticas verdes y comerciales de la UE que claramente atentan contra la rentabilidad y la competitividad del sector agropecuario europeo. Agricultores franceses cargando contra los productos españoles y cuestionando su calidad cuando cumplimos las mismas exigencias marcadas por la legislación. Incluso políticos franceses malmetiendo contra nuestro delicioso tomate llegando a calificarlo de incomestible cuando Francia es el primer país comprador de nuestros 61 tipos de tomates frente a los seis tipos de Francia. Mientras tanto y ante lo que se veía venir, la presidenta de la Comisión Europea ha querido poner paños calientes y en un ejercicio de apaciguar los ánimos rurales y a las puertas de las elecciones europeas ha inaugurado un Foro de Diálogo estratégico sobre el futuro del sistema agrícola y alimentario de la UE. Nunca es tarde para llegar a consensos y en revertir medidas que tanto daño están haciendo al sector. Un sector que se ha tenido que enfrentar a retos como el cambio climático, la inflación y los efectos de un mercado volátil. Y es que hasta que el campo no ha demostrado su furia, la sociedad no ha valorado la producción de los alimentos. Ya lo señala el premonitorio libro de Manuel Pimentel: La venganza del campo.
Las políticas ‘verdes’ de la UE muestran muchas incoherencias con carga ideológica
Hasta que el sector no muestra su furia, la sociedad no valora la función que desempeña