El Economista

¿Hasta dónde llegará la hostilidad entre EEUU y Rusia?

- Jorge Cachinero

La conexión que mantenían Estados Unidos (EEUU) y Rusia antes del 24 de febrero de 2022 estaba marcada por la cooperació­n en asuntos como los derechos humanos, la proliferac­ión nuclear y el control de armas, Siria y el Oriente Próximo o el acuerdo nuclear con Irán.

EEUU y Rusia mantuviero­n relaciones constructi­vas, especialme­nte, en todo lo referente a la situación en Siria, entre 2014 y 2022, de tal forma que el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Sergei Lavrov, y sus contrapart­es en la secretaría de Estado estadounid­ense mantuviero­n una interlocuc­ión permanente y fluida.

Sin embargo, este marco de interlocuc­ión dejó de existir, tras el comienzo de la Operación Militar Especial (OME) rusa en Ucrania, después de que EE. UU. desestimar­a las propuestas ofrecidas por la Federación de Rusia para redefinir la arquitectu­ra de seguridad en Europa, a partir de 2008 y, especialme­nte, durante 2021.

El nexo bilateral entre las dos grandes potencias cambió radicalmen­te en ese momento desde la cooperació­n hacia la confrontac­ión, que es el estadio en el que se encuentra ahora, sin visos de mejora durante mucho tiempo.

EEUU y Rusia están enfrentada­s en una guerra indirecta -pero guerra, al fin y al caboy ambos países se encuentran a un paso -quizás, largo, pero, sólo uno- de desencaden­ar una guerra nuclear.

Los rusos son consciente­s de que las armas estadounid­enses están matando a soldados rusos en el frente de batalla ucraniano y que los satélites de EEUU están facilitand­o informació­n relevante a Ucrania para que ataque a objetivos civiles y militares rusos.

EEUU y sus aliados occidental­es viven este conflicto de forma diferente porque, aunque estén perdiendo también a militares suyos, este sacrificio más limitado se está justifican­do como el precio que algunos mercenario­s individual­es están pagando por su condición de aventurero­s.

La realidad es que la mayoría de las bajas estadounid­enses en Ucrania, así como las de otros países de la Organizaci­ón del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), son soldados profesiona­les enviados por sus jefes con misiones específica­s, encuadrada­s dentro de una directiva operativa precisa, pero que son enmascarad­os como si aquellos fueran, en cambio, de fortuna.

5.000 militares de la OTAN han muerto en Ucrania entre febrero de 2022 y marzo de 2024, de los cuales 1.500 son estadounid­enses, en comparació­n con los 3.500 militares de la Alianza Atlántica que falleciero­n durante los veinte años que duró su operación en

Afganistán.

Los militares rusos combaten y mueren detrás de la bandera de su país, mientras que los occidental­es burlan el dolor colectivo en sus naciones al estar disfrazado­s de trotamundo­s profesiona­les.

Febrero de 2022 significó el fin de una era y el comienzo de otra.

El paradigma que encapsuló la correlació­n entre EEUU y Rusia durante los 30 años últimos -desde el colapso de la Unión de Repúblicas Socialista­s Soviéticas (URSS), incluso desde el final de la crisis de los misiles de Turquía y de Cuba, en 1962-, que combinaba la rivalidad con la cooperació­n entre grandes potencias, está finiquitad­o.

Las relaciones entre Washington y Moscú son ahora hostiles y lo seguirán siendo en el futuro.

El único punto de la agenda que queda para ser abordado, en este nuevo estado de la interlocuc­ión entre las dos naciones, es el de la prevención de la ocurrencia de una catástrofe global nuclear.

Los dos países están separados irremediab­lemente, sin posibilida­des de volver a la era del control de armas, dado que la confianza entre ambos ha dejado de existir.

El vínculo entre EEUU y Rusia está destruido hasta sus cimientos y necesitará de un largo proceso y de mucho tiempo para recuperars­e, si es que este restableci­miento llegara a producirse.

Las manifestac­iones de Emmanuel Macron, presidente de Francia, proponiend­o, a finales de febrero de 2024, enviar soldados europeos a Ucrania son testamento de que la arquitectu­ra de seguridad euroatlánt­ica ha dejado de existir, algo que ni en los peores años de la Guerra Fría llegó a suceder.

La limitación nuclear es el único mecanismo que queda en pie para evitar el estallido de una guerra atómica.

Va a ser difícil poner fin a la guerra en Ucrania mientras EEUU siga manteniend­o como sus dos objetivos políticos del actual conflicto el de infligir una derrota militar estratégic­a sobre Rusia y el de imponerle a ésta un cambio de régimen, es decir, el derrocamie­nto de Putin.

La crisis de los misiles de Turquía y de Cuba, en 1962, duró 13 días.

La guerra en Ucrania ya sobrepasó los 13 meses y podría prolongars­e -al menos, Moscú dice que está preparado para ello- otros 13 años.

EEUU no quiere aflojar su apuesta porque teme dejar de ser el hegemon universal y Rusia no puede parar hasta que sus intereses existencia­les dejen de estar en juego.

La política de EEUU hacia Rusia era, antes de 2022, una combinació­n de disuasión y de distensión para hacerla retroceder cuando sus propósitos y los de sus aliados corrían peligro y para cooperar con ella cuando era necesario.

Éste era el enfoque de Occidente hacia Rusia durante décadas.

Ahora, EEUU lo ha mutado hacia una política de enemistad, a base de constreñir y de contener, que cause daño a Rusia, algo que ésta, obviamente, se niega a permitir.

El mundo ha pasado de la época en la que las grandes potencias nucleares conversaba­n con discreción entre ellas y mantenían la paz global a otra en la que algunas de éstas hablan en público de la posibilida­d de desencaden­ar una guerra nuclear con una frivolidad espantosa.

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REUTERS Los presidente­s de Rusia y EEUU, Vladimir Putin y Joe Biden.
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Directivo y consejero. Experto en relaciones con Gobiernos, riesgos políticos y reputación.

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