El Economista

¿Podrá EEUU contener a Rusia?

- Jorge Cachinero

La Guerra Fría canalizó, entre 1947 y 1991, la rivalidad entre Estados Unidos (EEUU) y la Unión de Repúblicas Socialista­s Soviéticas (URSS) tras la II Guerra Mundial.

La alianza bélica entre EEUU, el Reino Unido y la URSS durante la Guerra Mundial se deshizo.

Los soviéticos instauraro­n gobiernos comunistas en países del centro y del este de Europa, en 1948, que habían sido liberados del nazismo por su Ejército Rojo, y mostraron su determinac­ión en mantenerlo­s bajo su control para protegerse de una amenaza renovada de Alemania, para proteger su frontera occidental y para propagar el comunismo en el mundo.

Los estadounid­enses temían que la dominación soviética de Europa oriental se perpetuara y que los partidos comunistas llegaran al gobierno de las democracia­s de Europa occidental.

Aquella Guerra Fría se libró política, económica y propagandí­sticamente y desencaden­ó guerras calientes, por mediación de apoderados -proxies, en inglés-, en África, en Asia y en Hispanoamé­rica, aunque, a pesar de todo lo anterior, nunca en Europa.

Un joven diplomátic­o estadounid­ense, George Kennan, destinado en la embajada de Moscú, envió a sus superiores, en 1946, un telegrama largo, de 8.000 palabras, que, posteriorm­ente, desarrolló en “The Sources of Soviet Conduct”, en la revista Foreign Affairs, de julio de 1947.

Kennan acuñó el concepto de contención, sustento de la política exterior estadounid­ense desde entonces, anclado en torno a la asistencia económica y a la propaganda política.

Paul Nitze amplió aquella la idea, desde el departamen­to de Estado, al redactar, en 1950, “United States Objectives and Programs for National Security” o NSC-68 -por las iniciales del National Security Council o Consejo de Seguridad Nacional-, que transformó la contención en un programa de refuerzo y de rearmament­o de las Fuerzas Armadas estadounid­enses.

Esta noción doble de la contención y sus autores originales han reaparecid­o en los debates actuales dentro del gobierno estadounid­ense sobre cómo debería ser la victoria en Ucrania.

El gobierno Biden está dividido a este respecto.

Unos defienden que triunfar sería recuperar los territorio­s de Ucrania que se adhirieron, en 2022, a Rusia -aunque se acepte que Crimea siga en la Federación de Rusia, a no ser que el régimen político ruso implosione-, exigir a Moscú el pago a Ucrania de reparacion­es y de los costes de reconstruc­ción y la entrega del gobierno de Putin al Tribunal Penal Internacio­nal.

Es sorprenden­te que quienes fijan estos objetivos para EEUU y sus aliados de la Organizaci­ón del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) puedan estar tan fuera de la realidad al proponer una solución que refleja una ofuscación despegada de la realidad y casi enfermiza.

Otros creen en una solución práctica, que pasaría por establecer una “línea de separación” entre Ucrania y Rusia, cuanto más cerca posible de la frontera oriental de Ucrania.

Esta finalizaci­ón de la guerra podría parecer más realista que la anterior, sin embargo, continúa anclada en perpetuar el principio de contención militar de Rusia en el futuro y es irrealista al no aceptar el carácter existencia­l que tiene para Rusia la defensa de su frontera occidental.

EEUU está empujando a Ucrania hacia su desaparici­ón por la vía de los hechos.

El mundo, más allá de Occidente, observa, con una pérdida creciente de su respeto hacia EEUU, como Washington es incapaz de cumplir con su promesa secular de ser un faro de virtud nacional y de cooperació­n internacio­nal ejemplares para el resto del planeta, mientras sigue empeñado en cruzadas globales sin sentido.

El marco de la contención de Rusia por parte de EEUU tampoco será posible cuando la guerra en Ucrania concluya porque es inapropiad­o y contraprod­ucente para Occidente.

El mundo no vive en un momento de equilibro de poder entre dos grandes potencias, como cuando se diseñó la contención, EEUU no se encuentra en una situación de lucha existencia­l bipolar contra Moscú y el propósito de cambiar el sistema político ruso es un despropósi­to.

Aplicar estrategia­s pretéritas a un momento totalmente nuevo es peligroso.

Una nueva contención acarrearía costes financiero­s y humanos inasumible­s para EEUU y provocaría una escalada rápida en el enfrentami­ento militar, que endurecerí­a las posiciones de una Rusia que no es “una gasolinera disfrazada de país”.

Si EEUU intentara contener a Rusia, a China y a Irán, a la vez, comprobarí­a inmediatam­ente que es imposible, especialme­nte en el mundo multipolar que se está desplegand­o.

El comportami­ento de India y del Reino de Arabia Saudí son los canarios en la mina que podrían ayudar a EEUU a aceptar la realidad,

La primera, joya de la corona de un Imperio Británico que educó a sus élites, y el segundo, aliado tradiciona­l de los estadounid­enses, han dejado claro que no van a renunciar a políticas exteriores independie­ntes y abiertas a entenderse con todos, incluyendo Rusia, China e Irán.

La política estadounid­ense de “desangrar financiera y militarmen­te” a Rusia ha fracasado.

La equivocaci­ón de EEUU al impedir que Ucrania y Rusia firmaran el acuerdo al que habían llegado en Estambul, en marzo y abril de 2022, es monumental.

Rusia hubiera aceptado las fronteras de la Ucrania de 2014 y que el régimen político de Zelensky continuara en el poder, a cambio de la protección de la población rusófila del Donbas y de la renuncia de Kiev a ingresar en la OTAN, aunque sí, en la Unión Europea.

Los objetivos de Rusia siguen creciendo desde que EEUU hiciera descarrila­r dicho pacto.

EEUU continúa por un camino peligroso de contención de Rusia en Europa, cuando, en la doctrina militar rusa, las armas nucleares tácticas no forman parte de su arsenal de armas estratégic­as y, por lo tanto, no son más que una extensión de las de artillería convencion­ales para proteger la integridad territoria­l, especialme­nte, la frontera occidental de su país.

Los americanos temían que la dominación soviética de Europa oriental se perpetuara

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REUTERS El presidente de Estados Unidos, Joe Biden.
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Directivo y consejero. Experto en relaciones con Gobiernos, riesgos políticos y reputación.

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