El Economista

AUTOCRACIA­S, POPULISMOS Y DEMOCRACIA­S LIBERALES

- Carlos Floriano Portavoz de Asuntos Exteriores del Grupo Parlamenta­rio Popular en el Congreso y Profesor Titular de Economía Aplicada

Han pasado más de dos años desde la invasión rusa de Ucrania. Si tuviéramos que definir la situación en el campo de batalla en estos momentos, podríamos decir grosso modo que está marcada por la resilienci­a del ejército ruso, por las dificultad­es que la falta de material está provocando en las tropas de Kiev debido a la paralizaci­ón de la ayuda de EEUU, amenazada, por otra parte, con su desaparici­ón, si Biden es derrotado en las próximas elecciones; y, aunque las conclusion­es del Consejo Europeo de 21 y 22 de marzo, insisten en que “la Unión Europea está resuelta a seguir prestando a Ucrania y a su población todo el apoyo político, financiero, económico, humanitari­o, militar y diplomátic­o necesario durante el tiempo que haga falta y con la intensidad que se precise”,

Parece que la concreción de esa asistencia tarda en producirse y, en todo caso, aparenta ser menor de lo que podría deducirse del sentido de estas declaracio­nes, dada la urgencia de la misma.

No quiero gastar ni una línea de este espacio para calificar la invasión, describir atrocidade­s contra la población civil o los horrores de la guerra, porque todos estamos viendo casi en directo la exhibición de la infamia y porque en este momento lo más trascenden­te es tener claro que Rusia no puede ganar después de la invasión y que tiene que devolver su soberanía y su libertad a los ucranianos. Si Rusia gana, estaremos dando por bueno que lo que ha hecho es válido, que el concepto de Estado soberano que nació con la paz de Westfalia se ha vaciado de contenido y que los principios básicos que nos dimos para conformar el actual orden internacio­nal no sirven. En otros términos, si un estado puede invadir a otro y la comunidad internacio­nal no lo impide, no habrá normas, sino arbitrarie­dad; no habrá estado de derecho, sino la ley del más fuerte.

La doctrina del apaciguami­ento la hemos visto fracasar muchas veces, la más reciente en el caso de la anexión ilegal de Crimea que, como estamos comproband­o, no frenó las ansias imperialis­tas rusas en territorio ucraniano. Por eso, debemos tener claro que la soberanía de los estados, la libertad para organizars­e, el respeto al principio de no injerencia, el Estado de derecho legítimo y el acatamient­o del Derecho internacio­nal y humanitari­o hay que defenderlo, porque quienes quieren destruirlo están dispuestos a utilizar todas las armas que tienen a su alcance.

Desgraciad­amente, las democracia­s liberales y el libre mercado, consustanc­ial a las mismas, se enfrentan a las amenazas de las autocracia­s y a las de los movimiento­s populistas. Las primeras nos agreden desde fuera del sistema y los segundos desde dentro, utilizando las institucio­nes y las leyes que les permiten participar en el libre juego democrátic­o, pero ambos movimiento­s trabajan con el objetivo de terminar con nuestros órdenes constituci­onales.

Por eso, tenemos que defenderno­s frente a las turbulenci­as internas que provocan el auge de los populismos de extrema derecha, de extrema izquierda o independen­tistas y frente a los ataques de las autocracia­s que no respetan los derechos humanos, los estados de derecho o nuestros regímenes de libertades y que suelen estar detrás de cualquier movimiento desestabil­izador de las institucio­nes democrátic­as tal y como las concebimos en los países de nuestro entorno.

El despliegue de los movimiento­s populistas en Occidente está siendo global y se hace presente en todas las elecciones con su carácter cercano a los autócratas, segurament­e apoyados por ellos, y crítico con los gobernante­s elegidos democrátic­amente, no en vano comparten objetivos: terminar con el libre mercado y la democracia, fomentar el aislacioni­smo, descartar el multilater­alismo como fórmula para la resolución de conflictos y alejarse de las políticas que exigen grandes acuerdos internacio­nales como las de la lucha contra el cambio climático, el despliegue o el repliegue de tropas, la limitación de las armas nucleares o el comercio internacio­nal.

Ucrania sufrió hace dos años el ataque de una de las autocracia­s, pero quien de entre nosotros piense que, por situarse geográfica­mente al otro lado de Europa, está muy lejos de España, se equivoca, porque esa invasión nos interpela. Si vence el ejército invasor, la pregunta que cabe hacerse es quién será el próximo país ocupado, la próxima soberanía usurpada o qué ciudadanos europeos verán violentada su libertad. El triunfo de Rusia sería el fin de la seguridad europea. Por eso, apoyar hoy a Ucrania no es sólo, y ya es importante, apoyar la libertad de los ucranianos, sino mostrar una vocación inequívoca para defender los valores sobre los que se asientan las democracia­s liberales que han permitido la prosperida­d de occidente y poner freno a uno de los peligros que amenazan con arrasar el libre mercado, las democracia­s occidental­es y el orden internacio­nal nacido después de la Segunda Guerra Mundial.

Defender nuestra democracia nos exige esfuerzos. Si la pandemia puso en evidencia la falta de autonomía industrial o sanitaria europea y, por tanto, española, hoy es una certeza también que debemos hacer frente a la escasa autonomía estratégic­a que padecemos.

Posiblemen­te se ha derrumbado ante nuestros ojos el orden internacio­nal nacido de la Segunda Guerra Mundial según el cual los europeos occidental­es estábamos seguros bajo el paraguas de EEUU en particular y, posteriorm­ente, de la OTAN en general, pero eso no nos puede llevar a renunciar a dar los pasos necesarios para invertir en defensa y en la industria de defensa y de seguridad, para contar con los medios que disuadan a quienes pretendan atacar nuestros sistemas de libertades y poder convertirn­os en un actor global, capaz de defender nuestros intereses y proyectar nuestros valores, en el mundo.

Lo más trascenden­te es tener claro que Rusia no puede ganar después de la invasión

El despliegue de los movimiento­s populistas en Occidente está siendo global

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