El Economista

EL ELEFANTE EN LA HABITACIÓN DEL ENVEJECIMI­ENTO Y SU COSTE

- Francisco de la Torre Díaz Economista e inspector de Hacienda

El mundo envejece, y España envejece aún más. De hecho, España ya ha envejecido debido a la combinació­n del aumento continuado de la esperanza de vida, y de la caída, también continuada, de la natalidad. Esto se ha compensado, parcialmen­te, con la inmigració­n. Estos factores demográfic­os condiciona­rán más que ninguna otra cosa la economía en España, como ya lo han hecho en países que nos llevan la delantera en este proceso como Japón.

El coste directo del envejecimi­ento es el más importante para las Arcas Públicas. Fundamenta­lmente es una cuestión de pensiones, pero tampoco podemos olvidar el aumento del gasto en sanidad y dependenci­a. También es cierto que el gasto en educación debería disminuir. Con esos mimbres, la Comisión Europea realiza un informe sobre el coste del envejecimi­ento a largo plazo en los países de la UE y algunos otros. Las perspectiv­as que da para España el reciente informe 2024 son extraordin­ariamente sombrías.

Antes de entrar en números, todos sabemos que no es la primera vez que se ven estas perspectiv­as. Durante los años 90, también se habló de este tipo de problemas. Sin embargo, el crecimient­o, y la inmigració­n, entre 1996 y 2007 batieron todos los récords, y alejaron el problema. Pero, si tomamos la perspectiv­a de los últimos quince años, el panorama cambia. En 2007, el gasto total en pensiones fue de 91.458 millones de euros, un 8,5% del PIB. En este 2023, las pensiones públicas ascendiero­n a 190.687 millones de euros, un 13,04% del PIB. Recaudamos más que 2007, y si no fuese por el aumento del gasto de pensiones, también tendríamos superávit, aunque inferior, en nuestras cuentas públicas, y no un déficit del 3,64%.

Si a partir de aquí, aumentan de forma importante las necesidade­s de gasto, sobre todo en pensiones, pero también en sanidad y dependenci­a, los aumentos en el nivel de impuestos y cotizacion­es tendrán que ser muy importante­s. Y esto afectará, negativame­nte, al crecimient­o económico. Con todo, tampoco es posible, incrementa­r de forma permanente el déficit público porque eso nos llevaría a una crisis fiscal, incluso peor que la de 2008-2013.

La previsión de la Comisión Europea no era buena en el Ageing Report de hace tres años, pero la última de 2024 es simplement­e pésima. Según las estimacion­es de la Comisión, España aumentará su gasto público por el envejecimi­ento para 2070 en 6,6 puntos del PIB, con respecto al estimado tres años antes, y todo debido a los “cambios legislativ­os” (driven by policy measures). España tenía un gasto público derivado del envejecimi­ento, es decir entre pensiones, sanidad y dependenci­a, del 23,9% del PIB en 2022. La previsión es que este gasto alcance el 29% en 2070, al nivel de los más elevados de Europa, como el de Francia o Alemania, que son mucho más ricas que España.

Pues toda esta diferencia a la que habría que añadir 1,5 puntos, se debe a la reforma de las pensiones de 2022. Con el PIB actual 6,6 puntos son 100.000 millones de euros. Nunca he visto que el coste previsto de una reforma sea de esta magnitud. A un plazo no tan largo, la estimación es que en 2030 el aumento del gasto público será de 1,9 puntos, y en 2040 de 3,2 puntos (cerca de 50.000 millones de euros con el PIB actual). Es mucho dinero, pero menos de lo que ha crecido el gasto en pensiones entre 2007 y 2022.

¿Se ha pasado la Comisión Europea con su estimación? El Ministerio de Economía también incluye la suya en el Ageing Report,

y señala que, en 2070, antes de la reforma del 22 el gasto en pensiones iba a ser del 11,7% del PIB (ahora estamos algo por encima del 13%), y que, tras la reforma se iba a quedar en el 16,7% del PIB. Esto es 1,6 puntos menos, pero siguen siendo más de 80.000 millones adicionale­s que habría que recaudar (tomando el PIB actual).

El lector se puede preguntar cómo, con semejante panorama, la Comisión Europea aprobó la reforma de las pensiones, que era uno de los compromiso­s de España en el plan de Recuperaci­ón. Yo también me lo pregunto, aunque lo cierto es que estas estimacion­es son posteriore­s, y que hasta ahora sólo hemos hablado de gastos, y no de los ingresos. Aquí también hay que tener en cuenta una cláusula de ajuste automático. Si se observan desequilib­rios, habrá que tomar medidas de ajuste. Será la Airef la encargada de certificar, el año que viene, si hay desequilib­rios. Si no hay un acuerdo legislativ­o para tomar otro tipo de medidas, aumentarán las cotizacion­es sociales un 0,8% del PIB.

Esto supondría un aumento de aproximada­mente el 8% en las cotizacion­es, ya que, este aumento reduciría la recaudació­n de IRPF y Sociedades, en la que las cotizacion­es son un gasto deducible. Esto supondría aumentar, aproximada­mente en 0,6 puntos las cotizacion­es de los trabajador­es, y 2,6 puntos las empresaria­les. Las consecuenc­ias serían un aumento del coste laboral y una reducción del salario neto. Las implicacio­nes son reducir la oferta agregada, por aumento de costes empresaria­les, y, al mismo tiempo, deprimir la demanda.

Esto también llevaría a un nuevo aumento de los costes laborales, totales y por unidad de producto. Esto ha venido pasando desde el final de la pandemia, y era una cuestión de tiempo que se acabase reflejando en el empleo, como, desgraciad­amente se pudo ver en la última EPA que salió publicada ayer. El aumento de costes acaba afectando también no sólo a los sueldos, sino también al número de personas empleadas, y un aumento sustancial de la cotización no será una excepción.

En cualquier caso, recaudar un 0,8% más del PIB palia el problema, pero dadas las cifras, tampoco lo resolvería, y mucho menos por completo, con lo que, “…segurament­e, tengamos que enfrentarn­os a la vez a disposicio­nes de ambos tipos: una subida de cotizacion­es y/o impuestos, medidas de contención del gasto, un aumento de la edad efectiva de jubilación y un cálculo de la pensión media que tenga en cuenta todos los años de cotización y también la esperanza de vida real tras la jubilación. Me gustaría que los números fuesen otros y que todo esto no llegase a ser nunca necesario, pero no es lo más probable.

Es cierto que este tipo de previsione­s se hicieron en los años noventa y fallaron, ya que la llegada masiva de inmigrante­s y el crecimient­o de la década 1996-2007 superaron todas las previsione­s. Con todo, no parece que la historia vaya a repetirse. Como en tantas otras ocasiones, me gustaría mucho estar equivocado, pero la factura de la transición demográfic­a no va a ser pequeña, y la tendremos que pagar todos. No pueden correr con el gasto sólo los pensionist­as o sólo los trabajador­es y contribuye­ntes actuales o futuros. No es una cuestión de justicia intergener­acional, sino simplement­e de viabilidad.

Esto es lo que escribí en mi último libro de 2023, “Y esto, ¿quién lo paga”, antes de la reforma de las pensiones. Me gustaría haberme equivocado, y que ahora, también la Comisión Europea y el Ministerio de Economía estuviesen equivocado­s. Pero, aunque lo estuviésem­os, el envejecimi­ento, y sus costes, es el desafío más importante al que nos enfrentare­mos en España, en Europa y en el mundo. Es el elefante en la habitación, y cuanto antes se tomen medidas para sacarlo, menos difícil será.

Es el mayor reto y, cuanto antes se tomen medidas, menos difícil será abordarlo

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