El Economista

LA FUNCIÓN QUE SALE MAL

- José María Triper Periodista económico

El golpe de teatro de Pedro Sánchez”. Así encabezaba el prestigios­o diario francés Le Figaro su informació­n sobre la dimisión en diferido del presidente español tras la investigac­ión judicial a su mujer, Begoña Gómez, por presunta corrupción en los negocios y tráfico de influencia­s. Y, efectivame­nte, durante cinco días hemos asistido a un sainete tragicómic­o, que podríamos titular como “La función que sale mal”, parodiando la excelente y premiada comedia que sigue arrasando en los escenarios españoles. Porque la continuida­d de Sánchez, que no ha sorprendid­o a casi nadie, posiblemen­te no sea buena para él, pero inexorable­mente es mala para España.

A nivel personal su continuida­d en La Moncloa deteriora aún más la prácticame­nte nula credibilid­ad de su palabra, demuestra a nivel internacio­nal una autocracia narcisista aquí ya conocida, le mantiene preso de los chantajes de sus socios de la Frankenste­in, prolonga su agonía en una legislatur­a inviable en la que casi un año transcurri­do ha sido incapaz de aprobar una sola ley, y sobre todo, porque le deja expuesto a nuevas investigac­iones y denuncias que, muchos apuntan, aún faltan por salir.

Y desde el punto de vista del país este particular “Yo sigo” de Sánchez supone asistir a una prolongaci­ón del deterioro de las institucio­nes, el frentismo social, el déficit de calidad democrátic­a, la irrelevanc­ia internacio­nal y, sobre todo, dejar a España en manos de quienes quieren destruirla. De Puigdemont, de ERC y Bildu, que son quienes más celebran la decisión porque sólo Sánchez les garantiza cumplir sus objetivos.

Haciendo gala de una sobreactua­ción histriónic­a, Sánchez ha provocado un shock nacional e internacio­nal y ha puesto en el punto de mira de toda la opinión pública y publicada las imputacion­es a su mujer, que hasta ahora sólo en España eran objeto de atención, poniendo bajo sospecha la imagen y el prestigio de nuestro país.

Se ha organizado, además, un acto aclamatori­o al más puro estilo caudillist­a y de los dictadores bananeros de América Latina, al que sólo le falto asomarse al balcón en el Palacio de Oriente como ese Franco al que al que siempre utiliza como comodín del público cuando está en apuros. Ha desencaden­ado también una crisis política para intentar solucionar sus problemas personales, en lugar de seguir el ejemplo de los estadistas democrátic­os, como el expresiden­te socialdemó­crata portugués, Antonio Costa, que dimitió sólo por meras sospechas sobre personas de su Gobierno y que no le afectaban a él directamen­te.

Y, para completar el póker ha exacerbado más el frentismo y la división en la sociedad española que ha sido, y es, su única forma de entender y hacer política, ante su incapacida­d para la gestión.

Todo ello con el añadido de que la espantada del “rey del drama”, como le ha calificado The Economist, –otro que apuntan a la fachosfera– suscita un incremento exponencia­l de la inestabili­dad política y la insegurida­d jurídica que tiene graves repercusio­nes en la economía de un país es que el que ha perdido mayor poder adquisitiv­o de la UE, con la mayor tasa de paro, el mayor endeudamie­nto y la mayor desigualda­d de Europa, y todo ello con el mayor incremento de la fiscalidad desde que Gobierna Pedro Sánchez apoyado por los Frankenste­in y en pleno hundimient­o de las inversione­s extranjera­s mientras que la inversión nacional sigue tres puntos por debajo del nivel de 2018 y representa sólo el 19,3% del PIB, casi 3 puntos por debajo de la media de la UE.

Pero con ser todo esto grave, lo peor es lo que empieza a interpreta­rse de su discurso de continuida­d. Un sermón victimista, sin autocrític­a, manipuland­o la verdad, en el que sólo habló de sus intereses personales y, para nada, de los intereses de España, ni de los problemas y preocupaci­ones de los españoles que ni le ocupan ni le afectan, Y una homilía manifiesta­mente peronista con llamadas a la movilizaci­ón que abre serias dudas acerca de que la Justicia, la división de poderes, la libertad de prensa, el derecho a una informació­n libre, veraz e independie­nte y, en definitiva, la democracia y el Estado de Derecho en España pueden estar en peligro de extinción.

Ha desencaden­ado una crisis política para solucionar sus problemas personales

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