El Mundo Madrid Int

Umbral y la barba de las madrileñas

- ZABALA DE LA SERNA

Un premio es su palmarés, y el Umbral se está granjeando uno esferoidal. Álvaro Pombo se ha sumado a Pilar Adón, Darío Villanueva y Elena Medel con su novela Santander, 1936. Que suena a San Camilo, 1936 (de Camilo José Cela)o Madrid, 1940 (del propio Umbral). Algo tendrá que ver el sagaz ojo de lector voraz del presidente del jurado de la Fundación Francisco Umbral, Manu Llorente. «Mariano José de Larra decía que escribir en Madrid es un monólogo desesperan­te y triste para uno solo. Umbral escribía en Madrid, escribió Madrid, pero no hizo un monólogo», advirtió Pombo en su discurso. «Madrid es que las madres les hagan los abrigos a sus hijos», tenía dicho Ramón Gómez de la Serna.

«A las madrileñas les está saliendo barba. Dicen los moralistas que es por culpa de la píldora. Pero hay madrileñas que no toman la píldora y también les está saliendo barba. O el bigote, o un vello en las piernas como el de Gento». Umbral no monologaba. Es verdad. Hoy estaría cancelado. Últimament­e merodeo por la calle que lleva su nombre en

Majadahond­a, donde fue el acto de entrega del premio, con una frecuencia no deseada: por allí tiene la clínica el doctor Osuna que me trata una tos incombusti­ble, mutante y nocturna. Una tos que resuena como una pelea de perros en una oquedad. Paso las noches en vela asomado a la terraza, y así he sido testigo del cambio del olor de las madrugadas. Pues las madrugadas de primavera desechan la fría sequedad del invierno y huelen cálidas, a hierba mojada, al asfalto regado de cuando en Madrid esas tareas de limpieza buscaban la efectivida­d y la comodidad del madrileño antes que el ahorro del complement­o de nocturnida­d, alcalde.

Una alfombra de polen de plátano extendía su manto la noche del miércoles reciente a la salida de Alfredo’s, el templo primigenio de la hamburgues­a en el foro antes de la moda de la hamburgues­a gourmet. Sigue imbatible ya sin Alfred Gradus, cuyo retrato luce un crespón negro en el local fundaciona­l de Lagasca. Y yo ni recordaba que se había muerto, ni que la Súper Alfredo’s fuera el cielo chorreando entre las manos, ni que me gustase tanto Shania Twain.

De regreso llovía, Goya bajaba vacía y pensaba qué escribiría Umbral de esta gente tan rara de Valladolid que nos han instalado en el Gobierno como un azote histérico de la buena educación, de la vieja y seca ponderació­n castellana, del esmerado cuidado del lenguaje y, sobre todo, del impecable modo, más allá del fondo, que exige ser ministro de España. Qué diría de Ana Redondo y Óscar Puente, o sea.

(Y luego viene MAR a rematar el cuadro).

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