‘LA BESTIA’, EL AMOR Y EL MIEDO EN UN VIAJE EN EL TIEMPO CON HENRY JAMES
El director francés Bertrand Bonello traza una reflexión sobre la parálisis emocional en esta película protagonizada por Léa Seydoux y George MacKay
El futuro es básicamente una cosa muy del pasado. Tantas veces la literatura o el propio cine han imaginado las formas que tendrá la vida cuando la vida ya no sea la vida conocida que ya no hay forma de distinguir lo que pasará de lo pasado, lo que está pasando de lo que nunca pasó. Bertrand Bonello, autor difícil de apresar en una definición empeñado siempre en un cine múltiple y transgénero, está convencido de ello y lo está hasta tal punto que su última película, The beast (La bestia), imagina la vida de una pareja en tres tiempos diferentes (en 1910, en 2024 a fecha de hoy y en 2044), pero como si no. En los tres casos, el miedo al amor es el mismo, la soledad se mantiene exactamente igual y la desolación lo ocupa todo. Suena pesimista y, en efecto, lo es. «Entiendo», comienza el propio director para atemperar el desconcierto quizá, «que la tarea del cine no es tanto ofrecer discursos como plantear problemas e inquietudes. Como decía Godard, lo que me interesa no es hacer cine político o social, sino hacer cine políticamente. Hay una diferencia entre las dos cosas y es importante».
The beast (La bestia) es una película feliz en la perplejidad en la que discurre. Basada no tan lejanamente en el relato de Henry James La bestia en la jungla, la película vive en el mismo tesón, que también es incertidumbre, del texto que muy a su manera adapta. «En realidad, todo se resume en el miedo. El miedo al amor es una constante que nos atraviesa. En el libro, el personaje principal vive pendiente de una especie de premonición. Algo va a suceder, pero no sabe qué. Y eso le mantiene paralizado», explica el director, que se toma un segundo y sigue: «Pero no conviene demonizar el miedo. Biológicamente, es muy útil. Es el miedo, la advertencia de lo oculto, lo que nos mantiene vivos. Es un sentimiento muy hermoso que tiene que ver con incertidumbre y con los estados de alerta. El miedo nos obliga a mirar la realidad a nuestro alrededor y a preguntarnos por ella, puesto que nos amenaza. La parte negativa es que en exceso nos inmoviliza».
El principio de la historia, entre la distopía y la fiebre, es el penar de una mujer (Léa Seydoux) dispuesta a borrar de sí y de su ADN todo rastro de emoción. Estamos en el futuro. Todo un clásico del devenir perfecto. El delicado proceso le pondrá en contacto con sus vidas pasadas. Con ellas y con un amor recurrente (George MacKay) que reaparece a veces como don y otras como castigo.
Sea como sea, el verdadero temor es, siempre, la soledad. Y como tal atraviesa cada fotograma de la cinta. A principios del siglo XX, es ella la que queda sola tras abandonarle a él. Y en el siglo XXI, que representa nuestro presente, es él el que aparece solo transfigurado e inspirado en la figura real del INCEL (acrónimo de la expresión inglesa para celibato involuntario) Elliot Rodger, el asesino de ocho personas tras dejar grabado en vídeo que el motivo de la matanza no era otro que el «deseo de castigar a las mujeres por rechazarlo». «Lo que se ve en la película es literalmente un corta y pega de los vídeos de Rodger. Cuando los vi quedé fascinado, no por la matanza obviamente, sino por la rotundidad sin culpa. Había una calma asombrosa en la forma en la que decía: ‘Las chicas no me quieren, por eso las odio, por eso las voy a matar’. De algún modo, el acto de grabar un vídeo antes de cometer un crimen así es la
“No se trata de hacer cine político, sino cine políticamente; se trata de crear preguntas, no discursos”
expresión máxima de la relación de la tecnología con la soledad. Lo que se insiste y se repite de que vivimos en un mundo interconectado, pero completamente aislados unos de otros, en este caso no admite réplica. Es como si la tecnología se hubiese convertido en la nueva y única religión verdadera en pie», concluye puntual el director. Y lo hace en un presente que, de repente, se parece demasiado al pasado. Y al futuro.