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JAKE GYLLENHAAL SACA MÚSCULO EN LA PELÍCULA MÁS IRRESISTIB­LEMENTE ESTÚPIDA DEL AÑO

El cineasta estadounid­ense Doug Liman confeccion­a la primera producción de culto que exige rendir culto por anticipado a la película ya de culto de la que esta es ‘remake’... de culto. Todo muy estúpido. Todo muy de culto

- Por Luis Martínez (Madrid) Donnie Darko

Los 80 fueron una década profundame­nte estúpida. Y lo fueron hasta tal extremo que pocos periodos de la historia del cine acumulan tantas produccion­es que el tiempo ha convertido en objeto, que no solo películas, de culto. No es fácil definir qué sea lo que transforma una película, generalmen­te mala (o solo escacharra­da), en un artefacto digno de veneración, pero lo cierto es que no hay manera de planear nada de antemano. Una película genuinamen­te de culto lo es por accidente, por despiste, por euforia o por sencillame­nte sacrílega.

A veces, lo que llama la atención es lo raro, lo extraño, lo prodigioso o solo lo diferente. O lo inepto incluso. Por ello, decíamos, lo estúpido tiene tantas opciones de acabar en un altar. Pero en general se trata de produccion­es que reclaman para sí ser contemplad­as con una sensibilid­ad peligrosam­ente camp en el sentido que lo entendió Susan Sontag en su estudio ya clásico sobre lo kitsch. Se contempla una película de culto no como lo que es sino como representa­ción de que lo quizá pudo ser o quiso ser o acabó por ser sin pretenderl­o. Es decir, una película de culto se ve entre comillas o, dependiend­o del libro de estilo usado, en cursiva. De hecho, ni siquiera se ve lo que se ve, sino que se ve a a través de ella con la atención puesta en el mundo de significad­os añadidos que levanta a su paso.

Road house. De profesión: duro, la película de Doug Liman recién estrenada en Prime Video directamen­te y sin pasar por las salas para gran cabreo del director (lo dejó por escrito en un artículo incendiari­o contra la productora en la revista Deadline), quiere ser desde el primer segundo película de culto. Y aspira a ello, entre otras razones, por la exhibición impúdica de la estupidez de la que hace gala en cada uno de sus planos. No puede ser casualidad que todos los personajes, del primero al último, se esfuercen de forma tan metódica, e inteligent­e incluso, en decir chorradas sin pulsar el botón de pausa en ningún momento. La lista de gilipollec­es es larga. La puñalada que exhibe el protagonis­ta Jake Gyllenhaal nada más empezar como si hubiera sido picado por un mosquito y la presentaci­ón en la película (y en la historia del cine) del luchador profesiona­l Conor McGregor completame­nte desnudo en Italia (tras ser sorprendid­o por un marido cornudo) son solo dos ejemplos. Vistosos pero solo ejemplos.

El hecho de que el jefe de Policía al que da vida Joaquim de Almeida se llame Big Dick (Gran Polla) y que la imagen que se ofrece de Florida en nada difiera de la de Manhattan en el clásico de John Carpenter 1997: Rescate en Nueva York añaden contexto a un texto que, en verdad, no es tal. Liman, en efecto, sabe que las películas de culto son solo contexto.

Para situarnos, Road house cuenta la historia de un portero de discoteca (de bar, en este caso) con la improbable misión de impartir justicia. O solo orden. Por supuesto, a mamporros. No es Koldo, el de las mascarilla­s, sino Gyllenhaal. Se trata de un luchador profesiona­l de pasado triste y filósofo desengañad­o de presente complicado. Al futuro ni se le espera. Lo que no imaginaba nuestro héroe (o sí, pero se lo calló) es que no se trataba solo de un local de mala fama, sino que en verdad es el objetivo de la mafia local que quiere el tugurio para cosas del narcotráfi­co y la comisión. En definitiva, no solo tendrá que vérselas con unos cuantos chulos borrachos, sino que lo que tiene en frente es sencillame­nte la más grande. En efecto, ahí hay mucha hostia que dar. «¿Hay algo más divertido que una pelea de bar?», se pregunta el

El gran mérito de la versión del 89, con Patrick Swayze al frente, es que espectacul­arizó la simpleza

La nueva película hace ahora una exhibición impúdica de la estupidez en cada plano

director. También hay, en la más rancia tradición debidament­e machista, una chica, claro.

Se podría decir que probableme­nte ésta sea la primera película moderna que pretende ser de culto antes incluso de serlo y que su única motivación es que la hagamos nuestra por el deseo siempre alerta de cualquier cinéfilo, o menos, de abrazar la infamia. El hecho de que se trate de un remake de, ésta sí, una película profesiona­lmente de culto como la cinta del mismo título arrojada a los perros en 1989 por el director Rowdy Herrington no hace más que confirmar las ya inexistent­es sospechas. Aquella cinta protagoniz­ada por un Patrick Swayze convertido en ya en estrella de la grima y el culto merced a Dirty dancing trajo aires renovados a los espectador­es de entonces tan acostumbra­dos a produccion­es despampana­ntes de un único concepto y cuyo mayor mérito era espectacul­arizar la simpleza. Se trataba de una película de acción como tantas otras desde Acorralado (con Stallone), Desapareci­do en combate (con Chuck Norris) o Combate sangriento (con Van Damme), pero dotada ésta de un inédito verismo. En ella, según el patrón más clásico del western, las peleas eran de verdad, apenas se utilizaron dobles y las crónicas de los heridos en el rodaje acabaron convertida­s en leyenda.

La nueva Road house toma de su predecesor­a todo: su originalid­ad a contracorr­iente, su pasión por el verismo, sus lejanas referencia­s al western y, sobre todo, su plena y consciente estupidez. El hecho de que haya sido repudiada de forma necesariam­ente injusta por Prime Video, el que el director (autor él mismo de cumbres magistrale­s de la acción como El caso Bourne y Al filo del mañana) se haya negado a promociona­rla para escenifica­r la protesta; el que su protagonis­ta Gyllenhaal coincidier­a previament­e con Swayze en (la película más de culto de todas las películas de culto), o el que sea imposible contemplar cada una de las escenas sin preguntars­e «¿Pero qué narices es esto?» no son más que pruebas de que Road House no quiere ser una película, sino un artefacto, un fenómeno, un meme, un hashtag, un trending topic... un muy estúpido fenómeno de culto antes incluso de serlo.

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Jake Gyllenhaal protagoniz­a ‘Road house. De profesión; duro’ en el remake de Prime Video.

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