«Ruego que alguien me opere»
EL DRAMA DEL GADITANO DE 300 KILOS Y CON ELEFANTIASIS QUE LLEVA TRES MESES SIN MOVERSE DE LA CAMA
José Manuel, de 49 años, sufre también obesidad mórbida y depresión. Pide que algún médico le haga un bypass de estómago cuanto antes. La última vez que se pesó, hace ahora un año, llegó a los 290 kg. «Seguro que ahora los he sobrepasado». Vive solo
José María Fernández lleva tres meses sin levantarse de la cama y un año sin salir de su casa. La última vez que pisó la puerta de la calle fue para ir a una farmacia y pesarse. Llegó exhausto. Con las piernas temblorosas y la espalda bañada en sudor. La báscula le dio un peso de 290 kilos. Fue a principios de mayo del año pasado. Luego volvió a su vivienda y ya nunca más salió.
«Es probable que hoy ya haya superado los 300 kilos», le cuenta a Crónica este lunes, cuando un reportero le visita en su habitación-jaula. Son apenas 12 metros cuadrados.
Tres gatos pasean a su antojo por el cuarto. La agilidad de los animales contrasta con el inmovilismo de su dueño. «Son mi única compañía», se lamenta este hombre de 49 años que sufre elefantiasis en las piernas, obesidad mórbida y depresión.
Alrededor de una cama de matrimonio que su cuerpo llena casi al completo, José María tiene todo lo que hoy por hoy, dado su estado físico y de salud, es capaz de utilizar y de alcanzar. Una pequeña nevera,
un microondas, una freidora de aire, un pequeño orinal, un paquete de pañales.
José María reside solo en un piso de alquiler en San Fernando (Cádiz). Su padre murió cuando él era un crío. Su madre falleció hace 10 años. Él tiene tres hermanos que residen en El Puerto de Santa María, su lugar de origen, a 20 minutos de aquí por carretera. Pero asegura que «no quieren saber nada» de él. Las únicas personas que le visitan son los asistentes de la ayuda a domicilio que cada día (una hora y media por la mañana, y casi dos por la tarde, de lunes a sábado) se pasan por su casa: le hacen la compra, le asean, le limpian el inmueble. Pero nada más: no pueden moverlo de lugar ni ayudarle a caminar.
QUIERE UN BAYPASS GÁSTRICO
José María quiere someterse a una bypass gástrico. Asegura que su médico de cabecera se ciñe a recetarle pañales y la medicación diaria que necesita, pero nada más. Cuenta que los endocrinos del hospital Puerta del Mar, en Cádiz, quieren tratarle, pero que desaconsejan someterlo a una intervención en su estado actual porque corre serio peligro de perder la vida en el quirófano.
José María dice que de niño era bastante delgado. Comenzó a engordar tras sufrir una depresión que ha ido enlazando con otras sucesivas. En dos ocasiones se ha sometido a dietas estrictas y a un proceso de ejercicio físico constante. Consiguió perder más de 80 kilos y poner el peso sobre los 200. Fue un logro.
«Si pudiera hacerlo, creo que volvería
a bajar de peso a poco que me moviera. Pero ahora mismo ya me es imposible. Mis piernas no lo soportan. Antes de encamarme definitivamente tuve dos caídas. En mi estado ya no me queda otra opción que ponerme en manos de un médico y que sea lo que Dios quiera», afirma.
José María explica que un doctor granadino, el galeno Carlos Ballesta, está dispuesto a operarle, pero que alguien tendría que hacerse cargo de los gastos del quirófano en el que le intervendría.
Sin embargo, José María no puede hacer frente a ese gasto. Aunque cobra una ayuda como dependiente y una pensión por orfandad (a su estado físico suma una deficiencia cognitiva), sus ingresos no le alcanzan para hacer frente a ese desembolso. «Pago 500 euros mensuales por este piso. Apenas me queda para comer, la luz, el agua... Necesito ayuda».
«SE OPERAN Y SE CURAN»
Ballesta, cirujano especialista en obesidades mórbidas, ha operado varios casos aún más extremos que el de este paciente gaditano: desde una mujer gallega que pesaba 360 kilos hasta un hombre valenciano de 401, al que tuvieron que trasladar en un camión de transportes al hospital. Aunque admite que enfermos como José María suelen tener afectados el hígado, los pulmones o el corazón, se les puede dar una vida mucho mejor. «Mi mensaje es muy simple», explica este especialista. «Estos pacientes se operan y se curan. Hay esperanza. José María la puede ir recuperando desde ya. Antes de operarlo tendría que perder un 10% de su peso para que su hígado metabolice mejor la medicación que le daríamos y tendría que venir a Granada a hacerle un estudio, que sería el mayor chequeo médico al que se haya sometido nunca. Luego, le haríamos un bypass gástrico (de asa larga, especifica en términos médicos)».
«Soy optimista», dice ahora este hombre encamado por un exceso de peso desmedido. «Pero no sé de dónde voy a sacar el dinero suficiente que me hace falta. Sigo necesitando ayuda económica. La quiero para convertirme en una persona nueva, distinta. Si puede ser en las manos de este cirujano, estupendo. Si no, tengo que buscar alternativas».
Mientras espera esa deseada intervención, José María trata de no incrementar «demasiado» su peso. Guisa sin apenas aceite y cocina con el microondas o con la freidora de aire. «Intento comer todo lo sano que puedo, con los impedimentos que tengo».
José María reconoce que apenas puede mover ya las piernas y que cada día le cuesta más respirar o realizar esfuerzos sencillos como incorporarse un poco sobre las almohadas o estirar el brazo para alcanzar el orinal. Además, teme que se le gangrene el pie izquierdo, donde la elefantiasis le afecta en mayor grado.
«Como todo lo sano que puedo, con los impedimentos que tengo»
HIJA DE LA GRAN DUDA
BÁRBARA BLASCO La realidad acabará con nosotros
QUE NUESTRO hábitat principal es el relato parece cada día más evidente. Construimos la idea de país, de identidad, de realidad, a través de una ficción, confiando en que en algún otro lugar no muy lejano exista un país, una identidad, una realidad reales.
Y aun así me ha impresionado el documental Beyond Utopia, que muestra cómo el relato de Corea del Norte es tan delirante que parece imposible que millones de personas vivan en él.
Allí, todas las canciones hablan del amado líder, la historia habla de él, las noticias hablan de él, del salvador, del elegido, un Dios hecho hombre. Está prohibida la Biblia, no por laicismo, sino porque las hazañas del líder están directamente inspiradas en el libro sagrado, y así este camina sobre las aguas y convierte el agua en vino, y otros milagritos que bien le valdrían una demanda por derechos de autor del mismísimo Dios. Todo el mundo está obligado a tener las fotos de la familia Kim Jong presidiendo el comedor, mirándolos cuando comen, cando ven el canal estatal, cuando hacen el amor en el sofá. Y ay como una mano gubernamental se pose sobre esas fotos y tengan polvo. Torturas, detenciones arbitrarias, pena de muerte, las violaciones de derechos son la norma.
Y sin embargo, fue un hecho menor lo que se erigió en metáfora del horror en la película: todo ciudadano está obligado a guardar su mierda y llevársela a la administración del Estado para que la use como fertilizante. Se han reportado robos de mierda de unos vecinos a otros por no llegar a la cantidad mínima.
El relato dice que fuera el mundo es peor, pinta un escenario apocalíptico digno de Cormac McCarthy. Los ciudadanos no tienen forma de contrastarlo, claro. Es tan extremo todo que parecería una parodia si no fuera una historia de terror nuclear en todos los sentidos, el atómico y el primigenio, el que es germen de todos los miedos.
Y, aun así, vemos a una mujer de 80 años, que ha escapado del país y de la muerte con su familia. Tras marchas agotadoras por la montaña, tras indecibles penurias, cuando le preguntan por el líder dice: «Él es muy bueno, él trabaja por su pueblo». El relato es lo primero que entra en nosotros y lo último en abandonarnos.
Me pareció imposible entender a esa mujer, pero luego, salvando las distancias, pensé en Dios, en esa historia aprendida de niña, en su representación mental de la que me es tan difícil desprenderme, por más capas de ateísmo que se sobrepongan.
Por supuesto sería una simpleza seguir hablando de izquierda o de derecha hoy, esa raya que separa el mundo en dos bandos es también un burdo relato. No sé si cabría hablar de aprovechados y aprovechables, de autoritarios y democráticos, de tarados y de cuerdos.
Tal vez solo aspirar a evitar el relato único, a que las palabras puedan transformarse al pasar por nosotros para construir un relato colectivo. En el documental, hay una madre que espera en Corea del Sur que su hijo adolescente escape de Corea del Norte y se reúna con ella, pero el chico es atrapado. Y es horriblemente desgarrador pensar que esa madre y ese hijo existen de verdad, que no son un relato.