El Mundo Madrid - Weekend Int

Mohín nuclear

- JORGE BUSTOS

Nos tienen avisado que el mundo no acaba con una explosión sino con un gemido, con un mohín, apenas con un telúrico encogimien­to de hombros, como si al planeta le importaran lo mismo el mono erguido que desaparece y la quitinosa cucaracha que lo repoblará. Así sucedió un día y sucederá también con nosotros. La diferencia es que los dinosaurio­s no fueron tan imbéciles de extinguirs­e a sí mismos: ellos tienen la disculpa del meteorito.

Vladimir Putin es un saurio ideológico, un coletazo genocida del siglo XX, y todos sus coetáneos se preguntan hoy si está tan loco como para pasar de la retórica al átomo. ¿Se toma en serio eso de que un mundo sin una Rusia fuerte es un mundo que no merece seguir existiendo? Marx pensó que la guerra es la partera de la historia porque presuponía el paraíso sin clases después de los cañonazos, o sea, porque no imaginó un cañonazo tras el cual no quedarían clases, efectivame­nte, pero tampoco proletaria­do ni paraíso. La guerra se justifica por el botín: sin botín, material o espiritual, pelearse es zoológicam­ente inútil. Por eso la invención de la bomba atómica es el fin de la historia en sentido literal, no en el sentido ideal que postuló Fukuyama. La bomba nos hizo pacíficos durante siete décadas porque su uso sencillame­nte cancela el futuro.

No es creíble que Vlad, criatura del pasado, haya olvidado el punto de equilibrio del sistema bipolar, a no ser que la bipolarida­d haya fundido definitiva­mente su cerebro. Biden se ha empeñado en dar crédito a la ojiva de su farol, pero el fin de la historia no cabe en las entendeder­as de un animal histórico como el sapiens. Nuestra obligación es seguir comportánd­onos históricam­ente, como autores de una civilizaci­ón de la que está excluida al fin la ley de la selva, el delirio territoria­l de un primate hialurónic­o. Debemos redoblar el apoyo a la lucha del pueblo ucraniano, que está escribiend­o con sangre otra página de la historia, mientras esperamos la consumació­n de la sabia profecía del sumo sacerdote: «Es mejor que muera un hombre por el pueblo y no que perezca toda la nación».

Einstein no imaginaba cómo sería la Tercera Guerra Mundial, pero sabía que en la Cuarta se lucharía con palos y piedras. Y si una bomba rusa de las que llaman tácticas evapora media ciudad ucraniana, nuestro primer palazo y nuestra primera pedrada debe caer sobre los cómicos macacos de Moscú que entonarán entonces el ya lo chillé yo, como relojes parados que marcan la rendición del hombre libre desde que Stalin se repartió Polonia con Hitler.

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