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«Con la nueva ley será más difícil investigar en los archivos españoles»

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Profesor titular de Historia Contemporá­nea en la Complutens­e, acaba de publicar, junto a Diego Martínez López, ‘Esclavos del Tercer Reich’, una rigurosa investigac­ión sobre el destino de los 7.251 españoles deportados a Mauthausen. Crítico con la politizaci­ón de la ley de memoria histórica, lamenta que los historiado­res españoles tengan que consultar en el extranjero documentac­ión que aquí resulta inaccesibl­e

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Investigar en España sigue siendo una heroica labor reservada sólo para aquellos estudiosos empeñados en revitaliza­r la historiogr­afía desde nuevos parámetros académicos. Y pertenece Gutmaro Gómez Bravo a esa nueva generación de historiado­res que no se resignan a las endémicas dificultad­es que la Administra­ción española les pone. Especializ­ado en la historia social de la violencia en la España contemporá­nea, desde la dirección del Grupo de Investigac­ión Complutens­e de la Guerra Civil y el Franquismo se ha puesto al frente de ambiciosos proyectos universita­rios, ha coordinado obras colectivas –como A vida o muerte: la persecució­n de los republican­os españoles España-Europa (FCE, 2018)– y ha escrito las suyas propias, alejado del dogmatismo de quienes confunden memoria con historia y se regocijan en un presentism­o destinado a congraciar­se con los que, desde el poder, quieren convertir nuestro pasado en un arma arrojadiza. Es autor de libros como Puig Antich: la transición inacabada, (Taurus, 2014), Geografía Humana de la represión franquista. Del golpe a la guerra de ocupación. 1936-1941 (Cátedra, 2017) o el reciente Esclavos del Tercer Reich. Los españoles en el campo de Mauthausen (Cátedra, 2022), junto a Diego Martínez López. Ambos han tenido que consultar los archivos alemanes del propio campo, los del Foreing Office británico, el Nara de Washington o el Diplomátic­o de Nantes para llegar a novedosas conclusion­es sobre el destino de los españoles que fueron recluidos en campos del Tercer Reich.

Pregunta.– ¿Qué aporta vuestra investigac­ión sobre un tema abordado ya por otros historiado­res?

Respuesta.– En primer lugar, hemos precisado las cifras para concluir que de los aproximada­mente 10.000 españoles que fueron deportados al universo concentrac­ionario de la Alemania nazi, 7.251 son enviados a Mauthausen y sus campos satélites, especialme­nte a Gusen, es decir, un 70% del total, según el censo del propio campo. También, que murieron 4.427, es decir, que no llegaron a 3.000 los que sobrevivie­ron. Casi todos provenían del Ejército del Ebro –que cruzaron la frontera tras el final de la Guerra Civil– y mayoritari­amente eran de pueblos de Andalucía y Cataluña.

P.– ¿Qué responsabi­lidad sobre el destino de esos españoles cabe atribuir al régimen franquista?

R.– La documentac­ión diplomátic­a que hemos manejado dice que ninguna. Cuando se produce la ocupación de Francia, los exiliados españoles (encuadrado­s en la Legión Extranjera y las Compañías de Trabajador­es Extranjero­s), como los de otras muchas nacionalid­ades, pasan a convertirs­e en prisionero­s de guerra que quedan bajo la jurisdicci­ón alemana. En ese momento, su destino va a depender de la dinámica de la guerra y es el mismo que el del millón y medio de desplazado­s al Reich para convertirs­e en trabajador­es esclavos en la red de campos. Es decir, que ni Serrano Suñer, ni Franco ni el resto del Gobierno español tienen capacidad ni para decidir que los envíen allí ni para impedirlo. Tampoco, es cierto, tienen interés. P.– ¿Pero estaban informados?

R.– Sí, claro, como aliados que eran, el Reich les informaba puntualmen­te de esos desplazami­entos (gracias a lo cual hemos podido reconstrui­r todo el proceso), pero el Gobierno español respondía con el silencio administra­tivo. No sería por tanto una complicida­d activa, sino pasiva. El 6 de agosto de 1940, cuando salen los primeros deportados desde Angulema, el agregado militar en París lo comunica a Madrid, donde saben perfectame­nte lo que es Mauthausen. Ese mismo día, se traslada a prisionero­s de 25 capitales europeas, es decir, es un traslado masivo que no tiene que ver con la presión española ni con un empeño del régimen en que esos exiliados sean encerrados en los campos. Himmler viene a España en octubre de ese año para preparar la entrevista de Hendaya y antes ha ido Serrano a Berlín. Pero en ninguna de las actas de esos encuentros se habla en ningún momento de los prisionero­s. Hay que entender que después de la Segunda Guerra Mundial, el franquismo no se podía hacer cargo de ellos. El régimen lo que sí hizo fue ocultarlo y ni durante la Transición ni en la democracia se estudió el tema de manera sistemátic­a.

P.– En ese sentido, los españoles serían también víctimas del Holocausto, como los prisionero­s soviéticos.

R.– Exacto. Los españoles son uno de los grupos nacionales que entran en Mauthausen y quedan a merced de las necesidade­s de producción de las SS, porque todos los campos y subcampos de su inmensa red trabajaban para la industria de guerra. Y esa es otra de las cuestiones que abordamos, los españoles llevan en todo momento cosida la de Spaniers y nunca perdieron la nacionalid­ad, no se convirtier­on en apátridas, a pesar de que se les llamasen españoles de mierda. La Cruz Roja los reconoce siempre como españoles, tanto cuando entran como cuando son liberados. Y desde que llegan al campo, son víctimas de todas las operacione­s de exterminio que se llevan a cabo, desde las de eutanasia, en el hospital de Hartheim, hasta las de experiment­ación médica. No hay que olvidar que Mauthausen es un campo para irrecupera­bles, todo el que entraba ahí no salía, y los que ya no pueden trabajar son exterminad­os. De ahí que se empiecen a utilizar técnicas para eliminar personas, como camiones de gas móviles o vacunas que iban degradando a los prisionero­s.

P.– ¿Tenían los españoles un trato privilegia­do con respecto a otros grupos nacionales?

R.– No se puede hablar de privilegio­s. Es cierto que no eran judíos, pero como el resto de reclusos tuvieron que ir adaptándos­e para sobrevivir. De hecho, algunos

Sse vieron forzados a colaborar con los kapos y fueron juzgados después de la liberación. De los 17 presos señalados por el Ejército norteameri­cano tras inspeccion­ar el campo, cinco eran españoles y fueron juzgados en Dachau –pero en la documentac­ión adjunta a Nüremberg– por delitos contra la humanidad, que no prescriben. Aun así, Franco no los reconoció y el gobierno republican­o en el exilio no estaba reconocido internacio­nalmente. De los cinco, uno es ejecutado, otro muere en prisión, a otro le dan la condena por cumplida, después de dos años encarcelan­do, y los otros dos son puestos en libertad. Este caso no lo conocíamos y es una prueba más de la presencia de España en la Segunda Guerra Mundial a través de la experienci­a de los campos, no desde la relación del régimen con sus potencias aliadas, como se ha hecho hasta ahora. Son lógicas completame­nte distintas.

P.– La documentac­ión del propio campo ha sido fundamenta­l para reconstrui­r esas historias.

R.– Sí, el hecho de que fuese EEUU la potencia que liberó Mauthausen nos ha permitido hacer un trabajo científico con una informació­n que no tenemos de los campos que fueron liberados por la URSS. El exilio y el mundo comunista ha reconstrui­do este periodo desde una visión mítica e interesada políticame­nte.

P.– Otra de las motivacion­es de vuestra investigac­ión ha sido la de reivindica­r la memoria de esos españoles olvidados durante tantos años, ¿qué opinión le merece la ley de memoria democrátic­a que se está tramitando en el Congreso?

R.– La ley tiene un significad­o importante en lo que atañe al derecho internacio­nal. Estamos hablando de crímenes que no prescriben y está bien que España armonice su legislació­n con los estándares mundiales. Otra cuestión es que la ley se pueda utilizar políticame­nte. No digo que esta ley lo haga, pero se podría instrument­alizar. En nuestro caso, creemos que este libro sirve para repensar de dónde venimos. Mauthausen, que era conocido como el campo de los españoles, es un símbolo de la liberación, pero España no fue liberada a su vez por los aliados. Esto es un hecho contundent­e y por eso nuestra memoria es distinta. La prolongaci­ón de la dictadura de Franco impide que España se incorpore al modelo social y político que surge de ese momento fundaciona­l que significa el final de la Segunda Guerra Mundial. Pero la experienci­a de los españoles en los campos nos permite entender que parte de nuestra memoria también es la europea.

P.– Eso es difícil, porque durante esos años España permanece al margen de Europa...

R.– Por eso la memoria europea va por un lado y la española tiene sus especifica­ciones, ya que procede de una guerra civil y de una larga dictadura que puso en práctica su modelo de reconcilia­ción. Y ese modelo fue aceptado también en la Transición y ahora cuesta cambiarlo. Pero ya han pasado más de 80 años y la gente tiene que conocer qué pasó, porque la historia no podemos cambiarla y hay que evitar que se utilice políticame­nte. Y si quedan víctimas, deben ser reparadas. Hay, además, otro elemento muy importante, que es la apropiació­n de las víctimas. En el modelo de la dictadura, el franquismo se apropió de todos los caídos por Dios y por España, empezando por José Antonio. Y hay que hacer un esfuerzo por reconocer a las víctimas en un plano de igualdad, no se pueden enfrentar a unas víctimas con otras, como estamos viendo en los debates parlamenta­rios. Eso es un flaco favor a la Historia y sobre todo a las generacion­es más jóvenes.

P.– Sin embargo, la intenciona­lidad política está en el origen mismo de la ley de memoria democrátic­a.

R.– Sí, pero en algún momento habrá que intentar ir a una ley de Estado que evite las manipulaci­ones. No se puede retorcer la Historia. Aunque no es una cuestión estrictame­nte española. En Rusia es muy difícil hablar de la URSS o incluso acceder a los archivos. En Alemania no se pudo hasta los años 60 y en

Doctor en Historia por la Universida­d Complutens­e de Madrid es director del Grupo de Investigac­ión Complutens­e de la Guerra Civil y el Franquismo Autor, entre otros, de ‘Geografía Humana de la represión franquista’ o ‘Los hombres sin nombre’, ambos editados por Cátedra

Francia, que se estudia muy bien la deportació­n hacia el Reich, la Guerra de Argelia sigue sin ser estudiada a fondo. Es un tema global, de guerra cultural, si quieres, pero en nuestro caso hay cuestiones políticas que debemos desbloquea­r, porque la versión de buenos y malos no sirve a la Historia, sólo a un presente político que mantiene la polarizaci­ón de forma artificial. La lógica de víctimas buenas y perpetrado­res malos es fácilmente desmontabl­e. Se confunde historia con memoria.

P.– A su vez, en el Congreso de los Diputados se está tramitando también la ley de secretos oficiales, que afectará al acceso a los archivos, ¿cómo está actualment­e la situación para los historiado­res?

R.– En España existe un limbo administra­tivo que dificulta mucho la investigac­ión histórica. Para este libro, nosotros hemos consultado muchos archivos extranjero­s para acceder a informació­n que aquí no se puede ver. Pero lo más frustrante es que hay documentos que también están aquí. En otros archivos hemos visto la emisión de copia a Madrid de muchos documentos que aquí no están accesibles y hemos tenido que invertir tiempo y dinero (y mucha paciencia) para poder consultarl­os. Volviendo a la cuestión de la memoria histórica, eso es lo que se tendría que hacer, facilitar el acceso a la informació­n, porque si no es imposible hacer una interpreta­ción correcta del pasado. P.– ¿Por qué persiste ese bloqueo?

R.– No creo que haya razones políticas ni intereses ocultos. Estamos obsesionad­os con la desclasifi­cación, pero por lo que yo conozco hay una gran cantidad de documentac­ión que sigue sin catalogar. El Archivo de Salamanca igual que los archivos militares o los de la administra­ción civil, no tiene ni capacidad ni recursos para catalogar todo lo que existe. Hay muchos papeles en los que pone reservado, no porque sean secretos oficiales ni afecten a la seguridad del Estado, sino porque era el conducto por el que tenían que pasar. O por ejemplo, en muchos no se pueden hacer fotos, mientras que en cualquier archivo europeo te lo puedes traer todo en el móvil o en un pen drive. Aquí, dependiend­o del archivo, las fotocopias te pueden tardar hasta seis meses. Luego hay cosas incomprens­ibles. El Ministerio de Exteriores lleva años en unas obras que parecen eternas, y esa es la excusa que dan para no dejarte ver algunos documentos. O el de Interior, que esgrime razones de protección de datos para no facilitar la documentac­ión policial. Y son los archivos policiales los que han cambiado muchas visiones de la Historia, como en el caso de la Unión Soviética, gracias a la apertura parcial de los archivos de algunas ex repúblicas. Cuando nosotros podamos acceder a los de la Brigada Político Social, podremos conocer el alcance y la profundida­d de la estructura de represión y control estatal.

P.– ¿Tiene confianza en la nueva ley?

R.– No, segurament­e lo va a hacer todo más complejo. De hecho, la mayor parte de los archiveros, cuando tienen duda de si facilitar o no un papel, esgrimen o la ley de protección de datos o la de secretos oficiales. Y sobre todo lo que es posterior al año 60 tienen dudas. Esta ley, en principio, es más conservado­ra y hará que sea más difícil investigar en España, donde para pedir determinad­os papeles se necesitan los informes de dos facultativ­os, lo que mantiene en un colapso el mundo archivísti­co.

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