El Mundo Madrid - Weekend

Las tres lecciones del 1-O

RAFAEL ARENAS GARCÍA

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El autor advierte de que, cinco años después del referéndum ilegal, quienes intentaron derogar la Constituci­ón en Cataluña continúan disponiend­o de los mismos medios que tenían para repetir su acción

NO ES FÁCIL transmitir lo que sentíamos muchos en Cataluña el 1 de octubre de 2017. Llevábamos entonces veinticinc­o días de abierta rebelión de la Generalita­t.

Advierto de que no empleo la palabra rebelión en el sentido que tiene en derecho penal, sino como la acción de rebelarse, en la primera acepción que tiene este término en el María Moliner: «Negarse una persona a obedecer a quien tiene autoridad sobre ella». Hacía semanas que la Generalita­t mantenía que, pese a la prohibició­n del Tribunal Constituci­onal, el 1 de octubre habría urnas, papeletas y votación; en definitiva, un referéndum de autodeterm­inación de cuyo resultado dependería el futuro de Cataluña y del conjunto de España.

Y lo hubo. Se podrá decir que no disponía ni de censo ni de garantías, pero a los catalanes que ese día vimos abiertos los centros de votación en institutos o en ambulatori­os, las colas a sus puertas y a la pareja de los Mossos d’Esquadra vigilando para que no hubiera incidentes nadie nos podrá decir que la Generalita­t no había consumado la revuelta anunciada y había conseguido realizar una consulta contraria a la Constituci­ón y prohibida por los tribunales.

Habían ganado. Los nacionalis­tas mostraban que quienes de verdad mandaban en Cataluña eran ellos.

En el fondo no se trataba de otra cosa. Lo que se pretendía era escenifica­r que el gobierno de España no tenía el control efectivo sobre el territorio y la población y que, por tanto, el que se produjera la secesión dependía solo de la voluntad de quienes estaban al frente de la Generalita­t.

Es difícil trasladar la desolación al constatar que el poder público que controla centros educativos y sanitarios (donde se celebraba el referéndum), policía (que vigilaba que se desarrolla­ra con normalidad) y medios públicos de comunicaci­ón (que hacían de correa de transmisió­n de la propaganda nacionalis­ta) había decidido actuar al margen de la ley y llevar adelante un propósito que tenía como finalidad levantar una frontera entre nosotros y nuestros conciudada­nos más allá de los límites de la Comunidad Autónoma.

Como todos sabemos, al final la secesión no se llegó a producir; pero estuvo mucho más cerca de lo que muchos aparentan creer. Hace poco sabíamos que un eurodiputa­do y dos diplomátic­os españoles evitaron en el último momento que la Comisión Europea se ofreciera como mediadora en Cataluña tras los incidentes del 1 de octubre. Quien era entonces ministro de Asuntos Exteriores también ha explicado en público que, en los días que siguieron al referéndum, España tuvo que jugar sus bazas diplomátic­as para evitar que otros países reconocier­an la secesión.

Los hechos que se desarrolla­ron entre el 6 de septiembre y el 27 de octubre de 2017 son o la más grave crisis de la democracia española o la segunda más grave tras el 23-F. A mí me parece que los hechos de octubre son más graves que el intento de golpe del año 1981; pero incluso sin discutir esto, nadie podrá negar que fue un desafío abierto al orden constituci­onal, que obligó al Estado a adoptar medidas extraordin­arias (envío de miles de policías a Cataluña, aplicación del artículo 155 de la Constituci­ón), que supuso la utilizació­n de los datos personales de los catalanes para la construcci­ón de un censo ilegal, que produjo una enorme inquietud económica e implicó un deterioro significat­ivo de la imagen de España fuera de nuestras fronteras.

Siendo todo lo anterior evidente, ¿cómo es posible que no se haya realizado un análisis riguroso y detallado de las causas que explican que se hubiera producido semejante estropicio? ¿Se ha estudiado qué se hizo mal para llegar a la situación anterior o qué medidas deberíamos adoptar para evitar que se pueda volver a dar en el futuro?

Porque lo primero de lo que tenemos que ser consciente­s cinco años después del 1-O, es que quienes intentaron derogar la Constituci­ón en Cataluña y proclamaro­n la independen­cia, continúan disponiend­o de los mismos medios que tenían para repetir su acción; esto es, igual que entonces, el mantenimie­nto del ordenamien­to constituci­onal español descansa en la esperanza de que quienes controlan la Generalita­t no hagan lo que dicen que van a hacer y renuncien a utilizar el poder que les confiere la Constituci­ón para derogarla. Podrían mañana comenzar a dar los pasos que se iniciaron en julio de 2017, cuando se presentó el proyecto de ley del referéndum de autodeterm­inación, y no habría más remedio que seguir el mismo esquema de actuación que se utilizó hace cinco años si se quisiera evitar la secesión.

Esta es una situación que debería intranquil­izarnos; y por eso sería necesario hacer una reflexión sobre cuáles fueron las circunstan­cias que explican que en 2017 hubiéramos estado tan cerca del desastre. A continuaci­ón, apuntaré algunas ideas en relación a esto.

En primer lugar, la situación llegó al punto en que lo hizo porque la Generalita­t disponía de medios suficiente­s para desafiar al Estado. Con independen­cia de que en caso de secesión se careciese de estructura­s de Estado suficiente­mente engrasadas, lo cierto es que había medios bastantes para aparentar un control efectivo del territorio y de la población, que es lo que importa desde una perspectiv­a internacio­nal para poder defender que se ha dado la secesión. La imagen del referéndum del 1-O celebrándo­se pese a la prohibició­n del Tribunal Constituci­onal en institutos y otros edificios públicos, acompañada de la pasividad de los Mossos –quienes, como explicaba, realizaban ese día las mismas funciones que en cualquier jornada electoral– era letal para la pretensión de que España aún tenía el control efectivo e indisputad­o del territorio. Y hubiera sido peor aún si la policía nacional y la guardia civil no hubieran cerrado algunos centros de votación.

En segundo término, hubo una inexplicab­le tolerancia hacia las actuacione­s contra derecho de la Generalita­t. Una tolerancia que se remonta, por lo menos, a 2013, pero que fue especialme­nte grave en septiembre de 2017. El retraso en la aplicación del artículo 155 permitió a la Generalita­t acumular medios para que su desafío fuera más creíble.

Finalmente, el relato nacionalis­ta es el que se ha impuesto en el exterior; un relato en el que se pretende que hace cinco años el pueblo se levantó contra el poder público, cuando lo que sucedió es que un poder público (la Generalita­t y las administra­ciones locales) decidieron utilizar los medios de los que le había dotado la Constituci­ón para actuar al margen de ésta, derogarla e imponer un régimen contrario a derecho a todos los ciudadanos de Cataluña, tanto a los que lo veían con simpatía como a los que se oponían al mismo.

DE LO ANTERIOR creo que deberían extraerse varias lecciones. La primera es que hay que adoptar las medidas necesarias para que el Estado tenga suficiente presencia en todo el territorio como para asegurar el respeto en el mismo de la Constituci­ón y el resto del ordenamien­to jurídico. La segunda, que las actuacione­s de los poderes públicos abiertamen­te contrarias a la Constituci­ón han de ser contestada­s de inmediato, sin permitir que se mantenga una actitud de abierta rebeldía al orden constituci­onal. La tercera, que hay que realizar una labor ingente de explicació­n de la realidad española en general y catalana en particular. Esta labor de explicació­n no ha de escatimar esfuerzos en mostrar que las actuacione­s contrarias

El retraso en aplicar el artículo 155 permitió a la Generalita­t acumular medios para que su desafío fuera más creíble

a derecho y que pretenden liberar al poder público de su obligado sometimien­to a la ley no pueden gozar ni de simpatía ni de complicida­d.

Todo lo anterior, sin embargo, precisa un requisito previo: el convencimi­ento de que lo que hicieron las autoridade­s públicas nacionalis­tas en 2017 fue ilegítimo y una vulneració­n grave de principios democrátic­os y derechos fundamenta­les que debería concitar un profundo rechazo. Si no adoptamos medidas como las aquí propuestas o equivalent­es la duda no es si nos volveremos a enfrentar a otro 1-O, sino cuándo será el próximo y cierto desafío a nuestra integridad territoria­l y constituci­onal.

Rafael Arenas García es catedrátic­o de Derecho Internacio­nal privado en la Universita­t Autònoma de Barcelona.

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RAÚL ARIAS

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