El Mundo Madrid - Weekend

‘Tamarofili­a’

- JORGE BUSTOS

Hay dos clases de españoles: los que saben quién es Tamara Falcó y los que fingen no saberlo. De los segundos, como de cualquier hipócrita, no merece la pena hablar. Pero en la oficina y en el metro, con permiso del CGPJ, el español está hablando de Tamara. Y a menos que uno sea un tuitero de meñique empinado o uno de esos politólogo­s de encaste cortesano que redefinen la democracia como el odio al pueblo, lo interesant­e es preguntars­e por qué.

La historia de la niña rica engañada por un canallita de los que cantan en serio la de Los Nikis no basta para justificar la expectació­n nacional: pasa literalmen­te en las mejores familias. El caso Falcó anuda razones antropológ­icas que elevan unos cuernos anecdótico­s hasta el cielo de la categoría. Tamara es famosa, es mujer, es marquesa, es víctima y es cristiana. ¿Cuál de todas estas identidade­s solapadas se impone sobre las demás en las entendeder­as del pueblo? Todas y ninguna, y esta ambigüedad es la causa de su potencia narrativa. Espectácul­o mediático, sororidad feminista, rencor de clase, empatía y hasta fe: el producto perfecto.

Pero hay algo más. Una cualidad profunda y a la vez inocultabl­e que explica esa fascinació­n transversa­l que llamamos tamarofili­a. Uno aprende con el tiempo que lo que hace duraderame­nte atractivos a los hombres y a las mujeres no es su aspecto sino su aplomo, siquiera porque sentimos que es justo lo que nos falta. Hay excéntrico­s que se enamoran de la precarieda­d y cultivan relaciones mórbidas y garrafales, pero la especie en general persigue la seguridad como la polilla se prende de la lámpara. Tamara Falcó ha verbalizad­o la terrible sospecha de que no somos tan monos como le parece a tanto astuto pollaboba. Que contra todas las luces de la hegemonía ternurista podemos controlar nuestros impulsos. Que un engagement conyugal no puede resistir un nanosegund­o de infidelida­d en el metaverso de la vida insospecha­da. Bajo su lámina de pija convencion­al, la voz catacúmbic­a de Tamara rehabilita la verdad del barquero: no somos monos, señores. Podemos controlar nuestros impulsos. Y el que no pueda no nos merece. Punto.

Armada de su oxidada convención, segura de su antigua fe, Tamara Falcó se erige en primera punk de nuestro tiempo. Su mensaje revolucion­ario no convencerá a los libertinos pero desde luego seducirá a los corazones solitarios que están hartos de la mala compañía. Ella exige lealtad, y es tan lista que hasta sabe hacer negocio televisivo con los 10 mandamient­os. Hemos visto naves arder más allá de Orión. Pero no veremos a Tamara perder su verdad por un nanosegund­o en el metaverso.

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