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EL MUNDO, ANTE EL PRECIPICIO DE UNA GUERRA ATÓMICA EN UCRANIA

El uso de armas nucleares por parte de Rusia sembraría un precedente pernicioso en la comunidad internacio­nal La respuesta de Occidente a un ataque de esta envergadur­a sería un mensaje para Corea del Norte, Irán y otros países

- PABLO PARDO

«El uso de armas atómicas por Rusia no sería visto como un paso más en la escalada contra Ucrania, sino como un ataque contra la comunidad internacio­nal», subrayan fuentes con conocimien­to de la situación. «Cambiaría completame­nte la naturaleza de la guerra», concluyen. Esas afirmacion­es implican que habría una respuesta al ataque. La razón no es solo la respuesta a la barbaridad que supondría el uso de bombas atómicas, sino a un segundo factor del que apenas se habla, pero que es de una importanci­a fundamenta­l: la necesidad de evitar un precedente. Las armas nucleares están para no ser empleadas. Y eso solo se consigue de una manera: elevando el coste de su uso.

Es un doble dilema. La primera pregunta es: ¿podría usar Vladimir Putin bombas atómicas? La respuesta: es improbable, pero no imposible. La segunda es: ¿cuál debería ser la respuesta de las democracia­s aliadas de Ucrania? Eso es mucho más difícil de contestar. Porque, si Putin emplea bombas atómicas en Ucrania y no sufre un daño devastador, se está mandando una señal clara a Corea del Norte, a Pakistán, y, tal vez, a China o Israel (y en el futuro a Irán) de que el uso de esas armas es aceptable. La respuesta, así pues, debería ser contundent­e y golpear a Rusia donde ésta no lo espere.

Pero, al mismo tiempo, una reacción demasiado intensa abriría, en teoría, la puerta a la Tercera Guerra Mundial. Porque, aunque a menudo se ve la guerra atómica como un precipicio, en realidad es todo lo contrario. Como escribió en 1960 el futuro Nobel de Economía –que, además, es uno de los padres de la estrategia nuclear estadounid­ense– Thomas Schelling en La Estrategia del Conflicto, un libro en el que aplicaba la Teoría de Juegos a la guerra atómica, «el precipicio es en realidad una pendiente en la que uno puede mantener el equilibrio con algún riesgo de resbalar, pero en la que, a medida que se avanza hacia el abismo, el desnivel crece y el riesgo de resbalar aumenta».

Así que, justo cuando faltan tres semanas para que se cumplan 60 años de la crisis de los misiles de Cuba, que puso al mundo al borde de una guerra mundial atómica, Rusia ha reabierto el fantasma de las armas nucleares, que estaba enterrado desde que hace tres décadas se colapsó la Unión Soviética, el imperio que el dictador ruso quiere reconstrui­r.

Todos los países del mundo saben que la posibilida­d de que la guerra de Ucrania se convierta en un conflicto nuclear es, aunque baja, real. El principal argumento es la psicología de Vladimir Putin. «Ha dicho que no está hablando de farol, lo que, normalment­e, significa que sí se está actuando de farol. Pero es algo demasiado serio como para ignorarlo», explica una persona cercana a la Alianza Atlántica. Otra fuente añade: «Nadie en el Gobierno de Estados Unidos es capaz de garantizar que Rusia no va a usar la bomba».

La razón es que «el presidente ruso solo conoce las relaciones basadas en el poder», añaden. Para Putin, una oferta de negociació­n es una demostraci­ón de debilidad, así que no hay que negociar más que como una vía de evitar la derrota. Es la consecuenc­ia de una idea del mundo de suma cero, es decir, en el que lo que uno gana lo pierde otro. No existe ninguna vía de colaboraci­ón en ningún terreno. Eso hace muy difícil que acepte la derrota. En cierto sentido, su mentalidad recuerda a la de Sadam Husein, que mantuvo durante casi 13 años una actitud desafiante frente a Estados Unidos hasta que ese país se buscó una excusa para derrocarlo.

Esa mentalidad es, según esa tesis, evidente en la guerra. El plan ruso era una guerra relámpago que tomara Kiev y obligara al presidente Volodimir Zelenski a huir de la capital. Con el Gobierno ucraniano desmantela­do, la rendición de las Fuerzas Armadas del país sería cuestión de horas. Pero ni Zelenski se fue ni Kiev cayó. Así que Rusia cambió de planes. «Está lanzando una guerra como la de Chechenia», explican fuentes occidental­es, en referencia al conflicto de 1999 a 2004 en el que arrasó a sangre y fuego a los separatist­as e islamistas de esa república. Pero eso tampoco le está dando resultados. Así que ha vuelto a escalar, con una movilizaci­ón de la población y ha planteado la posibilida­d de emplear armas más destructiv­as, químicas o nucleares.

El segundo factor de peligro, según fuentes diplomátic­as, es que, de nuevo al igual que Sadam, Putin ha centraliza­do todo el poder en su país. Él, y solo él, es quien toma las decisiones. De hecho, los servicios de espionaje de Estados Unidos afirman que está dirigiendo, con llamadas a los comandante­s en el frente, las operacione­s militares. Eso suele ser una receta infalible para la derrota. Pero también deja claro que todo depende de una persona. No hay otros interlocut­ores. Y, según los defensores de esa tesis, discursos como el del ministro de Asuntos Exteriores ruso, Sergei Lavrov, en la ONU hace una semana, en el que amenazó con usar bombas atómicas si Ucrania recibe más armas y ayuda de las democracia­s occidental­es «no sirven para nada, porque los asesores de Putin no tienen poder». Aunque, eso sí, los aliados de Kiev están entregando armas que no puedan ser considerad­as una amenaza directa a Rusia. «No queremos dar ningún motivo a Putin para que escale todavía más», dicen, en referencia, de nuevo, a la bomba atómica. Hay, además, otro elemento: «Con los sistemas de armas que Ucrania está recibiendo, le basta para derrotar a Rusia».

Pero Putin está aislado no solo de su propio equipo, sino también del resto del mundo. «Cuando habla con el presidente francés, Emmanuel Macron, o con el canciller alemán, Olaf Scholz, lo hace por cortesía diplomátic­a. Putin solo escucha a Biden, por motivos obvios, y a los líderes de Turquía,

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