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CIENCIA PARA FRENAR EL AVANCE DEL DESIERTO

- JUANJO BECERRA SOSTENIBIL­IDAD

La codicia humana desertific­a, el abandono del campo desertific­a, los incendios desertific­an, la agricultur­a y la ganadería intensivas desertific­an... Hasta el agua desertific­a, cuando cae en torrente y arrastra, a su paso, el último pálpito de vida en los suelos yermos. Por supuesto, el cambio climático también desertific­a, y mucho, pero no conviene olvidar que, como el resto de elementos de la lista anterior, también es obra de la acción humana.

Solo la influencia del hombre en este terreno permite explicar que el ritmo de la degradació­n sea actualment­e más de 30 veces superior al ritmo histórico, según un estudio de la ONU. Cada año, el desierto se traga 24.000 millones de toneladas de suelo fértil, sobre todo en los ecosistema­s áridos. Y las previsione­s de la propia ONU dibujan un panorama sombrío: para 2050 se habrán perdido 1,5 millones de kilómetros cuadrados de tierras agrícolas, el equivalent­e a toda la tierra de cultivo de la India.

Y las de la Comisión Europea no son mejores: más de 50 millones de personas podrían tener que desplazars­e en las próximas tres décadas para huir de la escasez de alimento y agua, como asegura su World Atlas of Desertific­ation.

«Somos animales terrestres, vivimos sobre la tierra y prácticame­nte todos nuestros alimentos crecen sobre el suelo, ya sean los animales o las plantas», advierte Fernando Maestre, catedrátic­o de Ecología de la Universida­d de Alicante, reconocido internacio­nalmente por sus investigac­iones sobre ecosistema­s áridos. «Si el suelo se degrada y pierde la capacidad de mantener vegetación, ecosistema­s naturales y cultivos productivo­s, lo perdemos todo», subraya. Maestre no duda en alertar de que «estamos degradando suelo a pasos agigantado­s por lo mal que lo tratamos y es algo que cuesta mucho recuperar».

Entre las formas de ese maltrato, este experto enumera la agricultur­a intensiva de regadío que ha desecado Doñana y Daimiel, el cultivo de olivos en pendiente y sin vegetación entre medias que pueda frenar la erosión que provocan las riadas, la explotació­n de acuíferos en los invernader­os almeriense­s...

La desertizac­ión supone un gran peligro para la raza humana, pero este no es otro reportaje apocalípti­co sobre cómo el aumento de la temperatur­a global y la escasez de agua tumbarán nuestro modo de vida, sino todo lo contrario: sobre qué están haciendo la voluntad y el conocimien­to humanos para contener o revertir el fenómeno.

El propio Fernando Maestre ha trabajado en una investigac­ión publicada por Nature Plants que ha empleado inteligenc­ia artificial para medir la extensión de los bosques que aún sobreviven en las zonas áridas del planeta y predecir su evolución futura a partir del clima de cada zona en el pasado.

«Sólo en la provincia de Alicante, el 40% de los bosques puede desaparece­r antes del final de este siglo», alerta este experto, convencido de que se podrían utilizar las prediccion­es que hace su estudio para definir en qué zonas tienen posibilida­des de prosperar las repoblacio­nes y qué especies son las más adecuadas en cada caso (arbóreas, arbustivas, herbáceas...). «Ese 40% de bosques tenemos que

50 millones de personas podrían tener que desplazars­e hasta 2050 debido a la degradació­n de los ecosistema­s áridos. Abaratar la desalación del mar, regenerar agua de mayor calidad, absorber humedad de la atmósfera... son algunas de las soluciones que podrían paliar la pérdida de suelo

gestionarl­o y prepararlo para intentar conservarl­o. Por ejemplo, reduciendo la densidad de árboles para disminuir el uso de agua y el riesgo de incendios», añade.

EL EJEMPLO ISRAELÍ

«La ciencia y la innovación pueden y deberían tener un papel clave en la mayoría de los casos y las áreas», defiende Noam Weisbrod, director de los Institutos Jacob Blaustein para la Investigac­ión del Desierto, la red de centros científico­s que creó Israel en los 70 para encontrar la forma de recuperar el desierto del Neguev para la agricultur­a y que ha convertido al país hebreo en referente mundial en la materia.

«No podemos cambiar el clima de una zona y es bastante lenta y limitada nuestra capacidad para controlar el cambio climático y las sequías, inundacion­es, la inestabili­dad atmosféric­a y la desertific­ación acelerada que supone», argumenta Weisbrod. «Pero la investigac­ión debería ayudarnos a desarrolla­r soluciones sostenible­s para vivir en el desierto y crear agricultur­a provechosa en él», añade.

Israel es el claro ejemplo de que se puede lograr. Varias décadas de investigac­ión han conseguido auténticos milagros en un país compuesto en un 95% por tierras áridas y en el que, de hecho, el Neguev acapara un 60% del territorio nacional. Weisbrod explica algunas de las técnicas que han desarrolla­do para convertir en fértil el suelo del desierto.

«Tenemos repartidos por el Neguev muchos limans, arboledas plantadas en torno a micro-cuencas hacia las que canalizamo­s el agua de las riadas; desarrolla­mos cosechas con alta tolerancia a condicione­s extremas, implementa­mos sistemas de riego más adecuados para el de

sierto...». Y así, hasta sustentar una milagrosa y lucrativa actividad viticultor­a en la zona, como demuestra el viñedo de la imagen que ilustra estas líneas.

REGENERAR Y DESALAR

Curiosamen­te, los ya mencionado­s invernader­os del poniente almeriense también han desarrolla­do sistemas de optimizaci­ón del riego, pero con una diferencia respecto al ejemplo del país hebreo.

«Israel creó un sistema de tuberías que recorren todo el país para llevar el agua tratada o desalada a donde se necesita, mientras que en Almería lo que hacen es esquilmar los acuíferos», compara Irene de Bustamante, directora adjunta del instituto de Investigac­ión Imdea Agua de la Comunidad de Madrid.

En opinión de esta experta, «la reutilizac­ión del agua sí que es el futuro de la raza humana, junto con la desaliniza­ción, ya que permiten aumentar la disponibil­idad de agua pese al cambio climático».

Y lo cierto es que en ambos casos está puesto el foco de la innovación. El problema de la desaliniza­ción es que es caro producir agua y, sobre todo, es caro transporta­rla lejos de la costa, por lo que reduce la rentabilid­ad de las cosechas.

En cambio, potenciar la regeneraci­ón requerirá desarrolla­r sistemas cada vez más eficientes y baratos para eliminar del agua tratada metales pesados, sustancias químicas, antibiótic­os... imprescind­ible si se quiere reutilizar en cultivo o para consumo humano. Todo un desafío, aunque en 2019, el 93% de las aguas residuales fueron depuradas en Israel y el 86% se reutilizar­on en la agricultur­a.

Igualmente, la desalación proporcion­ó el 70% de recursos hídricos para consumo doméstico y uso municipal. «Hay que meter el agua en el circuito de la economía circular y fomentar soluciones basadas en la naturaleza para que sean sostenible­s, circulares y rentables… eso es más útil que las propuestas hightech», plantea De Bustamante.

Lo cierto es que tampoco faltan iniciativa­s que buscan resolver el problema de la desertific­ación desde la apuesta por la innovación futurista y la tecnología de campanilla­s. Por ejemplo, desde enfoques científico­s como los que se enumeran junto a este texto y en los que trabajan empresas españolas como Agrow Analytics (IA para ahorrar agua optimizand­o el dónde, cuándo y cuánto regar) o Aquaer (generadore­s capaces de extraer gotas de rocío de la humedad del aire).

No hay que olvidar que España es el país de Europa más afectado por la desertific­ación, ya que el 73,7% de su superficie es árida.

«Salvo la cornisa atlántica, el resto de la Península Ibérica entra dentro del paraguas de las zonas áridas y nos encaminamo­s hacia escenarios de colapso hídrico en muchas regiones», advierte Maestre, que acude a la Paradoja de Jevons para explicar cómo la innovación puntera que se ha desarrolla­do en nuestro país en los últimos años para la desalación o la optimizaci­ón de agua en el mar de plástico almeriense no ha servido para ahorrar agua sino para gastar más en los cultivos.

«En España, la foto de la desertific­ación no son las dunas, sino las de los invernader­os, porque es un uso de la tierra que está esquilmand­o los recursos de una manera claramente insostenib­le», describe este experto, que coincide con Irene De Bustamante en subrayar una segunda paradoja: no hay innovación más efectiva en la lucha contra el avance del desierto que hacer las cosas con el ritmo y el criterio e la naturaleza: priorizar la sostenibil­idad en lugar de las necesidade­s del mercado y la obsesión por maximizar los beneficios.

Cada año se pierden 24.000 millones de toneladas de suelo fértil

VINO EN EL DESIERTO Israel ya tiene viñedos prósperos y lucrativos en mitad del Neguev

Los expertos recomienda­n devolver la agricultur­a a la lógica de la naturaleza frente a la de los mercados

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AMIT ELKAYAM / NEW YORK TIMES / CONTACTOPH­OTO

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