MOSQUITOS ‘CENTINELAS’ DE LA FIEBRE DEL NILO OCCIDENTAL
Desde la Estación Biológica de Doñana, el equipo de Jordi Figuerola intenta prevenir el próximo brote de fiebre del Nilo Occidental en España. Mediante una estrecha vigilancia de los mosquitos que transmiten la enfermedad quieren establecer un sistema de alerta temprana que permita frenar los contagios
«¿Ves ese cubo? Si lo dejan ahí se va a llenar de agua y se va a convertir en un criadero...». Al contrario que la mayoría, Jordi Figuerola no sólo está pendiente de los mosquitos en verano, cuando el calor aprieta y estos insectos más pican y molestan. Él los vigila todo el año.
Desde la Estación Biológica de Doñana (CSIC) estudia su comportamiento, sus patrones de distribución, si aumenta su abundancia o su radio de acción. Porque todos esos datos son clave para su objetivo: intentar prevenir el próximo brote de fiebre del Nilo Occidental en España.
Esta enfermedad emergente provocó, en 2020, ocho muertes y 77 casos graves de meningoencefalitis en las provincias de Sevilla, Cádiz y Badajoz. «El Covid eclipsó la alarma, pero ha sido el brote más importante que hemos tenido de una enfermedad transmitida por mosquitos en España desde que en 1964 se erradicó la malaria», señala Figuerola, quien subraya que para evitar que algo semejante vuelva a suceder la clave está en adelantarse a la enfermedad, anticipar sus pasos y distinguir sus signos tempranos de alerta. «Y ahí la vigilancia de mosquitos es clave», explica el investigador cuyo equipo acaba de recibir un contrato de casi medio millón de euros de la Fundación La Caixa para esta tarea. Hasta ahora, han trabajado también con contratos del Gobierno y la Junta de Andalucía.
Sus estudios previos han demostrado que un mes antes de que den la cara los primeros casos en humanos, el virus ya es detectable en mosquitos, lo que puede servir de advertencia, de señal para redoblar las medidas de control de la población de insectos y reducir al máximo el riesgo de transmisión. «Además de identificar señales de alarma precoz, también queremos elaborar mapas de distribución de las distintas especies transmisoras, lo que permitirá llevar a cabo programas de control mucho más efectivos y respetuosos con la naturaleza», explica el científico mientras manipula una de las trampas que utilizan habitualmente para cazar mosquitos en el área cercana a las marismas del Guadalquivir, una zona considerada de alto riesgo.
Se trata de un ingenioso artilugio que atrae a estos insectos simulando la emisión de dióxido de carbono que emitimos los humanos y otros animales al respirar. Pensando que han encontrado una víctima de la que alimentarse, los mosquitos –fundamentalmente hembras– entran en la trampa y caen a una red de la que no pueden escapar. «Hemos llegado a capturar más de 9.000 ejemplares en una sola trampa», apunta Figuerola, a quien interesan especialmente dos especies del género Culex comunes en el
Occidente peninsular que son fundamentales para la dinámica de la enfermedad. «Culex perexiguus es una especie que vive en zonas húmedas, sobre todo arrozales, mientras que Culex pipiens habita sobre todo en zonas urbanas. En las zonas naturales es C. perexiguus, que pica fundamentalmente a las aves, el que está transmitiendo y amplificando el virus entre distintas especies de pájaros, que son los hospedadores naturales del virus», explica Figuerola. «Cuando un ave infectada entra en contacto con Culex pipiens, que pica tanto a pájaros como a humanos es cuando se pueden iniciar los brotes en humanos», continúa el investigador, quien recuerda que para que una persona resulte afectada ha de darse la cadena ‘ave infectada-mosquitohumano’. «El mosquito se tiene que infectar a partir de un ave. Nunca se va a poder transmitir la infección a partir de un humano u otro mamífero, como los caballos, ya que no hay suficiente concentración de virus en
su sangre», aclara.
Solo el 1% de quienes se infectan desarrolla una enfermedad grave –el 80% lo pasa de forma completamente asintomática y el 19% restante sufre algo similar a un catarro–. Pero los cuadros de meningoencefalitis que puede provocar la enfermedad pueden dejar graves secuelas e incluso provocar la muerte, como se demostró en el brote de 2020. Ese año se dio una especie de tormenta perfecta para el virus. La combinación de una primavera lluviosa con la falta de control de mosquitos y la pérdida de medidas de mantenimiento en piscinas y otras infraestructuras urbanas durante el confinamiento por Covid-19 dio alas a la infección. Lo comprobó el equipo de Figuerola que, tras la captura de 173 lotes de mosquitos en 15 localidades de Sevilla y Huelva, observó que la densidad de mosquitos de la especie Culex perexiguus en los alrededores de Coria y Puebla del Rio –los pueblos donde se registraron los primeros casos de encefalitis– era muy superior a la de años anteriores. En las áreas habitadas, también se detectó un mayor número de ejemplares de Culex pipiens.
Álvaro Solís puede distinguir de qué especie es un mosquito prácticamente a simple vista. Es él quien recibe los insectos que captura el equipo de martes a viernes, quien los caracteriza y quien los separa en lotes para su posterior análisis. Con cuidado, los coloca bajo una lupa binocular y los observa: varios ejemplares de Pipiens cazados en Puebla del Río, una hembra cuyos huevos aún pueden apreciarse bajo su abdomen, una especie que irá a la basura porque no transmite el virus... «Las hembras alimentadas las guardamos una a una y luego se secuencia el origen de esa sangre para saber a qué especie ha picado», explica.
Recibe las muestras ya congeladas Isabel Martín, que se encarga de hacer las extracciones y las PCR para detectar la presencia de West Nile y otros virus similares. Antes tiene que machacarlos, hacer una especie de zumo de mosquito, del que separará una parte «para que pueda enviarse al Instituto de Salud Carlos III para que cultiven el virus si da positivo», indica.
Tanto en 2020 como en 2021, el virus se detectó por primera vez en mosquitos el 16 de julio, y los primeros casos en humanos se registraron un mes después. Este verano, sin embargo, el patrón se retrasó unas semanas y la primera PCR positiva en mosquitos no salió hasta el 19 de agosto. Fue María José Ruiz, que habitualmente se encarga de los análisis genéticos, quien vio el primer positivo.
«Se cumplió una regla que se ha repetido ya en los últimos tres años y que es que el positivo no sale hasta que yo no me cojo el AVE para irme de vacaciones», bromea Figuerola. «No sabemos aún por qué este año ha sido diferente. Creemos que la sequía ha influido, ha sido una época mala de cría para las aves y el virus también ha pasado un mal invierno, por lo que no se ha amplificado tanto. De todas formas, seguimos detectándolo en mosquitos». Hace solo unos días se registró el primer caso en humanos en Andalucía, en una anciana
EL TRASTORNO EN ESPAÑA “EL COVID LO ECLIPSÓ, PERO EL BROTE DE 2020 FUE EL MÁS GRAVE DESDE QUE SE ERRADICÓ LA MALARIA”
RIESGOS DE LA INFECCIÓN SOLO EL 1% DE QUIEN SE INFECTA SUFRE ENFERMEDAD GRAVE. PERO PUEDE MATAR Y DEJAR SECUELAS
residente en Vejer de la Frontera. El 16 de septiembre, Cataluña había confirmado los dos primeros afectados, de un linaje distinto, en el área de Reus.
La fiebre del Nilo Occidental ha vivido en las últimas décadas una expansión sin precedentes. El virus, que es endémico en España y se identificó por primera vez en nuestro país en 2003, cada vez se encuentra en localizaciones más al norte en Europa, probablemente espoleado por el cambio climático. «Tanto el desarrollo del mosquito como del patógeno dependen de la temperatura. Si no hace frío en invierno o empieza a hacer calor antes, la maquinaria de amplificar el virus se acelera y aumenta el riesgo de transmisión», explica Figuerola, quien echa en falta una mayor apuesta por la vigilancia a tiempo real de esta y otras zoonosis. «La UE financia varios proyectos de investigación. Pero en mi opinión están más centrados en hacer modelos y estimaciones que en coger datos de campo, que nosotros creemos que son fundamentales para comprender el comportamiento de estos patógenos. Por ejemplo, el West Nile no se está comportando de la misma forma en España que en Italia o EEUU y tenemos que saber por qué, al igual que tenemos que averiguar cómo afecta la temperatura y otros factores que solo podemos conocer recogiendo datos reales y haciendo experimentos», reclama el investigador, quien también incide en la importancia de que se estrechen los lazos entre la salud humana, la salud animal y la del medio ambiente. «Esta enfermedad es el ejemplo claro de que esa integración se necesita», coincide María José Ruiz. «No podemos centrarnos únicamente en la detección de casos en seres humanos, porque cuando se produce un brote ya no se puede hacer prácticamente nada. Hay que anticiparse, ver cuándo el virus empieza a circular y poner en marcha medidas de control.
Si no lo hacemos, siempre iremos tarde».