CARNAVAL, SALSA Y TELE DE RELLENO: LAS RAÍCES DEL RAP CANARIO
El estallido de Quevedo descubre una tradición cultural adelantada a la de la península ibérica
Es probable que muchos oyentes de Quevedo, nacidos después del año 2000, lo ignoren, pero hubo una época en la que la palabra escena, en el sentido de territorio musical, era fundamental para explicar la música pop. Cualquier ciudad de 300.000 habitantes que tuviese tres buenas tiendas de discos y cuatro bares que programasen música en directo y en la que se diese alguna circunstancia cosmopolita (un vuelo directo a Londres, la cercanía a la frontera francesa, la existencia de una comunidad extranjera pujante) podía convertirse en escena, en un paisaje propicio en el que florecían bandas de rock o de música electrónica relacionadas por vínculos personales y semejanzas artísticas. Bristol en los 90, Washington D.C. en los 80, Sevilla en los 70... A todo el mundo le encantaba hablar de escenas.
El concepto quedó desfasado en el siglo XXI, cuando la información y el acceso a la tecnología se volvió universal, pero escena es aún un símil que viene a la cabeza para explicar casualidades sospechosas: 2022 está lleno de músicos canarios, casi todos artistas de hip hop que hacen frontera con el gran océano de la música latina y urbana, y que alcanzan éxitos insólitos para un archipiélago en el que la industria musical y sus artistas tuvieron una escala local hasta ahora.
Bzrp Music Sessions, Vol. 52, la canción de Quevedo producida por el argentino Bizarrap (más conocida por su estribillo como Quédate) ha sido durante varias semanas la canción más escuchada del mundo en Spotify y suma 500 millones de plays en la plataforma en menos de tres meses (más otros 300 millones en YouTube). Era la primera vez que un cantante español llegaba al top 1 global de Spotify.
Quevedo es el penúltimo eslabón en una cadena en la que le precedieron Don Patricio, autor del siete veces platino Contando lunares en 2019, su colega en Locoplaya Bejo, Ptazeta (tres millones de oyentes mensuales), Maikel Delacalle,
Cruz Cafuné, St. Pedro, Danny Romero, Sara Socas... Los más veteranos graban con majors y giran por América desde 2015.
Vistos en conjunto, los nuevos raperos canarios no son una escena como las del siglo XX: Canarias es un territorio fragmentado, no una ciudad de 300.000 habitantes, y sus estrellas no han coincidido en un colegio ni en una discoteca de arte y ensayo. Muchos de ellos se han conocido entre sí en Miami, cuando sus carreras ya habían arrancado y sus voces son fáciles de diferenciar. Pero sí que hay un paisaje cultural que los une.
La tesis, en resumen, dice que la música popular que se escuchó en Canarias siempre fue, al menos en parte diferente, a la que sonaba en la península. Que la música latina siempre estuvo en el ambiente y que el hip hop tiene una historia paralela pero no del todo común a la del resto de España. Que así ha ocurrido durante 60 años y que, en realidad, ha sido el mundo el que ha evolucionado en sus gustos hasta alinearse con las islas.
«Es un tópico pero la conexión de Canarias y América Latina es real. Si busca en la obra de Los Sabandeños y de Los Gofiones verá que en 1960 sacaban discos de cancionero latinoamericano. Y si piensa en los cantantes melódicos de los 70, José Vélez triunfó más en Argentina que en la península», cuenta Diego F. Hernández, periodista y Premio Canarias de la Música en 2018. Esa tradición se renovó e institucionalizó con la Transición, cuando los carnavales se convirtieron en el gran acontecimiento de la música popular en las islas. «Los carnavales de Las Palmas y, sobre todo, los de Santa Cruz de Tenerife, se convirtieron en el gran banco de pruebas para la música latinoamericana en Europa. Celia
Cruz y Juan Luis Guerra debutaron y se pusieron a prueba en Canarias. El Gran Combo Dominicano venía cada año y era un fenómeno de masas», recuerda Hernández. La salsa, que en el resto de Europa es una música dirigida a las clases medias universitarias, es un fenómeno verdaderamente popular en Canarias: suena en los taxis y en las fiestas de pueblo.
«Yo eso lo viví con Orishas en 1999. Vivíamos en Francia y la compañía nos hizo mudarnos a España porque quería que nos probásemos en Canarias. La frase que nos dijeron fue ‘Si Canarias los acepta, el mundo los aceptará», dice el rapero cubano Yotuel Romero. «Lo que vi es lo mismo que veo hoy, un lugar en el que encontrar mucha inspiración».
Hacia aquel 1999, los carnavales ya habían dejado un legado, habían creado cierta estructura, aunque fuese frágil: había una pequeña industria musical en la que destacaba la lagunera Discos Manzana y la temporada de festivales se había ampliado con el Son Latinos en Tenerife y el Womad de Las Palmas. El salseo empezaba su viaje, de los riscos (el equivalente canario de las favelas) al centro.
«Hay cosas que hoy parecen absurdas pero que tuvieron importancia. En los 90, las cadenas privadas de televisión vendían su publicidad para la península por un lado y para Canarias por el otro. Muchos anuncios no estaban contratados para Canarias y las cadenas llenaban el hueco con videoclips por los que no tenían que pagar. El reguetón sonó en Europa por primera vez en esos rellenos».
Quien habla es Carlos Cabrera Suárez, conocido como Sao ST, rapero y cineasta, autor de Piélagos, morir de éxito, un documental que narra la historia de la música pop en Canarias desde los 60. Su película empieza en el puerto de Las Palmas, un lugar expuesto a la cultura del Reino Unido por el que el rock entró muy pronto. ¿Por qué no ha habido ningún grupo de rock relevante fuera de las islas desde Los Canarios de Teddy Bau
tista? «En cada generación hubo un grupo de rock que estuvo cerca de trascender y no lo consiguió», explica Sao. «En los 90, ese grupo era Los Coquillos, pero sus canciones hablaban de Canarias. Cuando iban a la Península, no conectaban».
«Puede que el seseo fuese parte de esa barrera», dice Sao. Durante años, el público peninsular vio con ironía el seseo como algo kitsch, propio de cantantes románticos. En eso, el mundo también cambió hasta alinearse con Canarias.
Falta por demostrar lo más complicado de la hipótesis: ¿hay un vínculo entre la casi escena del hip hop canario de 2022 y esa apertura a la música latinoamericana? «Creo que tenemos un oído independiente», decía Ptazeta a EL MUNDO en mayo pasado. «En Madrid se escucha bastante pop y en Las Palmas nos vamos más a la vena latina. Con eso podemos sumar». Su colega Cruz Cafuné fue aún más tajante en estas páginas: «Yo no conozco a ningún canario que haya escuchado un tema de flamenco alguna vez o a Sabina. Y no es malo, es otra idiosincrasia».
«Para mí, es evidente que hay una relación», añade Sao. «El primer grupo de hip hop canario que recuerdo es Soul Sanet, que es contemporáneo a Violadores del Verso y Siete Notas Siete Colores. Y por supuesto que a Canarias llegaban Violadores y aquel rollo más hardcore, pero si busca Soul Sanet, escuchará un sonido distinto, un sentido mucho más R&B, más melódico. Y estoy seguro de que eso venía de la influencia latina».
«En Tenerife, los grandes animadores del hip hop fueron Veneno Crew, un colectivo de raperos de La Laguna que nos atraía a muchos chicos de mi edad. Yo no los recuerdo tanto en la influencia de la música urbana, pero sí que sonaban muy jamaicanos», dice desde Miami el tinerfeño St. Pedro. Su paisano Maikel Delacalle aporta su experiencia familiar: «En mi caso particular, le puedo contar que mis padres son público de rock de toda la vida, pero que Celia Cruz ha sido una obsesión en casa. La vieron en los carnavales de Santa Cruz y se convirtieron en fans. Está claro que eso me dejó huella».
Hay más derivadas que parten en direcciones inesperadas. Al escuchar a Ptazeta es fácil pensar en el realismo sucio de la novelista grancanaria Meryem El Mehdati, igual que algunas canciones tropicalistas de Locoplaya remiten a la efímera carrera en solitario de El Guincho. Pero en el fondo, lo que importa es el matiz socioeconómico que está por explorar aún. Los fans de Quevedo no lo saben, pero el rap y la música latina fueron mucho tiempo una cultura casi lumpen que sólo en una comunidad de economía frágil y con problemas sociales evidentes como Canarias encontró un refugio del desdén del mundo.