EL CUENTO DE LA CRIADA
DESDE SU SEGUNDA temporada, El cuento de la criada se tendió una trampa a sí misma. Cuando era evidente que los terribles peligros a los que se enfrentaba su protagonista no terminarían nunca con ella, la serie perdió gran parte de su atractivo. ¿Cómo identificarnos dramáticamente con una mujer irrompible? A Defred, esclava de la distópica república de Gilead, una teocracia brutal instalada en lo que antes fue parte de Estados Unidos, le pasaba todo menos una cosa: la muerte. Cuando al espectador se le sugirió que igual eso cambiaba y El cuento de la criada seguía adelante sin ella, el interés volvió a repuntar. Fue una falsa alarma, una esperanza infundada, una ilusión. Estamos ahora en la quinta temporada y aunque Defred se ha quitado su nombre de esclava y ha vuelto a ser June Osborne, su presencia viva sigue garantizada. Habrá sexta temporada.
A El cuento de la criada le ha ocurrido como a Cuéntame cómo pasó: su éxito le ha obligado
Dahmer, a superar varios finales «naturales», desde el de la primera temporada, sacado directamente del epílogo de la novela de Margaret Atwood, al de la penúltima, en el que Defred-June culmina una venganza que llevaba acariciando desde el principio. Pero El cuento de la criada siempre ha sabido cómo recoger la historia tras cada uno de sus cierres en falso. Pocas series en la actualidad muestran un mayor compromiso de la sala de guion con el espacio entre temporadas. Sobre todo cuando las elipsis largas, herramientas perfectas para revitalizar una serie fatigada, no son habituales en ésta.
La quinta temporada de El cuento de la criada arranca exactamente donde acabó la cuarta. También lo hace convertida ya en un universo perfectamente expandible, con personajes de largo recorrido que, sin embargo, siguen teniendo muchas facetas por explorar. Serena Joy (a la que da vida
Yvonne Strahovski
en un trabajo impecable), enemiga perfecta de June, amenaza permanentemente tanto el protagonismo como el centro moral de ésta. Que Elisabeth Moss sea no sólo June, sino también productora ejecutiva y directora de muchos de los episodios de esta serie evita que se produzca ese relevo. Moss sabe lo que tiene entre manos: un personaje espléndido y serie de los 90. En ella vemos a Grant Show (interpretado por otro actor) decir que había tenido que rechazar Thelma y Louise y que lo mismo así le había allanado el camino a un tal Brad Pitt. La misma sensación de no saber si esta línea de diálogo es un chiste o un drama me invade con la Dinastía en la que Grant Show está ahora. No sólo parece también un spoof porno de la Dinastía original, sino una serie con una personalidad indiscutible. Los episodios de SU serie que dirige son escrupulosamente respetuosos con los parámetros estéticos de los tres primeros de la primera temporada, donde Reed Morano estableció unos códigos visuales tan eficientes como estimulantes.
El cuento de la criada sigue siendo esa serie bellísima que siempre fue. Aunque en su interior que está llena de mo- mentos que sólo puedo salvar si son completamente autoconscientes. Quiero que lo sean. Si la Dinastía de 2021 está hecha en serio, qué demonios hace Netflix poniéndomela en los morros todo el rato diez meses después de su estreno. ¿Qué estoy haciendo mal con mi vida y con mi mando a distancia para que el mecanismo de recomendación me trate así? ocurran aberraciones y monstruosidades. Aunque esas aberraciones y esas monstruosidades siempre le perdonen la vida a su protagonista. Aunque ese perdón llegue a desactivar el drama. Cinco años después de su estreno, la serie creada por Bruce Miller y sostenida por Elisabeth Moss sigue viva. Algo que, tanto en la televisión como en Gilead, no es nada fácil. ¿Acaso me he convertido yo también en un telefilm irónico-no-irónico sobre un señor que se gana la vida viendo la tele? ¿El mundo es real o sólo una simulación? Porque lo que sí tengo claro es que la Dinastía de Grant Show es una simulación de la de Forsythe, Evans y Collins. Una simulación, una burla, y un algoritmo todavía más hijo de perra que la legendaria Alexis.