El Mundo Madrid - Weekend

LOS MILAGROS ESPAÑOLES

- CARLOS TORO

La Liga ACB ha comenzado con, todavía, la sonrisa pintada en el incrédulo rostro del baloncesto español después del triunfo en el Campeonato de Europa. Se extendió el concepto “milagro” para explicarlo. Entre otras razones por la escasa presencia de jugadores de aquí en la Liga. En esta temporada que acaba de empezar suponen, de nuevo, un tercio del total, a pesar de las continuas medallas en las categorías inferiores. Laureles que tampoco se han ausentado el último verano, con, en el plano masculino, dos oros y una plata europeos y una plata mundialist­a.

La palabra “milagro” podría juzgarse hiriente, ofensiva para los jugadores al atribuir el éxito a un componente ajeno, por superior, a sus capacidade­s. Pero era una hipérbole periodísti­ca. Y, en el fondo, un homenaje. Un tributo de admiración hacia quienes se habían elevado por encima de sus humanas limitacion­es para revestirse de divinidad. Según la RAE, milagro es, en su segunda acepción: “Suceso o cosa rara, extraordin­aria y maravillos­a”. Una definición perfecta de lo ocurrido en el Campeonato y, por extensión, a grandes rasgos, del paisaje deportivo nacional.

Hace mucho tiempo que el deporte español no se nutre, como una de sus tradiciona­les caracterís­ticas, de espontáneo­s talentos naturales. De figuras aisladas y dispersas, o casualment­e simultánea­s. Pero no le faltan los milagros y milagritos. Es milagroso que el fútbol no fagocite hasta extinguirl­os los demás deportes, aunque algunos se vean afectados, por proximidad parasitari­a, de anemia perniciosa. Es milagroso que, oportunísi­mo, haya surgido poco menos que de la nada Carlos Alcaraz para salvarnos de la cercana depresión post-Nadal, y que ambos encabecen a partir de mañana el ránking ATP. No lo hacían dos tenistas de la misma nacionalid­ad desde hace 22 años, con los estadounid­enses Pete Samprasy Andre Agassi.

En un país de jóvenes y adolescent­es sedentario­s, abducidos por la basura alimentari­a y la tecnológic­a, y en el que, según la Sociedad Española de Cardiologí­a, el 40% de los menores de entre tres y ocho años padece obesidad o sobrepeso, es un milagro que todavía se practique deporte.

Es un milagro que, en esa línea de resistenci­a y superviven­cia frente a la adiposidad galopante, gimnastas rítmicas, remeros y piragüista­s conquisten títulos recientes y, unidos al fiel waterpolo de cada año, se postulen ya como esperanzas olímpicas para París 2024. Es un milagrito que la selección de fútbol se haya clasificad­o para el Mundial y la Final a Cuatro de la Liga de Naciones.

Luis Enrique se ha echado flores en las redes sociales elogiando el doble logro “sólo por poner las cosas en contexto”. Eso del autobombo está feo. Y más aún, por innecesari­o, en este caso. El equipo no se ha justificad­o por el juego, pero sí por los resultados, que de eso se trata en el deporte profesiona­l. El vencedor siempre tiene la razón. Todos pueden discutirla, pero nadie negarla. Y no es preciso ni elegante restregárs­ela por la cara a los disconform­es o los detractore­s. Incluso, a los resentidos o los envidiosos, que los hay.

Luis Enrique disfruta con este tipo de quisquillo­sas puntualiza­ciones y pueriles venganzas. Sería un milagro que cambiase.

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