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“A su boda en La Gomera fue gente que presumía ser de la mafia”

- POR Martín Mucha

Seguimos el rastro en Canarias, a donde ‘escapó’ abandonand­o a su mujer y sus dos hijas, del padre de la futura primera ministra italiana. Se casó con una rica heredera del lugar. “¿Comunista? Sí, de morro fino... De mariscos y whisky etiqueta azul”, dicen quienes aún le recuerdan. También de allí huyó. Y terminó traficando droga en un velero y condenado a cárcel en Baleares

Meloni, alias Franco, era un comunista de «morro fino», de «whisky etiqueta azul», «de mariscadas». Siempre «sospechoso de pertenecer a la mafia». Un personaje que tomó por asalto La Gomera. Con sus modales romanos, con su afición por comprar casas históricas y rehabilita­rlas, generó empleos y envidias. Le acusaron —y culpan— de arruinar dos familias, la de su mujer Anna, con quien tuvo a la que será la próxima primer ministro de Italia. Y la siguiente, la canaria, a quien mandó a dos de sus hijastros a la cárcel.

Tocar la puerta de quienes le conocieron en la preciosa isla donde se asentó es remover conciencia­s. Buena parte de sus mejores amigos han muerto. De vejez, por malos vicios, incluso suicidados. Marcó vidas.

Llegó como en las novelas, a lo grande. Huyó de Italia en barco, en uno llamado Cavallo Pazzo. O Caballo

Loco, como el sioux indómito que humilló al Séptimo de Caballería. Le gustaba el nombre a Franco. Pero él era más orate que guerrero.

No se sabe en qué año Franco conoció a la hija de la Pancha, una poderosa y respetada mujer gomera. María, su heredera, se entusiasmó por este guapo italiano. Y él por ella. Tanto que abandonó a su suerte a Anna, la madre de Giorgia Meloni y a sus dos hijas. Fue tan de repente que las dejó al borde de la ruina.

De no ser por el espíritu luchador de Anna, quien sabe qué hubiera sido de las pequeñas. El golpe fue tan fuerte que Giorgia nunca perdonó a su padre. Era la década de los 80. No había cumplido cinco años. Anna, como buena mamá, no quería que odiaran a papá. Les inculcó respeto por su figura, aunque él nunca lo tuvo por su propia familia. Ni por la que vendría después.

Pero no adelantemo­s acontecimi­entos.

A diferencia de Franco, Anna nunca le falló. «Soy Giorgia, y esta es mi historia, hasta ahora... Todo se lo debo a mi madre. Una mujer culta y de voluntad fuerte que esconde un alma frágil detrás de la armadura que usó para enfrentar la vida. Mi madre era una mujer testaruda, de espíritu libre. Sin embargo, casi la habían convencido de que no tenía sentido dar a luz a otro hijo en esa situación», describe la presidenta del partido Fratelli d’Italia (Hermanos de Italia). Esa «situación» eran también los sinsabores que le producía su relación con Francesco. Casi no nace por un aborto.

RELATO DE UN ABANDONO

Cuando aún Giorgia era bebé, huyó. Ambicioso y presumido, la vida en Roma era poca cosa para él, un contable de los que hay tantos. No iba a llegar nunca lejos allí. Y conoció a María, una delicada mujer, «con porte y mucha clase», como describen los que la conocieron entonces. Todo cambió para Franco. A miles de kilómetros de su Italia, se asentaría. Pasaría de ser nadie a forFrances­co mar parte de la aristocrac­ia de La isla colombina.

Su suegra, La Pancha, era la que daba la luz a la ciudad. Era la élite de Canarias y él lo sabía. Comenzó a medrar rápido. Mientras, sus hijas le echaban de menos. Le recuerdan entre pesadillas, perros y Stephen King.

«Creo que vivió con nosotros unos meses en la Camillucci­a, un barrio de la llamada Roma buena, en una casa en la que nos quedamos un tiempo incluso después de su partida. A esa casa se vinculan dos hechos que han dejado huella en mi vida. La primera parece sacada directamen­te de una de esas películas de detectives en boga en la época, la otra del escenario de una novela de Stephen King, un autor que amé profundame­nte pero cuyas historias es mejor no estar», relata la propia Meloni en el best seller Io sono Giorgia: Le mie radici le mie idee (Soy Giorgia: Mis raíces mis ideas).

«Tuvimos dos pastores alemanes, Ettore y Eva. La hembra, como suelen hacer los perros con los bebés, se comportó como una madre para nosotros. Se iba a dormir debajo de la cuna y, si alguien se acercaba, empezaba a gruñir; y hasta le gruñó a mi padre, para entender cuán segura era su intuición...». Su padre, comunista confeso, irresponsa­ble irredento, marcó su pasado y el rechazo a todo lo que significab­a. De allí que ella se fuera al otro extremo de sus ideas, convencida de que aquello que él representa­ba y defendía era falso. Él era ateo, porque su única religión era el dinero. Ella, católica de misa de domingo... Pero no adelantemo­s acontecimi­entos.

Anna hizo lo posible para sacarlas adelante. Entre ello, escribió decenas de libros con el seudónimo Josie Bell. Novelas románticas, de amor y desamor. A la par, Franco vivía la dolce vita versión canaria. Compraba casas históricas y las restauraba. Montaba negocios. Se paseaba por la calle Real de la mano de María.

Se dio cuenta que, a San Sebastián, la capital, le faltaba movimiento. «Y lo que faltaba, él lo conseguía. No se privaba de nada», cuenta quien le conocía desde entonces. Todos los testimonio­s son anónimos. Nadie que le conociera quiere que le identifiqu­e. «Aquí marcó a muchos, más para mal que para bien. Era malo».

Más por impulso de la buena familia canaria que le acogió, que por propia voluntad, Franco comenzó a traer a Giorgia y a su hermana a La Gomera. Era un viaje largo y cansado. Desde Roma, con escala en Madrid y parada en Tenerife. De allí, podían recogerlas. O no. Lo recuerda así la política:

«Arianna y yo éramos muy independie­ntes, incluso cogíamos el avión solas —te

el Fin Fan, es la escuela de música. Su antiguo restaurant­e, la universida­d. Todos los compró el Cabildo del socialista Casimiro Curbelo, cuyo apellido se multiplica en todas las instancias de poder de La Gomera: desde Cultura y Patrimonio a Sanidad. «¿No es más que sospechoso que todas las propiedade­s de Franco sean hoy patrimonio del gobierno insular?. Un melón que nadie quiere cortar». Aún.

EL FIN DEL PADRE

Tras salir de prisión, arruinado y repudiado, se asentó en Baleares. Montó negocios que no tuvieron mayor prosperida­d, entre ellos una empresa para dejar de fumar. «Volvía poco por San Sebastián (de la Gomera). Pero le vimos la última vez muy flaco. En los huesos». Ya no era el hombretón de casi 180 centímetro­s y buen porte que recordaban. Un guiñapo. «Eso sí, me pidió el mejor whisky», nos cuenta un respetable hostelero.

Quiso recuperar la gloria perdida con los votos. Se presentó a las elecciones por Palma de Mallorca. Pero torpemente lo hizo en un partido que precisamen­te presume de rechazar ser elegidos. Primero por Ciudadanos en Blanco. Después, por Escaños en Blanco. En 2007 y 2011, respectiva­mente. Sin éxito. Enfermó. Algunos apuntan que de leucemia. En su partida de defunción, a la que ha tenido acceso Crónica, no lo especifica.

«Nacionalid­ad española. Nombre: Francesco Meloni Incrocci. Nacido en Roma, el 10 de noviembre de 1941... Murió casado. Con domicilio en la calle general Ricardo Ortega... Fallece el 16 de julio de 2012, en el Hospital Universita­rio Son Llàtzer de Palma de Mallorca. Incinerado».

Tras su muerte, Giorgia no siente el más mínimo dolor. Eso al menos escribe en sus memorias. Y le duele ese no padecer pesadumbre. Era ya un extraño. Entonces con 35 años, su carrera política aún no avizoraba lo que vendría a posteriori. En diciembre de ese mismo 2012, se funda Fratelli d’Italia, al que se tacha de neofascist­a y de ultra derecha. Quizá, pero 10 años más tarde, la niña que se encandiló con La Gomera ocupará el más alto cargo de Italia con el lema «Dios, patria y familia». Es, casi, la revancha de la pequeña abandonada contra su padre narco, comunista y ateo. @Mart1nMuch­a

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