El Mundo Madrid - Weekend

DE AMER A VILA-ROJA

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Punt, el diario en el que el futuro president incubó su vocación política. «En esa redacción en los 80 éramos todos más o menos de izquierdas menos él, que ya era independen­tista y de derechas. No es de los que subieron a la ola: siempre pensó igual. Nos íbamos de copas y te taladraba con la independen­cia. Es el más radical, pero también el más listo. No es fácil manejar desde la distancia ese movimiento. Ahora ha decaído un poco, pero si alguien puede revivirlo es él».

En un bar de la plaza esperamos a Alba Serra, que fue alcaldesa de Amer y es presidenta local de Junts: su lealtad al «president Puigdemont» es inquebrant­able. Mientras llega, charlamos con el camarero. Lleva toda la vida aquí, aunque nació en Granada. «¿Que es bonito este pueblo? Si yo hablara… Pero si hablo me tengo que ir. Aquí manda un clan. Es como los antiguos terratenie­ntes».

El mural que exige el retorno de los prófugos en la plaza de Amer, su pueblo. Debajo, mural constituci­onalista en VilaRoja, un barrio muy humilde de Gerona. Todos los pasquines del tablón municipal que llaman a la movilizaci­ón por el aniversari­o del 1 de octubre o promociona­n eventos culturales están en catalán, pero hay dos anuncios en castellano: son de dos chatarrero­s ofreciendo sus servicios.

Alba Serra compagina el trabajo de psicopedag­oga en una escuela con su vocación política. La víspera del 1-O durmió con familiares de Puigdemont y otros compañeros

viajado, se ha casado con una rumana: aprecia la diferencia. Para muchos se ha convertido en la pieza de caza mayor. Pero Europa no ha comprado el relato judicial de Llarena. La solución es la amnistía. No ha habido rebelión ni sedición ni malversaci­ón.

—Pero el Supremo sentenció que sí.

—Leo libros, veo cómo funcionan los poderes fácticos, no hay separación de poderes. La España de las autonomías no da más de sí: nadie entiende que en el siglo XXI no podamos ejercer el derecho a decidir. El PSOE tiene la llave. Sánchez está perdiendo una oportunida­d para ser un verdadero líder. Quizá es que los barones mandan mucho. La verdad es que nos iría muy bien que gobernara el PP: eso reactivarí­a el movimiento.

— ¿Qué opina de Ciudadanos?

—Sólo ha servido para una cosa: el tema lingüístic­o. Pero aquí no hay ningún problema con la lengua: mis alumnos hablan casi más castellano que catalán. Yo tengo padres en el colegio donde trabajo que son policías nacionales, y no pasa nada. Y tenemos mucha inmigració­n. Y los acogemos, claro. Yo no tengo nada en contra de España: he estado en Cantabria este verano.

“SIEMPRE PENSÓ IGUAL. EN LOS 80 TODOS ÉRAMOS DE IZQUIERDAS. ÉL, DE DERECHAS. NOS ÍBAMOS DE COPAS Y TE

“NOS IRÍA MUY BIEN QUE GOBERNARA EL PP: ESO REACTIVARÍ­A EL MOVIMIENTO... YO NO TENGO NADA EN CONTRA DE

“UN MÍSTICO. POCO CLARO. LO DE LA MESA DE DIÁLOGO NO HAY QUIEN LO ENTIENDA”

en la posada me preguntaro­n si era independen­tista y no me gustó. Creo que los medios españoles han generado xenofobia hacia los catalanes…

—Quizá la acusación de que España roba a los catalanes no sienta bien fuera de Cataluña…

—Es que en parte es cierto. ¿Por qué no publican las balanzas fiscales? Ahora el hombre que es presidente de Andalucía baja los impuestos. El problema es que España, a través del PP y de los jueces, nos ha atemorizad­o con la cárcel y con nuestro patrimonio.

—¿Qué piensa de Oriol Junqueras?

—Es poco claro. Un místico. Lo de la mesa de diálogo no se entiende.

—¿Y de Jordi Pujol? —Yo le conocí. Un visionario. Sus hijos Oriol y Jordi son estupendos. Algún error cometería, pero ¿por qué nadie saca a los de Felipe González?

Alba nos lleva hasta el colegio donde se celebró la votación ilegal. Su nombre actual es Local Polivalent­e 1 de Octubre, pero algún insospecha­do constituci­onalista ha añadido un 2, componiend­o un homenaje a la hispanidad. La alcaldesa está enojada, informa Alba. Nos despedimos de ella y de la irreductib­le Amer porque en Gerona nos espera Álex Sáez, militante del PSC.

Sáez proviene del ala más catalanist­a del socialismo, partidaria del derecho a decidir a través de una consulta pactada. Visto lo visto ha matizado su posición, pero sigue defendiend­o que con el PSOE en Moncloa las cosas no habrían llegado tan lejos. Siendo concejal de Cultura en Gerona conoció a Puigdemont, que por entonces se presentaba como candidato a la alcaldía por CiU tras una trayectori­a como periodista y activista cultural. Llegaron a trabar amistad, compartían generación. Gracias a esa confianza, Puigdemont le confesó las esperanzas que tenía en Pedro Sánchez. «Me sugirió la posibilida­d de negociar con el PSOE una moción de censura contra Rajoy a cambio del compromiso de Pedro de celebrar un referéndum en el plazo de dos años. Esperaba una llamada de Ferraz. Pero la última vez que nos vimos, justo antes de dejar la alcaldía para ser investido president, me confesó que había perdido la fe en la vía estatutari­a y en ningún encaje de Cataluña en España: me dijo que ya solo procedía establecer los términos de la ruptura».

El legado de Carles Puigdemont como alcalde de Gerona fue más bien modesto. Quizá porque considerab­a la política municipal un mero trampolín para llegar al Parlament.

El primer alcalde no socialista de la ciudad puso una bandera gigante en la plaza de Catalunya, pero no cabe atribuirle una huella perdurable en el tejido urbano ni en la gestión local. A juicio de Sáez, su llegada rompió la estrategia de cohesión entre barrios que había guiado a sus predecesor­es al cambiar la prioridad social por la identitari­a. De esa alteración dan fe los líderes vecinales de los barrios más populares de GePero rona, que no por nada son también los menos nacionalis­tas. Es el caso de Tomás Cepas, presidente de la asociación vecinal de Vila-Roja, un bastión de españolida­d desafiante dentro de la capital del separatism­o.

Se alza a las afueras de la ciudad, pasado el polígono y el cementerio. Queda lo suficiente­mente lejos como para que un Ayuntamien­to independen­tista ceda fácilmente a la tentación de olvidar a sus vecinos, más cuando

Dos chavales de origen inmigrante boxean en Amer, bastión del Junts más radical. Y una mujer en Vila-Roja, donde las pintadas desafían al independen­tismo. un desacomple­jado acento andaluz se enseñorea de sus calles desde hace décadas. En respuesta a ese olvido, los vecinos —entre el millar y el millar y medio, descendien­tes de los que se instalaron en las primeras viviendas de protección oficial que construyó el franquismo a finales de los 50— han decidido amurallar su identidad catalana y española, orgullo charnego que parece salido de una novela de Javier Cercas. El cronista emprende la Pujada del Primer de Maig, la calle principal del Vila-Roja, y lo saluda un mural con la bandera de España. Sigue ascendiend­o y topa con una «avenida 155» y una colosal rojigualda besando una senyera igualmente colosal. La plaza ha sido renombrada como de la Constituci­ón. Allí espera Tomás.

—No nos hacen ni caso. Ni la alcaldesa ni la concejala. Pedimos una solución para la limpieza o para el asfaltado, pero pasan los meses y nada. O estás con ellos o no existes. Es una dictadura peor que la que había.

—¿Qué pasó aquí el 1 de octubre de 2017?

—Quisieron poner un urna en el colegio y casi sale

por la ventana. Los vecinos nos opusimos al referéndum. Hubo algo de tensión pero no llegó la sangre al río. Costó mucho traer la democracia como para traer ahora la dictadura de ellos. ¿Puigdemont? Yo sólo le vi una vez por aquí, vino a una comida que hizo la asociación.

—¿Usted a qué partido vota, Tomás?

—He sido siempre socialista. Son los únicos que han hecho algo por el barrio. Pero cuando salió Pedro Sánchez con esos socios, no estuve de acuerdo. Estaba claro que le iban a chantajear. ¿Los indultos? Si a ti te caen diez años los cumples, ¿no? Pues eso. Que repongan el dinero que se llevaron.

De vuelta a Gerona, las esteladas menudean en los balcones, mudas y descolorid­as: fosilizada­s. Bajo ellas se afana un paisanaje diverso e indiferent­e. Los símbolos no se mueven pero las sociedades cambian. La demografía y la inmigració­n trabajan en silencio, socavando la obsesión de la pureza identitari­a. Quién sabe. Quizá un día no lejano, pueblos como Amer ya no sean el epítome de un proyecto hegemónico de ingeniería social, sino reductos melancólic­os a punto de ser derrotados por el progreso inexorable del mestizaje.

“¿QUE ES BONITO ESTE PUEBLO? AQUÍ MANDA UN CLAN. ES COMO LOS ANTIGUOS TERRATENIE­NTES”.

“ME SUGIRIÓ LA POSIBILIDA­D DE

NEGOCIAR UNA MOCIÓN DE CENSURA CONTRA RAJOY A CAMBIO DE UN REFERÉNDUM EN DOS AÑOS. PERO DESPUÉS ME CONFESÓ QUE HABÍA PERDIDO LA FE (EN SÁNCHEZ)”.

“QUISIERON PONER UNA URNA Y CASI SALE POR LA VENTANA. COSTÓ MUCHO TRAER LA DEMOCRACIA PARA TRAER AHORA SU DICTADURA”

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