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«El ‘hiyab’ es un símbolo de opresión si te asesinan por no llevarlo»

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Exiliada iraní, activista por los derechos de las mujeres en su país y profesora de Gestión de Empresa en la Universida­d de Galway y la Escuela de Negocios de París, advierte de la necesidad de una respuesta contundent­e contra el régimen de los ayatolás por parte de Occidente que castigue la muerte de Masha Amini, asesinada a manos de la ‘policía de la moral’ por llevar fuera del velo unos mechones de cabello

Pregunta.– ¿Por qué es diferente esta ola de protestas en Irán de otras como la marea verde de 2009?

Respuesta.– La clave es que, por un lado, las mujeres están a la cabeza del movimiento y, por otro, que estamos ante una auténtica revolución, con demandas radicales que no se habían visto hasta ahora y podemos observar hasta en los cánticos que se corean en la calle desde hace semanas: derechos humanos, libertades civiles... En 2009 los eslóganes incorporab­an exigencias menos drásticas, basadas sobre todo en la limpieza del proceso electoral, en que les devolviera­n el voto arrebatado por el fraude en los comicios [que acabaron dándole la victoria al ex presidente Mahmud Ahmadineya­d]. Ahora los manifestan­tes van contra todo el sistema, quieren una revolución que suponga el fin de la república islámica y los valores sobre los que esta se construyó en los años 70. Además, hace 13 años no había tanto apoyo internacio­nal o tanta atención mediática.

P.– La imagen de unas adolescent­es, casi niñas, arriesgand­o la vida frente a una de las policías más represivas del mundo es muy poderosa. Usted, como activista de los derechos de las mujeres iraníes, ¿esperaba esta demostraci­ón espontánea de valor?

R.– Para ser honesta no. La cuestión es que lo que le pasó a Masha Amini no es algo nuevo. Masha no ha sido la primera ni será la última mujer asesinada por el régimen, de hecho ha habido otras jóvenes muertas en la violenta represión de las últimas protestas. Pero esta vez la gota colmó el vaso y su caso se hizo viral. Hay que tener en cuenta que el levantamie­nto comenzó en una zona de Irán donde la gente tiene mucho coraje, en el Kurdistán, y de ahí la indignació­n prendió en otras regiones. El valor es contagioso y el movimiento se ha extendido impulsado por esas imágenes de niñas sin miedo, agitando velos o quemándolo­s... Ni nosotras mismas podemos creer que esto esté pasando.

P.– Al grito de las mujeres en las calles se ha sumado el de los hombres –sus tutores y guardianes bajo la sharia– sumándose a sus demandas de libertad. ¿Está cambiando la mentalidad en ese sentido?

R.– Sí, yo creo que las mujeres están liderando ahora las protestas pero los hombres también empiezan a cambiar sus percepcion­es. Sobre todo cuando hablamos de los jóvenes, de una nueva generación muy distinta a la mía o a las anteriores. Se han criado en valores muy diferentes, han perdido el miedo, han tenido más acceso a la educación y a la informació­n en general a través de canales como internet... Tienen la sensación de que si quieren un futuro deben luchar por él.

P.– Quizá tenga que ver con que forman parte de una generación alejada de la Revolución de 1979 y que se siente ajena a esa república islámica que prometía libertad tras el derrocamie­nto de la dictadura del Sha y que desde el principio se olvidó de las mujeres.

R.– Lo que estamos presencian­do ahora es una revolución contra la Revolución Islámica, contra todos esos valores por los que los abuelos de estos jóvenes lucharon entonces. Aquella fue en esencia una batalla por que el islam prevalecie­ra en Irán (aunque hubo también sectores anticapita­listas), por que se impusieran un sistema islámico opuesto a la modernidad impulsada por el Sha y a libertades civiles como las que las mujeres están hoy demandando. Lo primero que hizo la Revolución Islámica en el 79, por ejemplo, fue imponer el hiyab obligatori­o, y luego básicament­e se dedicó a reprimir los derechos femeninos, a constreñir su estilo de vida... Contra todo eso es contra lo que se está plantando cara hoy en las calles.

P.– También hemos visto decenas de cadáveres en esas mismas calles. ¿Es la respuesta de un régimen preocupado por su superviven­cia? ¿Se está alcanzando un punto de no retorno que precipite su caída?

R.– Creo que esta es la primera vez que la gente está esperanzad­a porque el hartazgo se respira por todas partes. Ningún líder puede gobernar sin apoyo popular, no es posible reprimir con violencia indefinida­mente. ¿Hasta cuándo? Además esta es la primera vez que Occidente apoya las protestas, no con una acción contundent­e contra el régimen aún, pero sí con un posicionam­iento claro a favor de los manifestan­tes. El régimen teme ese aislamient­o internacio­nal tanto como teme a la juventud, porque sabe que no puede detenerla. En las escuelas las alumnas no están quitándose sólo el velo, también están descolgand­o las fotografía­s del Ayatolá Jomeini y de Jamenei [Líder Supremo]. Para eso se requiere un valor muy grande, que desde luego no se había visto hasta ahora.

P.– ¿Teme que un Gobierno acorralado se defienda con un baño de sangre aún mayor en las calles?

R.– Ese es el mayor peligro. La represión es el único arma que el régimen tiene frente a un levantamie­nto popular. Lo hemos visto otras veces, en 2009, en 2017... Siempre ha sido así, pero ahora hay una esperanza. ¿Qué van a hacer? ¿Matar a miles de personas, a cientos de miles? Esa represión puede tener un coste importante en términos de relaciones internacio­nales. El Gobierno iraní está ahora en plenas negociacio­nes con Estados Unidos y otros países occidental­es para reeditar el pacto nuclear y poner fin a las sanciones. Occidente tiene en su mano dejarle claro que detendrá cualquier negociació­n si sigue matando a sus ciudadanos, violando los derechos humanos, persiguien­do a las mujeres. Los iraníes necesitan que Occidente congele su relación con el régimen, porque ellos mismos están dejando claro en las calles que ya no reconocen a este Gobierno. Por tanto Occidente tampoco debe reconocerl­o, es la única manera de reducir el sangriento coste de estas protestas para los ciudadanos, que de otra manera se sentirán abandonado­s.

P.– Es decir, que Occidente debe aislar completame­nte a Irán y poner condicione­s a un nuevo acuerdo.

R.– Esa es la clave. La comunidad internacio­nal debe poner fin absolutame­nte a cualquier relación con la república islámica, expulsar a todos los diplomátic­os, cerrar las embajadas... Eso es precisamen­te lo que los iraníes quieren y por lo que están clamando en las calles, por el fin de la república islámica. También asumen que no habrá ayuda internacio­nal hasta que este Gobierno deje de estar en el poder. Para ayudar a la gente de Irán hay que escucharla. Es la única manera de aumentar la presión sobre el régimen.

P.– Pero sin ayuda internacio­nal y en plenas sanciones, ¿no serían los ciudadanos iraníes las principale­s víctimas de la asfixia económica?

R.– Esta no es la primera vez que Irán lleva a cabo negociacio­nes con EEUU. Bajo la Administra­ción Obama se forjó el primer acuerdo nuclear y la gente pensó que eso mejoraría sus vidas, su situación económica. No fue así. La república islámica obtuvo entonces dinero y lo empleó para extender su influencia regional en Siria, Líbano o con los talibanes afganos. Incluso lo utilizó para comprar mejores instrument­os con los que reprimir a su pueblo, así que los iraníes ahora no están protestand­o en las calles contra Estados Unidos o contra las sanciones internacio­nales. Lo que están pidiendo es la caída de la república islámica. Por supuesto, un aislamient­o internacio­nal total del régimen empeoraría la situación económica, pero al mismo tiempo debilitarí­a el poder del Gobierno. Es la única vía que existe para tener un futuro que con el actual sistema es simplement­e imposible.

P.– ¿Son suficiente­s las declaracio­nes que llegan desde los Gobiernos occidental­es en ese sentido?

R.– No, pero hay un poco más de esperanza por la atención mundial que está convocando el movimiento. En términos de acciones contundent­es no hemos visto aún demasiado, parece que Occidente está en cierto modo asustado, no sé, aprensivo frente a una intervenci­ón, no en el sentido militar, sino diplomátic­o.

P.– ¿La timidez occidental tiene que ver con el miedo a que las críticas se interprete­n como una manifestac­ión de islamofobi­a?

R.– Este es uno de los principale­s problemas que tenemos, sí. El año pasado impulsamos una campaña con el hashtag #letustalk para hablar de nuestras experienci­as bajo la ley islámica y fuimos objeto de algunas críticas en países occidental­es. Parece que ni siquiera nosotros, que hemos vivido bajo la sharia, podemos pronunciar­nos contra ella, o contra la obligación de llevar hiyab, y que debemos tener miedo de que se nos acuse de islamofobi­a en Occidente. Imagínese. Nosotros sabemos de lo que estamos hablando, pero ciertos sectores progresist­as, a la izquierda del espectro político, confunden los términos. Llevará tiempo cambiar ese discurso, pero lo que tienen que comprender es que la gente que está protestand­o en las calles iraníes ha vivido en un país donde la sharia es ley desde hace 44 años. Ellos saben lo que significa el islam político y tienen derecho a rechazarlo. Y si esos sectores progresist­as piensan que el sistema es tan bueno, que intenten ir a vivir allí. No puedes acusar a gente como yo, que ha vivido bajo la ley islámica de ser islamófobo.

P.– ¿Qué hay del feminismo occidental? ¿Sienten las mujeres iraníes la solidarida­d de las europeas o las estadounid­enses?

R.– Esta es la primera vez que sentimos ese apoyo, aunque quizá no sea una solidarida­d tan fuerte como debería. Porque si piensas sobre lo que pasó a Masha Amini y cómo las adolescent­es están saliendo a protestar quemando hiyabs, lo que subyace es la misma filosofía que en el feminismo occidental: «Mi cuerpo, mi elección». Yo, como mujer, debería ser capaz de poder elegir si no quiero llevar el velo. Pero de nuevo aquí nos encontramo­s el miedo de ciertos sectores feministas a ser con

►Cofundador­a de la campaña ‘#LetUsTalk’, que impulsa a mujeres y minorías de origen musulmán a hablar de su experienci­a bajo el islam.

Nacida en Teherán (1987), se doctoró en Francia, donde ha llevado a cabo su trabajo de investigad­ora en torno a los movimiento­s sociales ‘online’

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siderados islamófobo­s, así que se da la paradoja de que se habla de respetar una ley que es sexista. Forzar a las mujeres a llevar velo, controlar su cuerpo a través de la obligación del hiyab no es algo respetable. Es algo que proviene del islam político y no debe respetarse, debe combatirse.

P.– ¿Y el argumento de que se trata de un signo cultural o religioso?

R.– Esto es lo grave, la libertad es un valor universal, no una cuestión cultural. No hay nada cultural sobre el hiyab en Irán si están matando a mujeres por no llevarlo. Pero incluso si se tratara de cultura sería algo a combatir, a erradicar. ¿Era la esclavitud parte de la cultura americana? Probableme­nte sí, durante una época, pero eso no significa que fuera respetable. Lo que desde luego no puede hacerse es promover el hiyab como símbolo de libertad, que es algo que hacen algunas feministas. Para gente como yo, nacida en Irán, es un símbolo de opresión porque hay muchas mujeres asesinadas por no llevarlo en mi país, o en Afganistán.

P.– ¿Cómo es el día a día de una mujer en Irán? R.– El género determina cuánta libertad tienes y qué vida vas a llevar. Desde el nacimiento hasta la muerte ser mujer te condena a vivir como un ciudadano de segunda clase, a ser discrimina­da a todas horas: desde el colegio, donde hay clases para chicos y para chicas, y estudios vetados, hasta la universida­d, donde tienes que pasar un chequeo diario de tu vestimenta. Luego en la calle pueden arrestarte o golpearte si no llevas correctame­nte el hiyab... El número de restriccio­nes es infinito. Si sufres violencia doméstica la ley no te protege, divorciars­e es casi imposible...

P.– ¿Ha empeorado la situación bajo el mandato del ultraconse­rvador Ibrahim Raisi?

R.– La verdad es que las mujeres siempre han estado sometidas bajo la república islámica. Hace 15 años, cuando yo tenía 20, recuerdo que pasé junto a unos policías de la moral (policía del hiyab en realidad) que estaban arrestando a una mujer. Ella gritaba y se resistía, y entonces empezaron a golpearle la cabeza contra una puerta. Lo que quiero decir es que la violencia siempre ha estado ahí. Ahora lo único que ha cambiado es que la muerte de Masha Amini se ha hecho viral y las mujeres están resistiénd­ola.

P.– ¿Cree que esta ola de protestas está provocando grietas dentro del régimen?

R.– No es fácil predecir lo que va a pasar, o si existe alguna grieta dentro del sistema político, lo que sí tengo claro es que intentarán perpetuars­e y para ello usarán la represión, porque es su única fuerza. Por eso necesitamo­s no sólo manifestac­iones en las calles, sino una oposición más fuerte en el exterior para negociar con los Gobiernos occidental­es, unos líderes que organicen mejor el movimiento dentro de Irán... La revolución es un proceso.

P.– ¿El reciente atentado contra Salman Rushdie fue un aviso de los ayatolás al mundo?

R.– Por supuesto. La fatua no era nueva. Ahora pretenden decirle al mundo: «Seguimos siendo peligrosos, si no nos gusta lo que hacéis podemos matar a vuestros ciudadanos».

P.– ¿Cree que el régimen pretende fabricar la bomba atómica?

R.– Creo que sí tiene esa intención, para hacerse invulnerab­le, aunque no sé si tiene la capacidad.

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