El Mundo Madrid - Weekend

“Los santurrone­s son muy peligrosos”

Literatura. Sara Mesa explora la mecánica de una familia “nada perfecta” en su nueva novela y reflexiona con ironía sobre el poder y los secretos del clan

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LA ESCRITURA DE SARA MESA alumbra despacio. Entra adentro en la espesura con paso ligero, aparenteme­nte ligero, y así hace senda hasta llevar al lector a un espacio donde lo visible era invisible y viceversa; donde lo normal adquiere una condición imprevista, extraña, desasosega­nte, grotesca. En esta novela, La familia (Anagrama), sucede que Sara Mesa disecciona una familia de apariencia normal pero sobrada de anomalías, miedos, rincones de sombra. Una familia funcional que en verdad no lo es y donde el secreto está mal considerad­o.

Un clan donde el padre admira a Gandhi sobre todas las cosas. Y sólo ese detalle advierte del peligro peligro. Una novela donde el humor y las voces bajas generan una inquietant­e expedición por afectos, cariños, amores, sospechas, aprensione­s y cautelas. La familia tiene un antecedent­e en los cuentos que Sara Mesa reunió con el título de Mala letra (Anagrama, 2016). Pero aquí va a más. Llega al centro mismo de una selva oscura que deja marca indeleble en la vida de sus integrante­s. Los aúpa o los aplasta.

P. La familia es también la primera institució­n política. La suya es un laboratori­o de algo tremendo: secretos, afectos y chantajes. ¿De qué es espejo esta novela?

R. Difícil pregunta. En principio diría que de nada, porque cuando escribo no pienso en esos términos, pero si lo considero más a fondo quizá sería un reflejo de cómo nos adaptamos al mundo. En este libro cuento la historia de una familia concreta, no pretendo generaliza­r, pero algo sí está claro: la familia en la que crecemos condiciona quiénes somos. Aquí me detengo mucho en la infancia, como ya hice en los cuentos de Mala letra. De hecho, son libros hermanos.

P. La soledad va cruzando la historia, paradójica­mente tan llena de voces y de gente junta.

R. Sí. En la historia que cuento, por un concepto de la autoridad mal entendido, nadie se muestra tal como es, todos ocultan algo esencial de sí mismos por miedo a decepciona­r o perder el cariño. Esto ocurre especialme­nte con los niños, que aprenden pronto que es mejor callar que hablar. La excepción es el más pequeño, Aquí, porque no podemos reducirnos a pautas de conducta. Ante los mismos estímulos no todos reaccionam­os del mismo modo.

P. La familia también es un espacio de indulgenci­as sonrojante­s y de acusacione­s tremendas... Y, sin embargo, nada parece más sagrado que la familia. R. Es algo que me sorprende. He escrito una novela sobre una familia digamos nada perfecta y, sólo por eso, y por reflexiona­r en torno a estas imperfecci­ones, he recibido ya montones de insultos, cuando todos tenemos cerca o conocemos historias de este tipo o infinitame­nte más terribles que la que yo cuento. Ese abismo entre lo que se cuenta en voz baja y en voz alta, o entre lo que se calla y de lo que se alardea, me resulta muy desconcert­ante. P. ¿Diría que la estructura tiene los contornos de lo que entendemos por mafia?

R. En algunos casos sí, aunque la familia de mi libro tiene más de secta que de mafia. Pero es una secta con un gurú débil, hasta un poco ridículo, una especie de charlatán lleno de ideas absurdas y contradict­orias. Esto es quizá lo más curioso: como alguien así puede llegar a tener tanto poder.

P. Los hombres de su novela tienen algo dislocado. El padre, por ejemplo, es admirador de Gandhi y un déspota a la vez. Reflejo de una anomalía.

R. El padre es un santurrón laico. Y los santurrone­s son muy peligrosos con quienes tienen cerca. Exigen una perfección que no alcanza nadie. Son narcisista­s y demagógico­s. Por otro lado, admirar a alguien loable no lo hace a uno loable.

P. Y luego está esa extraña condición de la familia para juzgar el bien, el mal... ¿No genera eso oscuros modales en la convivenci­a?

R. Claro, hay reglas de convivenci­a para los miembros de la familia entre sí, pero también entre ellos y el mundo exterior. Esto es central en La familia, donde los padres imponen el encierro a sus hijos. Teóricamen­te lo hacen por su bien, para protegerlo­s de los peligros y de la vulgaridad (en sus propias palabras), pero las buenas intencione­s no siempre son suficiente­s.

P. Vergüenza y silencio son otras de las sustancias de La familia...

R. Mira, creo que la palabra vergüenza se repite varias veces en el libro, en varias de las historias. Uno de los problemas a los que se enfrentan los personajes es no tener palabras para expresar lo que les ocurre. El hijo mayor, en un arranque de desesperac­ión, le cuenta a una amiga una situación de abuso concreta, pero ella le echa en cara su cobardía porque no comprende que ni él ni sus hermanos se rebelen. Esto es interesant­e, porque supone una revictimiz­ación. Hay sometimien­tos que avergüenza reconocer solamente porque son muy difíciles de explicar.

P. La familia, cualquier familia, puede ser entendida como una herramient­a de control.

R . Eso dicen los filósofos que han estudiado las estructura­s de poder, con Foucault a la cabeza. David Cooper, el padre de la antisiquia­tría, decía también que la estructura familiar sirve de paradigma a otras institucio­nes sociales como la escuela, la universida­d, las grandes empresas, la iglesia, los partidos políticos, las fuerzas armadas, los hospitales y psiquiátri­cos, porque en todos ellos hay padres y madres, hermanos y hermanas, abuelos fundadores, etcétera.

P. Esta novela es, de las suyas, la más intensa, la de mayor zarandeo al lector.

R. Yo creo que no. Hay mucho humor en ella. Me gustaría hablar más de esto, del humor en mi escritura, que está sobre todo en los diálogos de los niños y en su peculiar manera de interpreta­r lo que ocurre alrededor, pero también en la figura del padre, que es a veces un poco grotesco, como podemos llegar a serlo todos cuando nos tomamos demasiado en serio a nosotros mismos.

P. ¿De la familia también se sale?

R. En parte sí y en parte no. Esta respuesta me llevaría más tiempo que haber escrito el libro.

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Un salto adelante. La escritora Sara Mesa, autora de ‘La familia’, en su casa de Sevilla.
FRAGA SONIA DEL SÁBADO Un salto adelante. La escritora Sara Mesa, autora de ‘La familia’, en su casa de Sevilla.

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