El Mundo Madrid - Weekend

¿Quién puede matar a un viejo?

- MANUEL ARIAS MALDONADO

QUE EL espectador se crea la rebelión infantil relatada por Chicho Ibáñez-Serrador en su película de culto de 1976 –¿Quién puede matar a un niño?– depende del shock final: los guardias civiles llegan a la pequeña isla balear donde nadie responde a la radio y topan con unos salvajes angelitos a los que son incapaces de disparar; esos niños los asesinan sin contemplac­iones. Y aunque aquí se encierra una retorcida metáfora sobre la transición a la democracia, lo que me interesa es subrayar cómo la fenomenal subida de las pensiones que el Gobierno ha previsto en sus nuevos presupuest­os se apoya en un mecanismo de identifica­ción similar: porque nadie puede matar a un viejo. O sea: solo un desalmado rechaza que las pensiones suban tanto como la inflación.

Si hubiera dinero de sobra en vez de una deuda colosal, no habría razones para quejarse: todos seremos algún día clase pasiva. Pero lo que hay es mucha inflación, una deprimente pirámide poblaciona­l y un salario medio inferior a la pensión media: se dice pronto. Bajo esas condicione­s, subir casi un 9% todas las pensiones por igual resulta escandalos­o. Sin embargo, es tal la fuerza electoral de los pensionist­as que casi nadie ha protestado: recuerdo a Ayuso diciendo este verano donde Alsina –tras varios circunloqu­ios– que el alza es pertinente. Solo Arrimadas, con la audacia que proporcion­a la desesperac­ión, ha cantado en el Parlamento las verdades del barquero.

Sin embargo, nadie la acompaña: incluso nuestros jóvenes parecen conformes. ¡Tienen abuelos!

En buena medida, este consenso –a unanimidad no llega– obedece a los efectos anestesian­tes que produce la figura del «pensionist­a» tal como se lo representa en el imaginario colectivo: algo así como una abuela desvalida que se las ve y se las desea para llegar a fin de mes. El pensionist­a nunca es un señor con casa en la playa y dinero en un fondo de inversión; tampoco esa profesora que, habiendo pagado ya su hipoteca, se retira al día siguiente de cumplir 60 años y vive 30 más. Dicho de otra manera, lo que debe actualizar­se es la imagen que tenemos del pensionist­a: para proteger a quien de verdad lo necesita y procurar que el sistema no llegue a colapsar.

Pero hay algo más chocante: en un país que estuvo al borde de la bancarrota hace apenas 12 años, todavía son quienes piden un mayor equilibrio entre ingresos y gastos los que tienen que dar explicacio­nes.

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