NIÑOS OLVIDADOS POR ESPAÑA
ellos. Tiene allí retenido a Miguel, de 10 años.
Un resiliente más es Juan José Imaz. El verano del 2009 su mujer se llevó a Lorea Sofia. «Para los viajes de un menor, se necesita un permiso notarial. Yo lo firmé lógicamente con la condición de que regresara. Y yo le creí. Un mes más tarde, fui al aeropuerto de Madrid. No apareció y entonces me di cuenta de lo que pasaba», relata Juanjo. Comenzó a buscar abogados, a escribir al Ministerio de Justicia, de Exteriores... «Nos dijeron que como Rusia no tiene firmado el convenio de extradición de menores, pues no había nada que hacer, un búscate la vida y ya está».
Gracias a sus dotes de detective y carísimo sacrificio de padre, Juanjo ha podido mantener el contacto. Unió cabos entre una carta perdida de Angelica, su esposa, y un teléfono en Saratov. Así supo a donde ir. Entonces ni siquiera estaba divorciado. «Mandamos los papeles, las traducciones y todo, pero nada. El abogado me dijo que propusiéramos un acuerdo». Uno donde lo cedía todo por mantener el contacto, al menos de cada cierto tiempo, con Lorea Sofia. Cedió al chantaje por no perder a su hija. «Una pensión, visitas concertadas... No había otra salida. Me arriesgaba a no volver a ver a mi hija y eso a mí me parecía lo peor».
No fue la única vez. En un viaje para reencontrarse con su hija, «Angélica me dijo que había que legalizar su situación aquí. Era una reunión donde yo me entero en ese momento que hay un notario y una traductora». Le presentaron un documento donde él aceptaba que residiera en Rusia. Preguntó: «¿Y si no firmo?». La respuesta: «Se te puede retirar el pasaporte y te quedas aquí». No le amilanó eso, pero sí que en el documento le quitaran la paternidad de Lorea Sofía. Con la extorsión perdía la posibilidad de que volviera siendo niña a España, pero, a cambio, ella mantendría la nacionalidad y sería su papá ante las leyes rusas también. Se sacrificó una vez más.
“EXTORSIÓN”
Ahora que Lorea Sofia ya puede decidir, lo puede decir en alto. «La extorsión ha sido continua económicamente, Angélica no ha trabajado, yo he mantenido a mi hija a la distancia y apenas la he podido ver. He mantenido también a la madre. Incluso, si me apuras, a los abuelos. Hasta el aire acondicionado...». Se vieron por última vez en 2019, antes de la pandemia. Después. cuando iban a reencontrarse, llegó la guerra.
Ahora Lorea Sofia tiene 18 años recién cumplidos. Tiene un (re)encuentro pendiente con ella. Y un plan de escape si quiere irse de Rusia.
Por ahora, «ella quiere seguir estudiando la carrera en Moscú». Pero es consciente que las cosas se están poniendo más que complicadas allí. «Uno de sus amigos ha sido llamado a filas». Juanjo, este padre que lo ha dado todo por ella, sólo quiere recalcar que, si quiere volver, él la sacará del país. En la conversación pendiente a solas que tiene con ella —antes siempre estaba vigilado—, tiene toda la documentación de su bregar. No se quedará sólo con la versión materna de por qué el padre no ha estado con ella todos estos años. «Yo no era sólo un padre monedero, no... No estuve con ella porque no me dejó su madre».
Su último acto de valentía, renovarle el pasaporte español, justo antes de que comenzara la nebulosa de la movilización, eso a pesar de la indiferencia de Ángélica: «¿Para qué? Si no va a viajar», soltó ella. Pero aún así lo consiguió.
—¿Quizás le has cambiado la vida?
—Quizá.
—Tienes preparado el reencuentro...
—Sí. Decirle a ella: «Quiero contarte los 48 aviones que he pillado para verte. Que nunca me quise perder nada de tu vida. Que a mí me han privado de verte, me han privado de educar a mi hija y de verte crecer a mi hija». Eso lo haré el día que mi hija venga a mi casa, como renovarle
De izq. a dcha., Hebert, casi con 3 años. Olga Korolova e Iván. Juanjo y Lorea Sofía, ella ya tiene 18 . Debajo, Pedro —y su actual pareja— con sus hijos Alexander y María. Y los carteles de búsqueda de Camila, Carolina, Leonardo y Stephanie. el DNI y hacerle la tarjeta sanitaria... Lo que he conseguido es que al menos no sea una desconocida.
El ingeniero de caminos Iván lleva ocho años de procedimientos judiciales. Su hijo es adolescente. Se lo llevó su madre, Olga Korolova, ocho años atrás. Tras ello se enfrentó a la Justicia española y la rusa. Aquí llegó hasta el Supremo y tiene la custodia legal de Iván. «Afortunadamente, a golpe de mucho trabajo y mucho dinero gastado. Se fueron desmontando todas las cosas que ella iba provocando. Por ende, es un secuestro en toda regla».
Olga tiene abierto un procedimiento penal, según testimonio y documentación en poder de Iván, en el que el fiscal le pide cuatro años de cárcel. «Nosotros, cinco».
—¿Qué te ha frustrado más en esta historia?
—Si un hombre hace lo mismo que ellas, salen helicópteros, los dispositivos son inmediatos... Si es al revés, estamos a nuestra suerte.
Toda triquiñuela le sirvió a Olga para alargar el procedimiento. Y el uso de acusaciones que se desestimarían después. «Me puso dos denuncias de violencia de género absurdas, por propia recomendación de su abogado». Nada le hace dar un paso atrás. Tiene la voz firme del que seguirá adelante hasta el final.
Los casos de secuestros continúan en 2022, en pleno conflicto bélico. Este año se han llevado a Nastia, Andrei, María, Alexander... Estos últimos son los hijos de Pedro Llorente, miembro del Comité Regional del PSOE de Madrid. Ella tiene 12 y el mayor va a cumplir 15 en semanas. En junio, el político socialista denunció que su exesposa se llevó a los menores, por segunda vez desde que se conocen. Teme por la reincidencia y porque ella, periodista, tiene importantes contactos en medios rusos, donde trabajaba antes de residir en España. Como otros padres, Llorente no escatimará esfuerzos para sacar —como fuere— a su hijo de
Rusia si la invasión se complica y les puede afectar.
OTRO DRAMA MÁS
Heber revisita lo que pasa con Heber a la distancia. Vive incertidumbre y añoranza. Aunque tiene pistas de dónde está su primogénito, no son definitivas. A él, le quedan menos de 12 meses para los 18... «Depende de cómo dure la guerra. Todo es tan aleatorio...». Somoza añade drama a lo que pasará en el futuro. Estarán aún más desprotegidos: «Dos de las personas que mejor nos ayudaban a lidiar en Rusia con su sistema judicial, han tenido que escapar... Ellos eran nuestros conseguidores, buscadores, receptores y localizadores. Ahora queremos que les ayuden a conseguir un visado porque ya no pueden volver».
La tragedia entre los 300 que han sido sustraídos por sus madres y que además cumplen la mayoría de edad de este año es que buena parte ha sufrido un «lavado de cerebro» y ni siquiera saben que son españoles. «El primer caso es el de un hijo que fue llevado a Rusia en 1995. No he vuelto a saber de ese padre». Ese niño de entonces tiene hoy —como mínimo— 27 años, edad suficiente para caer en la desesperada movilización de Putin. Eso cuando hay padres, como Heber, que los esperan aquí con un abrazo, de esos inolvidables.
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Daniel J. Ollero