JEREMY HUNT, AL ‘RESCATE’ DEL CAOS ‘TORY’
El secretario del Tesoro admite «errores» en el plan económico y compromete el futuro de Truss
«Lo que la gente quiere, lo que los mercados quieren y lo que el país necesita es estabilidad». El mensaje que tantas veces eludió Liz Truss desde su caótico aterrizaje en Downing Street lo pronunció finalmente ayer su nuevo secretario del Tesoro, Jeremy Hunt, en una operación rescate que ha disparado las especulaciones de su posible ascenso como líder tory si la premier arrojara la toalla en las próximas semanas.
Tras reconocer los «errores» cometidos por su predecesor Kwasi Kwarteng (y por la propia Truss) en el presupuesto de emergencia que propició la tormenta financiera, Hunt salió al paso de los rumores alegando que sus ambiciones como líder fueron «extirpadas» después de dos intentos fallidos.
Su intervención de ayer, intentando aplacar la agitación en los mercados después de los sucesivos fiascos de la premier se interpreta sin embargo como un indicio de las serias posibilidades que empieza a tener de convertirse en líder provisional si la credibilidad de Truss sigue cayendo como la libra. A sus 56 años, Hunt está considerado cono un moderado capaz de navegar en aguas revueltas, en plena marejada del Brexit. Fue el ministro de Cultura de las Olimpiadas del 2012, estuvo seis años como secretario de Salud con David Cameron y se convirtió en el rostro de la política exterior de Theresa May como titular del Foreign Office.
Pese a su fama de cauteloso, tuvo la valentía de desafiar a Boris Johnson en el concurso por el liderazgo tory. La vitola de perdedor que arrastró desde entonces le relegó a un segundo plano en la renovada batalla tras la caída de la ambición rubia.
Johnson se ha estrenado por cierto esta semana como conferenciante millonario en EEUU y ha contemplado el tumulto desde fuera.
Una de las teorías tras su partida era precisamente que él estaba convencido de que Liz Truss duraría poco tiempo y que podría volver a la palestra como el salvador del Partido Conservador.
La irrupción de Jeremy
Hunt en el papel del rescatador, ante la disrupción causada en seis semanas por Truss y Kwarteng, ha cambiado sin embargo ostensiblemente la trayectoria de los acontecimientos. El nombramiento de Hunt fue de hecho impuesto a Truss por la mayoría de los diputados tories como condición para salvar su propia piel.
El estreno de Hunt, reconociendo los «errores» de su predecesor es ya una rotunda declaración de intenciones. Sus palabras dejaron en una posición muy comprometida a la propia Truss, que impulsó personalmente el mayor recorte fiscal del último medio siglo e incluso el viernes reiteró su fe en su agenda de «bajos impuestos y alto crecimiento».
En su primera intervención tras su repentino nombramiento, Jeremy Hunt advirtió que «habrá que tomar medidas difíciles para equilibrar el presupuesto» y no descartó la «marcha atrás» con otras rebajas anunciadas inicialmente por Truss. En apenas dos semanas, y ante las presiones de los diputados conservadores, su Gobierno se ha visto obligado a renunciar a la rebaja del tipo impositivo a los más ricos y cancelar la congelación del impuesto de sociedades, que subirá del 19% al 25% el próximo año.
«Ningún ministro del Tesoro puede controlar los mercados», advirtió Hunt. «Pero lo que sí podemos hacer es demostrar que podemos pagar nuestro gasto público con los impuestos».
«Han habido varios errores, y uno de ellos fue tomar decisiones duras sobre el gasto para recortar los impuestos a los más ricos», concluyó el nuevo titular del Tesoro. «Fue también un error presentar este plan a ciegas y sin la evaluación de la Oficina del Presupuesto».
«La primera ministra ha reconocido todo esto y por eso estoy aquí», explicó el ex secretario de Exteriores.
El ex líder tory William Hague advirtió entre tanto que la permanencia de Liz Truss en Downing Street está «pendiente de un hilo» y hasta el destituido Kwasi Kwarteng reconoció que a la premier «le quedan unas pocas semanas». El líder del Partido Laborista, Keir Starmer, de 25 a 30 puntos por delante en las encuestas, ha anticipado que impulsará una moción de censura de Liz Truss y pedirá la celebración de elecciones generales.
que han estado en primera línea luchando contra la pandemia. Destaca Zhong Nanshan, un veterano experto en enfermedades infecciosas que ha liderado la batalla contra el coronavirus. También hay funcionarios provinciales, empresarios, oficiales militares, artistas y agricultores. Alrededor de 400 de los delegados son miembros del Comité Central del partido. El 11% de los representantes vienen de minorías étnicas y el porcentaje de mujeres es del 27%.
vio de la pobreza a nivel nacional. Otro de los nombres que aparece es el de Wang Yang (67 años), quien ocupa el cuarto lugar en el partido y preside la Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino (CCPPCh), el órgano asesor del Parlamento. Tampoco hay que olvidarse de Li Qiang (63 años), jefe del partido en Shanghai.
Por edad, otra vacante que puede quedar libre es la del hombre fuerte en la economía china, el viceprimer ministro Liu He (70 años). El candidato más fuerte para hacerse cargo de las finanzas sería otro veterano funcionario, He Lifeng (67 años), jefe de planificación estatal de China y viejo aliado de Xi.
La edad de jubilación también la supera la única mujer que forma parte del Politburó, Sun Chunlan, viceprimera ministra al cargo de salud, deporte y cultura, quien además ha dirigido en primera línea la inmutable política nacional de Covid cero. La mujer mejor posicionada para reemplazarla es Shen Yiqin, de 62 años, miembro de la minoría étnica Bai y jefa del partido de la provincia de Guizhou.
En Exteriores, el actual ministro, Wang Yi (69 años), podría dejar la cartera y tomar la silla en el Comité Permanente del halcón de la diplomacia china, Yang Jiechi (72 años), la sombra del presidente Xi fuera de los muros del régimen. Yang actualmente es el director de la oficina general de la Comisión Central de Asuntos Exteriores y el principal diplomático chino que está al frente de la herramienta más poderosa de la política exterior.
También habrá baile de sillas en los puestos que controlan el ejército y la policía. Zhang Youxia y Xu Qiliang, dos mandamases del Ejército Popular de Liberación (EPL), miembros del Politburó, se jubilan. Entre los principales candidatos para sucederlos se encuentran el general Li Zuocheng, jefe del Departamento de Estado Mayor, y Miao Hua, el director del Departamento de Trabajo Político.
Según las previsiones de los medios chinos, otro hombre de confianza del presidente Xi que ascenderá será Wang Xiaohong, ministro de Seguridad Pública, quien entrará en el Politburó para hacerse cargo de la Comisión Política y Jurídica Central, un poderoso organismo con jurisdicción sobre la policía y los tribunales. A cargo del aparato estatal de propaganda suena el nombre del académico Li Shulei.
Hay una idea que parece que ronda desde hace tiempo la cabeza de Xi Jinping: ha llegado el momento de que China asuma el estatus de país más poderoso del mundo. La hegemonía de Washington está en decadencia y toca reemplazarla. Esa es la base de un planteamiento por el cual Xi nunca ha querido sumergir a China en el orden global liderado por Estados Unidos, sino que opta por promover una visión alternativa. Tanto Pekín como Washington se consideran mutuamente como el adversario más peligroso.
En la esfera de Occidente, la política china se ha visto más hostil en favor de EEUU, que juega bien sus cartas con el miedo a la dictadura china. Pero Pekín va ganando terreno en Asia, América Latina, África y por todo el Pacífico. Hace tándem con Rusia en los foros internacionales, aunque aguanta sin brindar a Moscú un respaldo total en su invasión a Ucrania.
El foco principal de las tensiones de China con Occidente, sobre todo de la nueva Guerra Fría con EEUU, es Taiwan, la isla autónoma que Pekín considera una provincia separatista que, tarde o temprano, acabará bajo el control del gigante asiático. El propio Xi Jinping ha reiterado en varias ocasiones que la «reunificación» con Taiwan debe cumplirse antes del centenario de la República Popular China (2049), y no descarta el uso de la fuerza si fuera necesario.
De puertas para dentro, los próximos líderes de China tendrán que lidiar con una desaceleración crónica del crecimiento económico empujada por la inmutable política nacional del Covid cero, que implica severos bloqueos en respuesta a cada brote del virus, paralizando urbes enteras y frenando los movimientos internos.
A la sacudida del Covid cero se le ha juntado el derrumbe del mercado inmobiliario, los niveles récords que está alcanzando el desempleo juvenil, el debilitamiento del yuan y las crisis energéticas por las sequías del verano y las inundaciones que vinieron después. Todas estas turbulencias parece que han echado por tierra los objetivos de crecimiento del 5,5% que Pekín, durante su cónclave político anual, estableció en marzo. Los economistas internacionales predicen que la segunda potencia mundial va camino de su expansión económica más lenta en 40 años.
Cuando el pasado 8 de septiembre se conoció la noticia del fallecimiento de la reina Isabel, el mundo se detuvo por unos instantes. Apenas habían pasado tres meses desde el Jubileo de Platino, cuando se celebraron sus 70 años en el trono –un logro sin parangón en la historia de la monarquía británica– y no habían transcurrido ni 48 horas desde que, con su sonrisa característica, nombró a Liz Truss como el décimoquinto primer ministro de su reinado.
Firme, constante, «la monarca inquebrantable», «la abuela de la nación»: así la recordaban con cariño en las puertas del Castillo de Windsor en los días posteriores a su muerte. Sin embargo, pese al apego que el pueblo británico siente por Su Majestad –pues la mayoría sólo ha vivido durante la segunda era isabelina–, nadie sabe a cierta ciencia cómo era realmente.
Durante los últimos 40 años, Robert Hardman (1965) se ha dedicado a buscar las respuestas. Autor, analista y corresponsal real «por casualidad», el columnista del Daily Mail ahora cree haberlas encontrado en su nueva biografía, Isabel II: Vida de una reina (Planeta), que sale a la venta el día 19.
Era tímida, pero con una férrea confianza en sí misma; inescrutable, a pesar de llevar 10 décadas en el ojo público. Por fuera, reservada; por dentro, apasionada. Inquisitiva y joven de corazón.
Pero, sobre todo, Isabel II no se parecía a la imagen que ha proyectado de ella The Crown. El Palacio siempre ha mantenido una complicada relación con los medios de comunicación, pero la emisión de la serie de Netflix, de la que ya se han emitido cuatro temporadas y que tiene otras dos más previstas, la ha llevado a un punto crítico. En el capítulo 23 del libro, Hardman escribe: «Según se empeña en recalcar el guionista, la serie “busca la verdad, más que la exactitud”». Pero, para el autor, hay una verdad esencial que no muestra: la reina era una persona alegre.
«The Crown es nefasta y supone un auténtico problema para la monarquía británica. Está plagada de y falsedades sobre la reina», revela. «En la serie siempre parece gruñona, infeliz y atormentada por alguna crisis u otra. Todas las personas que la conocieron dicen que les parece una burrada. Era una persona optimista que buscaba el lado positivo incluso en los momentos más sombríos».
En la cuarta temporada, Isabel II aparece como si intentara socavar la autoridad de Margaret Thatcher, cosa que nunca hizo: «Insinuar que la reina actuó de esta manera es una acusación muy grave, sobre todo teniendo en cuenta que aún seguía viva en el momento de emitirse el capítulo. Que The Crown dramatice la vida de personas que no sólo siguen vivas, sino que, en muchos casos, continúan con los trabajos en que se les presentan, me parece una falta de respeto».
A Hardman le preocupa que a largo plaza el mundo recuerde a la reina por cómo se la ve en The Crown, y no por cómo era en realidad.
A lo largo de 800 páginas, el autor condensa la compleja vida de «una reina que no nació para ser reina» en un retrato de supervivencia y renovación dinástica. Una tarea compleja que, según confiesa, no creía posible: «Siempre me preguntaba: ‘¿Cómo se puede escribir una biografía sobre una mujer tan extraordinaria? ¿Cómo se puede sintetizar un reinado de 70 años en un solo volumen?’. Me parecía una locura solo pensarlo».
–Y, ¿cómo se escribe una biografía sobre alguien a quien no se puede entrevistar?
–Con gran dificultad [se ríe y se rasca la cabeza].
Un libro que es el producto de dos años de investigación, en los que ha tenido acceso a documentos inéditos de los Archivos Reales y a personajes del círculo íntimo de la Corona. «Como periodista, soy partidario de que hay que ir a buscar información nueva. No tiene sentido limitarse a examinar las fuentes que ya conocen todos. Escribir una biografía es, en muchos sentidos, como redactar un artículo periodístico», explica, antes de contar cómo la reina le autorizó personalmente a leer los diarios de guerra de su padre, Jorge VI. «Al estar reinando, todas las conversaciones que mantuve con ella debían quedar estrictamente off the record. Tampoco podía consultar ningún documento que se hubiera publicado desde su coronación. Sin embargo, no tuvo inconveniente en que examinara materiales del reinado de su padre. Cuando mencionó estos diarios, yo esperaba que me entregara unos cuantos libritos en los que Jorge anotaba los horarios de las comidas, pero no, había 11 volúmenes en los que escribía de todo».
Aunque le llevó mucho tiempo leerlos, Hardman cree que estos diarios fueron una pieza esencial en el rompecabezas para elaborar este retrato de Isabel II: «Cuando entiendes a su padre [Jorge VI], la entiendes a ella. En estos diarios, se puede apreciar cómo Jorge se enfrentaba a situaciones de mucho estrés, y creo que explica en gran medida la forma en la que su hija afrontaba las crisis de su propio reinado».
–Crisis no le han faltado, eso sí. –No, entre el Brexit, el Megxit, la trágica muerte de Diana y una pandemia mundial, ha tenido mucho con lo que lidiar. Pero ella también impidió que se produjeran otras crisis diplomáticas por el simple hecho de ser ella misma.
–¿Sí? ¿Me daría un ejemplo? –Pongamos la visita de Ronald Reagan en 1982 como ejemplo. El entonces presidente estadounidense viajaba a Europa con la excusa de las cumbres de la OTAN y el G7, pero, en realidad, lo único que le interesaba era montar a caballo con la reina en Windsor. Envió un sinfín de cartas –a las que pude acceder a través de una solicitud de Libertad de Información– a Su Majestad preguntando qué ropa debía llevar, qué tipo de montura sería, cómo se llamaba el caballo, siendo esta visita planificada ya en febrero para su llegada en junio. Dos meses después, Gran Bretaña se encontraba en plena guerra en el Atlántico Sur, intentando recuperar las Malvinas. Necesitábamos toda la influencia diplomática que pudiéramos conseguir, sobre todo la de Estados Unidos, ya que Washington ya se había demostrado muy a favor de Argentina como un bloque contra el comunismo en Sudamérica, y la reina lo sabía. Hizo todo lo posible para que el hecho de que Reagan quisiera montar a caballo en Windsor sellara el apoyo de Estados Unidos al Reino Unido en las Malvinas. El presidente expresaría más tarde su apoyo a los soldados británicos en un discurso televisado desde Londres. No se trataba de un bonito paseo por el parque, sino de ganar una guerra.
Era realpolitik pura y dura. Las tensiones entre Londres y Washington se remontaban a la guerra de Vietnam, pero siempre había exismentiras