El Mundo Madrid - Weekend

‘‘VIVIMOS ENGANCHADO­S A LA ADRENALINA DEL APOCALIPSI­S’’

Antes de la segunda temporada de ‘30 monedas’, llega el delirio más gozoso contra el pesimismo

- LUIS MARTÍNEZ NIÑEZ Y TRAUMA AMBIENTE POLÍTICO PRODUCTOR Y DIRECTOR

La oficina de Álex de la Iglesia en el barrio de Chueca de Madrid es Álex de la Iglesia. Enterament­e él. Él no trabaja ahí simplement­e; él es ahí. Dasein que diría Heidegger. Entrar por la puerta de la productora Pokeepsie se antoja lo más parecido a aterrizar en la cabeza del creador que más cosas hace a la vez de todos los creadores que hacen muchas cosas a la vez. Sobre una gran habitación rectangula­r, libros de un lado y cristalera a la calle del otro, se amontonan cascos de seres más o menos mitológico­s (o ridículos), restos de una bacanal en los baños de Marvel, cómics de formato disparatad­o, dos reproducci­ones a tamaño natural de las gemelas de El resplandor, varios focos (¿o éstos los trajo el fotógrafo?), dos televisore­s muy grandes, una mesa aún más grande, otra mesa sobre una tarima también enorme, y una colección de piedras muy pesadas y con un bajo relieve muy simpático. «Se las regalo a quien quiera o pueda llevársela­s», dice.

Todo da miedo de sólo pensar las horas que hay que pasar para quitar el polvo. Comenta que acaba de llegar de Cannes donde en la feria o festival llamado Mipcom ha intercambi­ado ideas y cromos, cotilleado series y presentado la segunda temporada de 30 monedas, que llegará a HBO Max a finales del año que viene. Antes estuvo en Sitges con Jaume Balagueró al que le ha producido Venus. Antes aún estuvo de paseo con Jaula, de Ignacio Tatay. Y pronto hará otro tanto (lo de producir), a gente tan diversa como Eva Hache o Jimina Sabadú. Y mientras, presenta su película El cuarto pasajero, que es una comedia tan desmadrada y genial que se diría obra exclusivam­ente de Álex de la Iglesia. Tomen nota y háganlo muy en serio: la comedia del año. Lo que hacen Alberto San Juan, Blanca Suárez y Ernesto Alterio entre otros es tan desproporc­ionadament­e divertido como, al menos, la oficina (y la cabeza) de Álex. P.– ¿A qué se debe tanta actividad?

R.– Quizá esté enfermo de inmadurez. Me dura aún la primera juventud. Lo único que puedo decir es que estoy muy feliz y muy activo mentalment­e. Pero todo esto es el resultado de un equipo. No es como antes que, básicament­e, lo que hacía era luchar solo. P.– ¿En qué punto de su carrera está Álex de la Iglesia?

R.– En el punto de no parar. Trabajamos sin descanso. Este año tuve cuatro días de vacaciones después de 27 semanas de rodaje. Pero lo hago porque me gusta y porque soy feliz. Podría perfectame­nte parar, pero lo que hago es lo que me apetece. Veo que puedo hacer cosas y no me corto. Es una gozada.

P.– ¿Cómo es eso de pasar al otro lado, de director que exige a productor que niega?

R.– Siempre he creído que la labor de productor era ingrata y desagradec­ida. Y todo lo contrario. De repente, me he dado cuenta de que la gente no es como yo. Al revés, la gente es muy amable. En el caso de El cuarto pasajero, soy productor y director. Digamos que lucho contra mí mismo.

P.– El día de la bestia, por irse muy atrás, siempre fue citada como la película que abrió los ojos y las gagente nas de rodar a una generación. Ahora, produce directamen­te a muchos de los que inspiró tiempo atrás. ¿Cómo se lleva el nuevo papel de gurú y casi mecenas?

R.– Me halaga mucho. Sobre todo porque algunos de los que me citan y me señalan como inspiració­n son mejores que yo. Además, me llena de orgullo haber podido ayudar a directores como Eduardo Casanova. Sus dos películas, tanto Pieles como La Piedad, no sólo son soberbias sino que son las obras de un auténtico autor. Su capacidad visual y su intuición cromática son prodigiosa­s.

P.– El cuatro pasajero, que discurre buena parte de ella en el interior de un coche compartido, se antoja una llamada a volverse a juntar; es casi una refutación de todo lo que hemos tenido prohibido desde la pandemia…

R.– La intención es liberar a la gente de la angustia. Pero más allá de las circunstan­cias concretas, la labor de un cineasta es regalar a la un buen momento, nunca ser un coñazo. Puede ser un instante de terror, de comedia, de reflexión… Aquí de lo que se trata es de ofrecer confianza y risas, que es lo que nos faltaba y lo que nos falta. Recuerdo que en el rodaje estuvimos alojados en un hotel completame­nte vacío en mitad de Álava. La angustia de esos días ha obligado a hacer una película esencialme­nte disfrutona.

P.– Otra vez, como en buena parte de su cine, la gente queda encerra

da en algún lado, esta vez en un coche, antes fue en un bar, en un local de fiesta, en una iglesia… ¿La vida es un encierro?

R.– Es obsesivo, lo reconozco. En esta película primero es el coche y luego un mundo que no se mueve que es un atasco. Quiero pensar que es una especie de trampa metafísica. Pero no aspiro a tanto. Me conformo con conseguir esa sensación de felicidad que procura el cine cuando te ofrece a la vez algo que te pertenece y algo que no has vivido en absoluto; vivir otra vida. P.– ¿La comedia cumple una función catártica?

R.– Preston Sturges en Los viajes de Sullivan explica perfectame­nte para qué sirve el cine y para qué la comedia. No todos tenemos que ser Schopenhau­er. Y en el caso de ser Schopenhau­er, tienes que intentar decir las cosas de una manera amable. Intenta dirigirte al público no como si fuera un adversario, sino un amigo al que le cuentas una historia.

P.– ¿Un ejemplo?

R.– Una película de Spielberg no deja de ser una propuesta muy rara. ¿Qué es eso de meter a un marciano en un armario? Pero cuando la ves, te das cuenta de que todo el mundo ha querido tener un extraterre­stre en el armario. Pero eso es así por culpa de Spielberg. Yo entiendo las películas como una fiesta. Invitas a la gente a pasárselo bien, le pones la música que le gusta, les haces bailar… P.– ¿En un mundo polarizado, cabreado y crispado es más necesario que nunca lo que propone? R.– Sí, vivimos como si ya no hubiera tercer acto, como si se estuviera a punto de acabar todo sin que nadie solucione nada. Y sí, la comedia está ahí para que nos detengamos y nos digamos: «Vale, nosotros no tenemos arreglo, pero

MÉTODO DE TRABAJO ‘‘La labor de un cineasta es regalar a la gente un buen momento, no hace falta dar el coñazo’’

‘‘Viví una infancia en un continuo aquelarre cada fin de semana con su sacrificio de sangre y todo’’

‘‘Ahora buena parte de la prensa ha decidido copiar mis guiones: todo es excesivo, todo tremendo, no hay solución a nada…”

‘‘De golpe, he descubiert­o, al producir las películas de los demás, que la gente no es como yo en absoluto: la gente es amable’’

quizá otra persona más joven y más avispada pueda sacar esto adelante». En cualquier caso, no sé qué es eso de la comedia y no sé en qué consiste mi manera de hacer comedia. Por usar el símil de la cocina, lo único que tengo claro es que la comedia no es el postre. La comedia es una manera de cocinar. El terror es el picante…

P.– Me pierdo.

R.– Me gusta mucho la barbacoa. A mí me gusta que esté muy quemado por fuera y muy crudo por dentro. Me gusta el exceso, que haya mucho de todo y que tengas siete sitios a los que mirar en cada plano. Esa es mi manera de cocinar. De hecho, el gran problema de la crítica es que confunde un postre con un primer plato.

P.– Ya que estamos, ¿cuáles son sus cocineros de postres favoritos?

R.– Una de mis comedia preferidas es ¿Qué me pasa doctor?, de Peter Bogdanovic­h. Siempre la tengo en la cabeza. Igual, y por lo que tiene de pura diversión, me entusiasma El mundo está loco, loco, loco, loco, de Stanley Kramer.

P.– Habla de fiesta y pienso en el aquelarre con el que acaban muchas de sus películas…

R.– Yo, como muchos de mi generación, viví la infancia en una continuo aquelarre cada fin de semana con su sacrificio de sangre y todo. Eso marca. Pero no hablemos de eso, por favor.

P.– Ahora no hay aquelarres pero la palabra apocalipsi­s nunca ha sido tan popular…

R.– En la segunda temporada de 30 monedas, el actor Paul Giamatti es un escritor de libros de autoayuda (pocas cosas odio más) y es el autor de uno que se llama Apocalipsi­s para dummies. Es un buen ejemplo de donde estamos. Nos encontramo­s enganchado­s a la adrenalina del apocalipsi­s. Ahora buena parte de la prensa ha decidido copiar mis guiones: todo es excesivo, todo tremendo, no hay solución a nada… Quizá necesitamo­s que alguien nos enseñe la salida. Y ya que nadie lo hace en la realidad, bien está que lo haga la ficción. Hay que inyectar esperanza.

P.– ¿Conocía la aplicación Bla bla car?

R.– Nunca me había montado. Lo hice para la película y para ver qué pasaba. Y no pasó absolutame­nte nada. No hubo nada extraño, ni me reí, ni nada. Por lo demás, el origen de la película es que Paolo me dijo que no era capaz de hacer una comedia romántica…

P.– ¿Paolo Vasile?

R.– Sí, él [Telecinco Cinema coproduce]. Vaya por dios. Ahora que ya no está con nosotros (se ríe). El caso es que la película fue el resultado de una especie de apuesta. Y sí, soy capaz de hacer una comedia romántica… aunque no lo parezca.

 ?? ??
 ?? CARLOS GARCÍA POZO ?? Álex de la Iglesia en la productora Pokeepsie.
CARLOS GARCÍA POZO Álex de la Iglesia en la productora Pokeepsie.
 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain