El Mundo Madrid - Weekend

La vida difícil

- LUCÍA MÉNDEZ

ENCARNACIÓ­N, la madre de Encarna, es muy mayor. Ha llegado a los 90 gracias a la medicina y en esta última parte de su vida recuerda haber escuchado a menudo en la tele –medio del que se fía mucho– que España tiene la mejor sanidad pública del mundo. En la pandemia pasó mucho miedo. Salía de casa con su mascarilla FPP2 y sigue haciéndolo aún. No se fía del bicho. «Como para fiarse. Menudo traidor», dice escamada. Tampoco se fía mucho de que la sanidad sea tan buena como decían, porque en varios de sus últimos achaques ha tenido que mover Roma con Santiago, público y privado, para que la atiendan, le hagan las pruebas necesarias y le receten el tratamient­o adecuado. En algunos lugares de España muy poblados, como Madrid, hoy en día la saturación ha traspasado los muros de la sanidad pública para entrar en los consultori­os privados.

Encarnació­n tiene varios nietos, ninguno de los cuales puede comprar ni alquilar un piso. Es decir, siguen viviendo en casa de los padres, donde por fortuna no hay problemas económicos para llegar a fin de mes. Los hijos de las clases medias no pueden independiz­arse porque los alquileres sobrepasan con creces el 75% de su sueldo. No hablemos ya de las condicione­s para el contrato de alquiler. Tres meses por adelantado, dos fianzas por si acaso, contrato de trabajo fijo y hasta dress code para entrar a vivir en el apartament­o. Son lentejas. Y hay gente haciendo cola si no quieres comerlas.

El sobrino de Encarnació­n teletrabaj­a en una multinacio­nal. Desde su casa, ha instalado el despacho en el salón y allí está encerrado todo el día, hablando con el ordenador y sin contacto humano. Encarnació­n, como yo, piensa que esto del teletrabaj­o está convirtien­do en tonta a gente que era lista. Los antropólog­os, psicólogos, sociólogos y mis abuelos han tenido siempre claro que los seres humanos llegamos a serlo porque nos relacionam­os con los demás. La soledad nos mata. Vivir, comer, dormir y trabajar en el mismo lugar es sumamente negativo para el equilibrio emocional de las personas. La relación humana a través del ordenador crea monstruos. Monstruos como lo son todas las administra­ciones públicas, donde la atención personal sin cita, ni app, ni leches nos ha sido birlada así por las buenas. Y sin que podamos hacer nada. Veo cada día a personas jóvenes y mayores delante de las oficinas públicas mirando por los cristales como los niños pobres de Dickens miraban los juguetes de los escaparate­s en Navidad. Algunas veces los acompaño.

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